Periodistas (II)
Hay otro aspecto de la fortaleza: se trata de la sucesión de lo normal. Al levantarse de la cama uno espera que la ducha no le abrase ni le congele, que la botella de leche esté en el felpudo, que el cruasán sea tierno y perfumado, que la calle haya sido ya barrida, que los basureros se hayan llevado la inmundicia, que el conductor del autobús no dé bruscos frenazos, que el metro funcione como un reloj, que el despacho esté ordenado, que la secretaria tenga lista la agenda del día, que el primer cliente acuda a la cita. Para que la vida transcurra con rigor y suavidad a esa hora de la mañana, se necesita que unas personas hayan cumplido con su deber. No son héroes, sino ciudadanos que trabajan en la sucesión de lo normal. Detrás del cruasán caliente que uno toma mientras lee el periódico, hay un mundo de perfección, pero a su vez un buen periódico también es un producto que no ha sido fabricado por periodistas ricos y famosos, excéntricos, neuróticos, vanidosos y provocadores. Lo mismo que el conductor del autobús, el lechero, el fabricante de cruasanes son buenos profesionales, también esas páginas del periódico han sido trabajadas por periodistas oscuros que no equivocan nunca los datos, que contrastan los hechos, que no buscan el escándalo por sí mismo, que no quieren derribar a ningún Gobierno, que sólo sienten pasión por la información escueta y rigurosa, caiga quien caiga; que aman la libertad de expresión hasta allí donde empieza la vida privada e intocable del individuo. Hay dos clases de informadores como hay dos clases de conductores de autobús o de fabricantes de cruasanes: aquellos que aceleran, dan frernazos, blasfeman por la ventanilla o te ofrecen para desayunar un bollo demasiado duro de roer y aquellos periodistas que dan noticias contrastadas, emiten comentarios inteligentes y ponderados, conscientes de que la moderación es la conquista más ardua del espíritu, el final de la fortaleza. En nuestro periodismo ha llegado el tiempo de los profesionales.
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