Una decisión indigna
En una nueva demostración de oportunismo barato, la directiva del Madrid -tan permisiva cuando Laudrup mintió y viajó a Copenhage o cuando Arsenio se refugió en el vestuario antes de que terminara el partido frente Compostela- ha expedientado a Michel. No le acusan de nada en concreto, pero han basureado su nombre. Algunos directivos han manejado la posibilidad de apartarle del equipo, como si Michel hubiera cometido algún crimen. Porque castigarle por marcharse enfadado es una excusa peregrina y cobarde.
Michel no jugó bien frente al Sporting, pero eso no le criminaliza. Si algo hizo, fue esforzarse por encima de sus recursos físicos. Actuó con la máxima generosidad posible y con el limitado rendimiento de un jugador que ha enfilado la última recta de su carrera. En lugar de tirotearle, los directivos deberían amparar a un futbolista de referencia en el Madrid, Michel figura por derecho en el cartel de históricos del Real Madrid y del fútbol español, un jugador espléndido por su talento y por su rendimiento. Y también por su apasionada relación con el juego.
Si algo ha deteriorado el último trayecto de Michel ha sido su incapacidad para aceptar la erosión que le han producido la edad y las lesiones. Michel está preso del mito de Fausto. Su pecado es por exceso, no por defecto, como señalan sus críticos. Michel daría media vida por tener 20 años y jugar en el Madrid. Es un futbolista ofuscado por su voluntad de vencer la decadencia, un combate imposible, porque los días dorados nunca volverán. Sometido al vehemente deseo de jugar, Michel ha revelado sus carencias corno estadista en el vestuario. Le ha faltado sabiduría para interpretar el papel de líder aglutinador que requería el equipo y el club en unos tiempos difíciles.
Sin embargo, nada se le puede reprochar como jugador. No se le puede penalizar por jugar mal, ni convertir la derrota en una jornada importante en su carrera -el partido 400- en la excusa para ensuciar los últimos días de un grande del fútbol.
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