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África, entre la democracia y el caos

Discutidas presidenciales en Sierra Leona, Benin, Comoras, Zimbabue y Sudán

Alfonso Armada

La violencia política con tintes étnicos sigue cobrándose mil vidas al mes en Burundi. Los casi dos millones de refugiados ruandeses instalados en Tanzania, Zaire y, Burundi siguen desconfiando de las nuevas autoridades de Kigali y temen volver a Ruanda, donde 67.000 presos esperan ser sometidos a juicio por el genocidio de 1994 y miles de personas han perdido la vida en actos de represión de agentes y soldados del régimen. El proceso de pacificación sigue con una lentitud exasperante en Angola mientras Jonás Savimbi se niega a que sus guerrilleros entreguen las armas. Los clanes somalíes han vuelto al enfrentamiento abierto. Un golpe militar acabó en enero con el sistema democrático en Níger y una revuelta de soldados descontentos estuvo a punto de provocar en febrero la caída del presidente de Guinea Conakry. Pero junto a estos focos de luz negra -que no son todos los que estremecen un continente en buena medida olvidado a la deriva- hay leves indicios (le que la democracia quiere respirar. Con distinto grado de garantías, acaban de celebrarse elecciones presidenciales en Benin, Sierra Leona, Zimbabue, las islas Comoras y Sudán.Mientras que buena parte de las camarillas dirigentes que heredaron los países trazados por la colonización se han servido del poder en beneficio propio, conmueve en África el respeto que el pueblo demuestra por la democracia cuando se le da la oportunidad de votar. Hay una suerte de fervor casi religioso por la ceremonia: larguísimas colas se forman a la intemperie horas antes de que abran los colegios. La gente viste sus mejores galas y espera su turno con una paciencia y una dignidad que no merecen ser defraudadas, que es lo que sucede con demasiada frecuencia.

Largas colas se formaron en las elecciones celebradas el fin de semana en Sierra Leona, un país devastado por una guerra civil de cuatro años, con una guerrilla que empezó reclamando mejoras para los campesinos y acabó de generando en episodios de crueldad de difícil parangón, contagiada por la vecina guerra civil e Liberia. El agotamiento llevó a los contendientes liberianos, en agosto pasado, a un acuerdo de paz que de momento se mantiene. Ahmad Tejan Kabbah, un diplomático de 64 años formado en Oxford, se alzó el 16 de marzo con la victoria en las presidenciales sierraleonesas. Tejan Kabbah había sido llamado por el capitán Valentin Strasser, que en 1991 se hizo con el poder en este minúsculo y empobrecido país de Africa occidental, para intentar volver a la vía civil. El Frente Revolucionario Unido (RUF, en sus siglas en inglés) del misterioso Foday Sankoh rechazó los comicios -reconocidos por la comunidad internacional-, pero ha pedido conversaciones con el régimen y ha proclamado un alto el fuego.

El alargado Benin, antiguo Dahomey, había encontrado cierta estabilidad desde que en 1990 el dictador de férrea inspiración marxista Mathieu Kereku fue obligado por la presión popular a convocar elecciones, que perdió ante Niceplioro Soglo, un antiguo economista del Banco Mundial que impuso una dura reestructuración económica. El alto crecimiento -que este año se espera que llegue al 61%- tuvo como contrapartida altas cotas de desempleo y empobrecimiento de las capas más débiles de la población. Ese estado de cosas acaba de permitir al antiguo dictador -que en 1972 logró el poder mediante un golpe de Esta do- recuperar ahora la presidencia, esta vez por la vía de las elecciones libres.

Si, como parece probable, el traspaso de poderes se produce sin sobresaltos en Benin, será un caso de momento no demasiado frecuente en África, aunque en el diminuto archipiélago, de las Comoras, en el océano Indico, también tendrán ocasión de comprobarlo cuando, el próximo día 25, Mohamed Taki Abulkarim, vencedor en las elecciones del 16 de marzo, se convierta en el nuevo presidente. Será la primera vez que se produce una transición sin violencia desde la independencia de Francia, en 1975. Taki debe reemplazar en el cargo a Said Mohamed Djohar, derrocado el 28 de septiembre del año pasado por un confuso golpe militar encabezado por el mercenario francés Bob Denard. Tropas francesas descabalaron la tentativa de Denard, un amante de las armas de nutrida biografía golpista.

La estabilidad de Zimbabue se debe en buena medida al férreo control que Robert Mugabe y su partido, la Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF, en sus siglas en inglés), que cuenta con 147 de los 150 escaños del Parlamento, ejercen sobre la antigua Rodesia desde 1990, cuando rompió amarras con la metrópoli británica. Mugabe ratificó el pasado fin de semana su máxima magistratura en unas elecciones que suscitaron pálido entusiasmo entre la población. Mugabe se hizo, según cifras oficiales, con un 90% de respaldo popular, bien es cierto que sobre un porcentaje de participación que no llegó al 32%, después de que sus dos principales rivales se retiraran en el último minuto ante una jornada que tenía todos los visos de convertirse en un plebiscito.

Sudán, el gigante territorial africano con una superficie de dos millones y medio de kilómetros cuadrados, también concluyó el pasado domingo los 11 días de votaciones de los que disfrutaron los sudaneses para votar en las elecciones presidenciales, que se desarrollaron simultáneamente con las legislativas. Sin embargo, ningún cabo suelto amenazaba la insólita dictadura islámico-militar instaurada en1989 por Omar al Bashir mediante el expeditivo método del golpe militar. Hasan al Turabi, el inspirador del golpe y verdadero hombre fuerte de un régimen que libra una guerra a muerte contra los cristianos y animistas negros del sur, no ha dejado nada al albur. Sobre el papel, cuarenta candidatos rivalizaban con Omar Al Bashir. Pero ninguno tenía la más mínima posibilidad de conmover los cimientos del poder que se reparten Al Bashir y Al Turabi. La guerra civil, que en casi cuarenta años de enfrentamientos ininterrumpidos se ha cobrado un millón de muertos, seguirá viva en la franja meridional del país. La democracia en África seguirá bajo más sombras que luces mientras el continente intenta sacar la cabeza de la periferia del sistema.

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