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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Yeltsin, en campaña

BORÍS YELTSIN ha lanzado una gran ofensiva para mejorar sus posiciones con vistas a las elecciones presidenciales rusas de junio. Utilizando a fondo la televisión en directo, ha anunciado consecutivamente un acuerdo de cooperación económica y financiera entre Rusia y tres repúblicas de la disuelta URSS, el alto el fuego en la guerra de Chechenia y, ayer mismo, un acuerdo de unión entre Rusia y Bielorrusia. YeItsin quiere recuperar esa popularidad que le niegan los sondeos, que colocan al comunista Guennadi Ziugánov al frente de la carrera presidencial. Según sus detractores, tan decidido está a seguir en el Kremlin que, si no mejora su posición en las próximas semanas, sería incluso capaz de encontrar algún pretexto para anular los comicios.Si esto último es un proceso de intenciones, lo cierto es que Yeltsin ha recuperado la iniciativa. El domingo proclamó el fin de las operaciones militares rusas en Chechenia y se pronunció a favor de las negociaciones con los independentistas de Dzhojar. Dudáiev, pero a través de intermediarios. Mijaíl Gorbachov, Candidato también a la presidencia, aunque con un escasísimo apoyo, ha declarado que la iniciativa chechena de Yeltsin tiene un inequívoco "perfume de propaganda electoral". Del mismo modo se han expresado los verdaderos rivales de Yeltsin en la carrera electoral: el comunista Ziugánov, el liberal Grigori Yavlinski y el general nacionalista Alexandr Lébed. Los tres han declarado que, tras 15 meses de guerra, el plan de paz no sólo es tardío y oportunista, sino confuso y de dudosa aplicación. Si pocos en Moscú lanzan las campanas al vuelo, menos todavía lo hacen los independentistas chechenos.

En la ofensiva electoralista cabe incluir el boato con el que se celebró el pasado viernes, en el Kremlin, la firma de un acuerdo de cooperación económica y financiera entre Rusia, Bielorrusia, Kazajstán y Kirguistán. Esos cuatro países, miembros desde hace cinco años de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), pretenden crear un divisa común y garantizar la lilbre circulación de personas, mercancías, servicios y capitales. El fasto fue aún mayor ayer, con la rúbrica en el mismo palacio moscovita, y a cargo de Yeltsin y de su homólogo de Bielorrusia, Alexandre Lukachenko, del acuerdo que establece la creación de órganos políticos y económicos supranacionales entre los dos países eslavos.

El electorado ruso contempla con nostalgia algunas ventajas de la extinta URSS, como la moneda única y el espacio humano y económico común. Pretendiendo capitalizar ese sentimiento, los comunistas de Ziugánov, han abierto la caja de Pandora al conseguir que la Duma adoptara el 15 de marzo una resolución que declaraba ilegal la disolución en 1991 de la URSS. El contraataque de Yeltsin ha sido espectacular, y pretende dar la imagen de que él es un estadista responsable que reconstruye parte del espacio soviético "en el respeto a la soberanía e independencia" de cada uno de los 12 miembros de la CEI. Una política que opone a la de un Ziugánov al que acusa de carecer "de corazón y cerebro" al soñar con la restauración de la URSS.

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Estados Unidos y Alemania, los principales valedores occidentales de Yeltsin, han teñido de cautela su satisfacción por sus últimas iniciativas, en particular la chechena. Dada la errática personalidad del huésped del Kremlin y la complejidad de la situación rusa, cualquier precaución parece poca.

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