Quince minutos para toda una vida
Los 4.000 nuevos médicos residentes han elegido esta semana hospital y especialidad en un cuarto de hora
Eduardo, un bilbaíno de 26 años, tenía el pasado jueves la cara empapada en sudor y las manos le temblaban de forma descontrolada. "Si tuviera que abrir ahora mismo un cráneo estaría mucho más tranquilo", musita. Este joven acababa de elegir como destino de médico interno residente (MIR) la unidad de traumatología del hospital Nuestra Señora de Sonsoles, en Avila, a 400 kilómetros de su ciudad natal. Decidirse le llevó un cuarto de hora. "Iba con idea de hacer cirugía digestiva", confiesa, 11 y ya no quedaban plazas. Ha sido como concentrar los 26años de tu vida en 15 minutos. Horrible".De repente, Eduardo calla y mira a un amigo que se le abalanza bañado en lágrimas. El ha tenido aún peor suerte. Esconde su mirada tras unas gafas de sol y se marcha a un rincón, desolado. No quiere hablar.
Estas escenas de emoción, nervios, alegría desatada, resignación cristiana y decepción sin paliativos se han sucedido, una tras otra, en el Ministerio de Sanidad y Consumo, en el madrileño paseo del Prado. Durante toda la semana, los 4.000 licenciados en Medicina que aprobaron en febrero el examen del MIR han elegido por riguroso orden su plaza médica. Cada vez que uno de estos jóvenes ha pulsado el intro del ordenador ministerial, decidía su futuro para los próximos tres o cinco años. Quizás, para toda la vida.
El Ministerio instaló cuatro puntos de control en toda España -Madrid, Barcelona, Sevilla y Valencia-, convenientemente interconectados por la red informática. "El operador introduce sus datos en pantalla", explicaba al principio de cada sesión (mañana y tarde, justo hasta -ayer) una voz marcadamente aséptica. Y añadía: "Ustedes mismos pulsarán el teclado como señal de confórmidad. Disponen de un tiempo prudencial".Pero muchos no estaban para asepsias. Miguel, un madrileño de 27 años, al que no le correspondió elegir hasta el viernes, confesaba al periodista que no ha dormido en toda la semana. "Te levantas pensando en el MIR, comes pensando en el MIR, tus amigos te preguntan por el MIR", enumera. "Es terrible. Alguna Tiadipona (un sedante] hacaído estos días".La megafonía ha desgranado las plazas, una por' una, con una monotonía casi salmódica. "Comparece en Madrid número de orden tal, fulano de tal". Silencio. "Solicita plaza en Medicina Familiar, hospital tal. Asignada". Es algo así como la cantinela de los niños de San Ildefonso, pero sin gordo. Muy de vez en cuando, la megafonía espetaba: "Número de orden tal renuncia a plaza". Y entre los el ministerio pretende dar esa camires pendientes de asignación se oía un indisimulado "¡bien!".
Uno menos. A mediados de la semana los destinos más codiciados ya estaban a buen recaudo. La número uno de la presente promoción, Raquel Sánchez del Valle, una gallega de Lugo, que cursó sus estudios en Santiago de Compostela, eligió la especialidad de Neurocirugía en Barcelona. Los puestos de Cardiología y Cirugía Cardiovascular también se esfumaron a las primeras de cambio. Sólo la Medicina de Familia resistió a los sucesivos intros. "Claro, es que está muy desprestigiada", argumenta un candidato. "Como el ministerio pretende dar esa categoría a los médicos generales con más de cinco años de experiencia..."Organizar un evento de éstas dimensiones siempre tiene su intríngulis. Los licenciados de la zona norte se quejan, sobre todo, de los desplazamientos. "No entiendo cómo han puesto sólo cuatro puntos en toda España", exclama Sonia, una compostelana de 24 años. "Tanta computadora y tanta leche, y yo no puedo elegir en Santiago o, al menos, en Galicia. Y tres días en Madrid es un pastón". Otros, más prácticos, templaban sus nervios con periplos turísticos. "Esta mañana pasé por el monasterio de las Descalzas", relata una estudiante burgalesa. "Precioso, ¿verdad?".
La tensión se ha disparado al principio de cada sesión, cuando el bedel de turno aparecía con la lista actualizada de las plazas aún disponibles. Varios centenares de mires, padres, hermanos, novias, novios y demás allegados y parentela se abalanzan sobre él como una recua de chiquillos en una piñata. No hay copias para todos. "Tranquilidad, tranquilidad", decía el ordenanza. "Es una vergüenza, un espectáculo bochornoso", masculla Miguel. "El de la fotocopiadota de al lado debe estar haciendo el agosto. Pagar 6.500 pesetas de tasas de examen para esto", dice Miguel.
Ayer, a eso de las nueve de la noche, acabó todo. "Aunque hay cosas que no se olvidan, ¿eh?", puntualiza una pamplónesa de 26 años, que trabajará en Puerta de Hierro porque en Madrid vive su novio, lo que le parece una cuestión de peso. "Las Navidades, por ejeniplo", recuerda, "fueron de pesadilla. No vi a nadie. Sólo libros, montañas de libros". A lo largo de la última semana de abril esta nueva hornada de facultativos sabrá no ya dónde, sino cómo es su plaza. Otros 8.000 más se quedaron en el camino. El año que viene, quizás.
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