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Tribuna:NUEVA LEGISLATURA
Tribuna
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Llaves

Enrique Gil Calvo

Los catalanes parecen resignados a asumir en solitario la investidura de Aznar, pues sostienen por boca de Molins que hacerlo es condición necesaria y suficiente para poder adquirir en propiedad la llave del poder en Madrid. Lo cual implica darle un giro de 180º al mismo argumento propuesto en mi columna anterior, donde sostuve que el poder arbitral de que disfruta Pujol ahora, antes de la investidura, se perdería en buena medida después de haberla votado. Pues bien, Molins mantiene exactamente lo contrario: según él, para que CiU sea clave en Madrid tiene que empezar por votar antes la investidura. ¿De veras? Como fórmula retórica para persuadir a las bases nacionalistas no está mal. Pero no parece adecuarse demasiado a la realidad previsible, pues una vez investido Aznar, Pujol no será para él más que un engorroso estorbo al que deberá contentar concediéndole anualmente contadas contrapartidas presupuestarias.Para saber si Pujol será clave en mayor medida antes o después de la investidura, convengamos en admitir que se trata en realidad de dos llaves distintas. Antes de la investidura, Pujol posee la llave de apertura de la legislatura, llave que perderá desde el momento en que quede abierta con la formación del primer gobierno de Aznar. Mientras que, después de la investidura, a Pujol sólo le quedará la llave de cierre de la legislatura, por su capacidad de retirar su apoyo presupuestario a Aznar, obligándole a disolverla convocando elecciones anticipadas. Pero como ha demostrado la historia reciente, nuestra Constitución le otorga al presidente, investido una posición prácticamente inexpugnable, al ser casi imposible desplazarle del poder mediante mociones de censura. De donde se deduce, en conclusión, que la llave de cierre con la que Pujol se quede no parece ser tan clave como la llave de apertura qué todavía conserva antes de la investidura.

Abrirle o no la puerta del poder a Aznar: ese es el dilema que aqueja hoy a Pujol pues, una vez que se la abra (si es que finalmente se la abre) ya muy difícilmente se la podrá volver a cerrar (y eso sólo tras haber tenido que dejársela abierta un tiempo prudencial, durante, el que Aznar podrá ejercer el poder con relativa pero imprevisible discrecionalidad). De ahí que tenga que vender muy cara su renuncia a mantenerla cerrada, pues no sabe a qué se arriesga si se decidiera a abrirla. Y para eso no bastan gestos espectaculares, como las muestras de amor encendido al idioma catalán. Hace falta algo más: una especie de póliza de seguros que proteja a Pujol contra todo riesgo imprevisto y le garantice que no tiene nada que perder si decide abrirle a Aznar la puerta del poder. Y ese seguro de vida, sin cuya firma solemne Pujol nunca entregará la llave de apertura que conserva hoy todavía, debe poseer una naturaleza dual con doble cláusula.

De un lado, debe pactarse la cláusula indemnizatoria: hay que compensar a Cataluña por su vinculación a España, pues no es de recibo que siga haciendo fiscalmente el primo (dado que contribuye en una cuantía muy superior al gasto público percibido). Pero no se trata de incentivar o subvencionar la españolidad, comprando con primas adicionales su lealtad, sino de restituir la justicia distributiva: formar parte de España no debe ser para los catalanes como hasta ahora, un gravoso coste añadido. Es verdad que esta situación de injusticia social no es privativa de Cataluña, pues la comparten otros territorios -de ahí que haya que federalizar la hacienda pública, redistribuyendo territorialmente la carga fiscal-, pero a diferencia del resto, los catalanes han construido su propia nación. Esta es la segunda claúsula del seguro que necesita Pujol: la nacional. Pues no se trata -sólo- de una cuestión de intereses económicos, como creen los detractores del catalanismo. La gesta de Pujol no es una puja fenicia sino una lucha por el poder, pues su vocación no es pecuniaria sino política y soberana: de ahí que precise poder nacional, sin lo cual jamás se dejará comprar.

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