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Entrevista:

"Es necesaria una política sin amor, sin revolució sin ilusión y sin verdad"

La base de Ética sin atributos es un viejo texto -de 1970, publicado en Alianza y Laia-, revisado y ampliado en profundidad para la edición que ahora publica Anagrama. La ampliación se circunscribe en especial a la segunda parte del libro, El ámbito de lo concreto, donde el manifiesto moral tejido anteriormente se aplica a algunos problemas que ha de afrontar la ética contemporánea, sea la política, la fecundación artifical, los derechos de las minorías. o la eutanasia.En la introducción, XavIer Rubert de Ventós resume con su habitual y luminoso malabarismo los rasgos principales de esta ética despojada, mínima: "Les ocurre a las doctrinas morales, yo creo, lo que a las obras de arte o a las manos del siete y medio: que acostumbran a fallar más por lo que les sobra que por lo que les falta. De ahí que yo trate de reducir la virtud a mínimos y que defina el carácter moral por todo aquello que no debe ser ni expresar: fuerte carácter, firmes convicciones, auténticos principios, misiones en lo universal, posiciones innegociables, puntos de vista decididos y todo el repertorio de opiniones formadas e ideas al respecto que amueblan los corazones y las cabezas insobornables".

En una sección específica de su manifiesto, Rubert medita sobre la necesidad de una política sin..., es decir, sin ninguno de los alcoholes que con frecuencia la embriagan. El filósofo se avino, en una conversación mantenida ayer, a concretar sobre el instante político español algunas de esas meditaciones genéricas.

Pregunta. Propone usted una política "sin amor". En Nixon, la última película de Oliver Stone, el protagonista dice: "La gente no vota por amor, sino por miedo".

Respuesta. Nixon fue un notable creador de aforismos. No sé si fue él o uno de sus consejeros el que acuñó esta sentencia inmortal: "Cuando tengas a un tío bien cogido por los cojones, no te preocupes: el corazón y la cabeza le seguirán inmediatamente".

P. Notable.

R. Era un tipo. Bien: la gente le pide a la política que le salve, a un tiempo, el corazón y la cartera. Eso sucede porque la política es la religión del siglo XX. Capturar la imaginación del votante y administrarlo con transparencia es el objetivo de los políticos. Eso es lo que hizo tan bien Felipe González en los primeros años de su mandato. Hace ya bastante años yo escribí que lo mejor que podían hacer los socialistas era marcharse del poder a tiempo, para que el amor de su pueblo no siguiera creciendo demasiado.P. La relación entre el nuevo -probable- gobernante y su pueblo parece menos apasionada.R. ¡Ja, ja!, sí, hay quien dice que desde este punto de vista sí que hemos ganado algo.P. Reclama usted también una política sin función, crítica con el corporativismo de los políticos.R. Los políticos no deben olvidar que viven para representarnos, pero también de representarnos. A mí me crispan muchos los notarios, los farmacéuticos, los intereses corporativistas, pero no puedo dejar de pensar que el reconocimiento de su existencia puede ser un contrapeso para el corporativismo de los políticos. En este sentido, la democracia americana, con sus loobies, con sus vergüenzas expuestas, me parece un paso adelante. Pero en Europa hay todavía demasiado pudor.

P. ¿Cree que las listas abiertas contribuirían a esa transparencia?

R. No lo tengo del todo claro. Tienen su peligro, que es el caciquismo, una forma moderna del caciquismo. Como las listas cerradas tienen el peligro de Alfonso Guerra. No, no sabría decirle si en este sentido son un bien o no.

P. Una política sin Estado, también.

R. El Estado va siendo cada vez más una arqueología. Ya me dirán después de Maastricht en qué queda el Estado tradicional, una vez que Madrid o París ya no puedan decir casi nada sobre los tipos de interés. Yo creo que la gente vota cada vez más por asuntos concretos y mucho menos en función de pulsiones míticas.

P. ¿También en España?

R. También. Aunque las últimas decisiones políticas de los españoles me parecen muy marcadas por el fenómeno de la corrupción y eso puede llegar a nublar fácilmente la vista.P. Una política sin revolución: la revolución, ahora, dice usted, es que el Estado cumpla las leyes.

R. Que cumpla lo pactado, en efecto. El Estado hace trampas. Todos hacemos trampas. Los poderosos esquivan la ley por arriba y los débiles por abajo. La gente empieza a preguntarse algo decisivo: ¿si todos cumpliéramos la ley, no nos iría mejor? Y en ese sentido la gente exige que el Estado no pague asesinos o no financie ilegalmente a los partidos.

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