Problemas de identidad
Sigue siendo una de las grandes bazas recaudadoras del cine norteamericano pensado para el consumo negro, pero aun así, la trayectoria de Eddie Murphy en los últimos años parece particularmente errática, desenfocada y peligrosamente: abocada al fracaso. Cómico excelentemente dotado para la parodia, pero también, como muchos de sus colegas, perezoso a la hora de cambiar de registro, Murphy ha construido un personaje astuto y ganador, cuya fórmula podía funcionar en los rugientes ochenta, pero que parece agotada desde hace tiempo.De ahí que últimamente nuestro hombre haya cambia do la orientación de su carrera en la dirección de la autoparodia e incluso la sátira política, sin que dicho cambio le haya ayudado a recuperar la inspiración perdida. El último capítulo, por ahora, de esta anhelada transformación del divo es este vampiro neoyorquino, para encamar al cual ha contratado (él mismo es el productor y coautor del argumento): mucho más autor que muchos directores, dicho sea de paso) a un director de género como es Wes Craven, alguien capaz de lo mejor (Pesadilla en Elm Street), pero también de lo peor (toda su filmografía en los últimos 10 años, por ejemplo), por obra y gracia de su desmedido deseo de trascendencia.; pero a priori alguien, al fin y al cabo, con suficiente solvencia técnica como para llevar la nave a buen puerto.
Un vampiro suelto en Brooklyn
(Vampire in Brooklyn). Dirección: Wes Craven. Guión: Charles Murphy, Michael Lucker y Chris Parker, según una historia de Eddy Murphy, C. Murphy y Vernon Lynch, hijo. Fotografía: Mark Irwin. Música: J. Peter Robinson. Producción: E. Murphy y Mark Lipsky para Paramonunt, EE UU, 1995. Intérpretes: E. Murphy, Angela Basset, Allen Payne. Estreno en Madrid: Canciller, Conde Duque, Excelsior, Liceo, Madrid, Rex, Colombia, Luchana, Plaza de Aluche.
Una vez visto el filme, no hay más remedio que constatar la existencia de dos lógicas narrativas y de discurso profundamente enfrentadas. Por una parte, Un vampiro... pretende ser una parodia del género, y de ahí las hazañas de Murphy / Nosferatu, esforzado por deslumbrar a su sirviente negro y a la cuasi-vampira a la que aspira conquistar, una agente de policía de Nueva York: espectaculares transformaciones y truculentos efectos de maquillaje puntúan la película y, de paso, van haciendo del servidor de Murphy una suerte de artefacto que va perdiendo piezas, sin ir más lejos, un ojo que le salta en una pelea con la policía, o una mano que se deja atrás mientras limpia el capó de la limusina que orgullosamente conduce...
Esta es la parte Murphy tradicional, pero lo curioso es que no tiene al divo negro como especial protagonista. Bien sea por imposición del propio actor, bien porque Craven conciba así la historia, lo cierto es que Murphy no hace una sola broma, se comporta con hierática compostura: es un perfecto vampiro clásico, aquejado del mal (o de las ventajas, según como se mire) de la inmortalidad, y angustiado porque tiene un plazo de tiempo reducido para conquistar a su pareja.
Pero Craven, que pretende hacer una película seria, no se resiste a imponer en ocasiones su concepción de la puesta en escena del género, con su suspense reforzado, con lo cual a la postre estamos ante un filme fantástico que se desliza esporádicamente hacia la parodia de grueso calibre. Ni posmodema con inteligencia, ni cómica sin complejos, Un vampiro... se queda a medio camino de todo.
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