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El caso del coche inmortal

Entre la copiosa correspondencia de su banco -uno de los pocos corresponsales serios que van quedando-, una mañana de casi primavera recibe usted la noticia de que un organismo de cuyo nombre no quiere acordarse (y es cierto) se ha apoderado de 9.150 pesetas de su cuenta corriente. Muy debilitada y convalesciente por recientes y severas fiebres de invierno, la pobre no estaba en guardia y no ha podido hacer nada para defenderse. Armado de un número de referencia que a primera vista parecía incapaz de romper un plato, en un teléfono del ayuntamiento se le informa de que el rapto de las 9.150 inocentes se debe a la falta de pago de un impuesto de circulación de 1986, o un año parecido, en cualquier caso muy remoto. ¿Recuerdan ustedes lo que sucedía en 1986? Yo tengo que consultar mis memorias. En aquel tiempo -me pone sobre la pista el relato de un viaje- en un cuaderno polvoriento-, yo todavía tenía un pequeño coche nervioso y azul que, dolorido pero resignado, entregué para chatarra como pago de mi primer coche burgués: uno más grande y blanco que seguramente es más rápido y seguro que el azul pero en modo alguno tan simpático.Tranquilizado por el error, se dirige usted a una Oficina de Gestiones Automovilísticas, donde tras la preceptiva cola uno de los jóvenes listos que tanto se ven hoy en día en el subempleo hace esfuerzos y consigue por fin traerle a la realidad: no existe error alguno, el impuesto existe y usted debe pagarlo. "Pero si yo. vendí el coche", dice con la misma ingenuidad con que podría pedir un libro de reclamaciones en Barajas para protestar contra los abusos de los pilotos. El joven le mira, supongo que contando hasta diez, se remanga pues su experiencia le dice que es un asunto largo, y le explica que seguramente la agencia de Seat que le compró su coche no lo dio de baja a su nombre, para ahorrarse las tasas y el papeleo, y lo volvió a vender sin avisárselo al comprador.

"Pero yo lo vendí para chatarra", dice usted, y sólo consigue otra mirada de paciencia. "Puede que sea chatarra", dice el joven, "o puede que no". Y chatarra o no, usted es el responsable de todos los impuestos de circulación que haya de aquí al día del Juicio Final. Y si no, también es responsable de todos los atropellos de ancianas en pasos de cebra, y de todos los atracos con recortada que se produzcan, más o menos hasta que se construya la autopista Madrid-Valencia. Para entonces su coche será polvo, y usted, mi querido amigo, seguramente también.

Y lo mejor de todo, le explica el joven Con ese deleite de los expertos ante los problemas insolubles es que no tiene solución. Es algo que se produce todos los días -destrozados por la separación de un fiel amigo, nunca nos fijamos en el papeleo-, y sin embargo no se le pone solución. Supongo que para los que pueden ponerle fin. es muy tentador mantener ese grifo eternamente abierto. Según dice el joven, hay gente que hasta contrata detectives privados para encontrar su antiguo coche y convencer a su nuevo propietario, que de momento es un raptor clandestino, que asuma sus responsabilidades y se haga cargo de la paternidad.

Resignado pues a la incautación periódica de 9.150 hasta el fin de mis días, me despierto por la noche envuelto en temblores y presagios grises. "¡Mi coche!". Yo pensaba que había muerto, y le guardaba la afectuosa nostalgia que se le tiene a los amigos de juventud, y ahora descubro por un azar burocrático -¿es realmente un azar? ¿no será el destino?- que a lo mejor mi pobre coche azul vaga todavía por los caminos, en manos de quién sabe qué desaprensivo que no le pondrá las canciones de Bob Dylan y Georges Brassens que le gustaban. Vista su cilindrada y su vejez, es también posible que haya sido el regalo de 21 años de una seria joven estudiante de Derecho que mientras va a la facultad sueña con el día con que un joven opositor del que está enamorada le haga el amor reclinando el asiento. Esa posibilidad me tranquiliza y me adormece. Pero a la media hora me vuelvo a despertar. ¿Y si... ?

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