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La deconstrucción europea

Pocas veces la construcción europea ha mostrado su naturaleza de manera tan evidente como lo ha hecho los últimos días. Lo único real es la decidida marcha hacia la unión económica y en particular hacia la unidad monetaria; los banqueros estarán satisfechos. Lo demás no cuenta. La reunión de Turín se vio perturbada por el asunto de las vacas locas, lo que muestra que las reflexiones propiamente políticas de los dirigentes europeos no tienen. ningún peso ante la tempestad que ha agitado a la opinión pública. En cuanto a la reunión del G-7 sobre el empleo, que se abrió con un discurso de Chirac sobre el modelo social europeo, terminó con un comunicado que ni siquiera menciona ese tema y renueva, pese a la opinión de Robert Reich, su plena confianza en la unificación monetaria y en la flexibilidad del mercado de trabajo para resolver los problemas del empleo. Es cierto que eso que se llama el modelo social europeo consiste hoy en aceptar un índice de paro elevado; además, fue la solución angloamericana, que favorece los bajos salarios, la que salió victoriosa en ese enfrentamiento al que nadie, a decir verdad, daba demasiada importancia: incluso Chirac habló más para la opinión francesa que para sus colegas del G-7.De este modo se refuerza la impresión que ya se tuvo durante la reunión de los ministros europeos en España, en medio de la huelga francesa de diciembre. Los ecos de esa grave crisis social no llegaron a los dirigentes europeos. Se impone, pues, una conclusión: ladran, luego cabalgamos. La construcción europea sólo saca fuerzas de sus objetivos financieros y monetarios; no sólo no descansa sobre una política social, sino que ni siquiera lo hace sobre una política económica. Jacques Delors ha hecho a este respecto unas declaraciones un tanto sorprendentes burlándose de los que hablan todo el tiempo de Europa central. Se creía que él era el más famoso partidario de la Europa social. Decir que Europa no ha esperado para tomar medidas sociales es una respuesta ridícula cuando lo único que se ofrece a millones de asalariados es la elección entre el paro y la precariedad.

No se trata aquí de indignarse sobre estas constataciones, sino de aceptarlas como juicios mucho más sólidos que las declaraciones de Chirac en Lille o de otros dirigentes en otros foros, y preguntarse por la naturaleza de una construcción europea que se propone objetivos tan limitados o, para hablar con más precisión, que está tan convencida de que la única estrategia posible consiste en perseguir únicamente objetivos financieros y monetarios.

En realidad, la posición europea me parece lógica. Una política social europea no tiene demasiado sentido, y no por razones técnicas, sino porque las decisiones financieras se toman en la cumbre mientras que, en los países democráticos, las políticas sociales se van formando a través de conflictos, de reformas, de negociaciones, de debates parlamentarios, ya sea a nivel de convenios colectivos, como en Alemania o en Italia, ya sea a nivel político como en Francia o en España e incluso, aunque con otro contenido, en el Reino Unido. Por otra parte, asombra que sea Alemania prácticamente la única que ofrece un modelo social activo. Ningún otro país de la UE, salvo quizá los países escandinavos, tienen posibilidad de imitarla, aunque sólo sea por la debilidad de sus sindicatos y de las negociaciones colectivas.

De esta constatación hay que sacar una conclusión importante. Si la dinámica económica viene desde arriba y la dinámica social desde abajo, como decía recientemente Pasqual Maragall dando una importancia especial a las ciudades, hay que admitir que la construcción europea debe limitarse a la macroeconomía y a sus implicaciones directas y aceptar que los Estados nacionales mantengan durante largo tiempo la plena responsabilidad de las políticas sociales, o que no importa en absoluto cuando se trata de educación, menos cuando se trata de seguridad social y menos aún cuando se piensa en la fiscalidad. Por tanto, en ese vacío de propuestas políticas y sociales hay que ver una consecuencia de la crisis general de confianza en Europa, falta de confianza de la que es responsable sobre todo la incapacidad de ésta para acabar con el escándalo de la limpieza étnica y de las masacres que han tenido lugar en Bosnia, a veces prácticamente ante los ojos de los soldados europeos de la Unprofor. Los financieros y los economistas no se equivocan al pensar que pueden llegar a un primer acuerdo sobre la. moneda, pero que ésta es un fin en sí misma. La mejor prueba. es que para países como Alemania y Francia sería urgente poner fin a la competencia que hacen a sus productos la lira, la libra y la peseta devaluadas, y el dólar infravalorado. De este tema Político y, económico tan- importante apenas se oye hablar,. mientras que todo el mundo está al corriente de los sacrosantos criterios de convergencia de Maastricht y de la distancia que todavía separa a los principales países europeos, lo que constituye otra prueba de que no estamos asistiendo a las sucesivas etapas de la formación de una Europa que terminaría siendo un Estado federal, sino a la organización de un polo económico y financiero capaz de establecer relaciones de igualdad con Estados Unidos y Japón.Se trata de una diferencia importante y lo que está pasando es acorde a la lógica de las redes. Los geógrafos y los sociólogos nos han enseñado estos últimos años que nuestra utilización del espacio había cambiado: hemos pasado de un espacio de lugares a un espacio de flujos, lo que quiere decir que los centros financieros o informáticos que se encuentran en México o Calcuta pertenecen más a redes globales que al conjunto mexicano o indio. Esta descomposición de las ciudades y de los espacios nacionales se aplica también a Europa. Es paradójico, e incluso engañoso, hablar de construcción europea cuando lo que se observa es la deconstrucción de las sociedades europeas. Esto se ha podido constatar en los últimos meses sobre todo en Francia, donde una huelga importante, apoyada por la opinión pública, no ha tenido ningún efecto en las decisiones económicas europeas. Y también se constata, y de manera más permanente, en Italia, por ejemplo, donde el desmembramiento es más visible debido a la prolongada crisis del sistema político. Todo el mundo puede observar que Italia, sin mayoría parlamentaria y a veces sin Gobierno, no participa menos activamente en las decisiones económicas y financieras europeas, lo que demuestra que estas últimas están totalmente separadas del Estado y de los deseos de la sociedad.

Los dirigentes europeas saben que las opiniones públicas desonfían hoy de Europa, mientras el paro y la precariedad alcanzan por todas partes niveles elevados; pero ¿por qué iban a tener que modificar su comportamiento si se admite mi hipótesis, es decir, que lo que está en marcha no es la construcción de Europa, sino el reforzamiento de las grandes empresas y bancos europeos en una economía mundializada?

Los adversarios de Maastricht se equivocan aún más que los partidarios. Renunciar al Tratado no solucionaría ningún problema social. La única solución racional es, pues, la que practican los alemanes, es decir, la construcción de una política social activa, pero a nivel nacional. Lo que termina por dar al Estado nacional y a las fuerzas sociales de cada Estado la plena responsabilidad de las finalidades de la acción económica: el bienestar y la seguridad de todos, la igualdad y la justicia. Pero si es de eso de lo que se trata, no pidamos a las opiniones públicas que se apasionen por la deconstrucción de unas sociedades europeas de las que los ciudadanos, en la mejor de las hipótesis, no tienen nada que esperar.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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