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FALLAS DE VALENCIA

El delirio

Se abrió el portón de cuadrillas a las cinco en punto de la tarde y la plaza se hizo un clamor, que no paró hasta que Litri y Enrique Ponce desaparecieron a hombros por la puerta grande dos horas y media después, en medio del delirio. Capoteaba Litri a su primer toro y cada telonazo lo recibía el público con un olé estruendoso. Lo brindaba y por los tendidos de sol ya flameaban pañuelos pidiendo la oreja. Lo mismo ocurrió con Enrique Ponce, cuyos lances llevaron al público valenciano hasta los límites del paroxismo.La faena de Enrique Ponce al cuarto toro transcurrió entera bajo un griterío colosal, en el que se entremezclaban vítores y aclamaciones. Enrique Ponce toreó ese toro a placer. Lo toreó con autoridad y parsimonia por derechazos, bajó la calidad en sendas tandas de naturales -aunque dos de ellos le salieron perfectos-, instrumentó molinetes, se metió en los costillares cuantas veces quiso para ejecutar circulares y debía de sentirse tan a gusto con el toro, que no acababa nunca.

Torrestrella / Litri, Ponce

Toros de Torrestrella (uno devuelto por cojo), terciados, flojos, boyantes; 4º, pastueño, y 6º descastado, inválidos. Y sobrero de El Torero, discreto de presencia, encastado. Litri: estocada tirando la muleta (oreja); estocada trasera y rueda de peones (ovación y salida al tercio); estocada y rueda insistente de, peones (oreja). Enrique Ponce: pinchazo hondo trasero tendido perdiendo la muleta, rueda de peones -aviso- y cinco descabellos (ovación y salida al tercio); aviso antes de matar y estocada caída (dos orejas); cinco pinchazos, media ladeada -aviso- y dobla el toro (silencio). Los dos diestros salieron a hombros. Plaza de Valencia, 15 de marzo. 9º corrida de feria. Lleno.

Si no llega el presidente a enviarle un aviso, allí seguiría Ponce con los derechazos, con los naturales, con los molinetes, con los ciculares agarrado al costillar, y vuelta a empezar. Cuando, finalmente, cobró la estocada el ¡biééén! que atronó el público saltando de sus asientos debió de oírse en Barcelona. Nunca una acción del ser humano habrá provocado semejante júbilo. Ni el gol de Zarra en Maracaná.

También es verdad que el toro era un bendito. El toro era una mona, en realidad. Nada más saltar a la arena cayó redondo, se desplomó al sentir la única varita, en el quite hocico y pegó una voltereta, perdió pata a la de banderillear y a la de muletear embistió con chochona conformidad. Ese toro merecía los altares.

Todos los toros tuvieron buen comportamiento, salvo el sexto que, sobre inválido total, estaba descastado y Ponce no pudo sacarle faena. Sí se la hizo al segundo de la tarde, aunque vulgarcilla, nunca reunida y de escasa inspiración. El torito noble Domé merecía mejor arte.

De todos modos los toros suelen ser según se les toree y se hacen de miel con el toreo templado, mientras con el astroso se enervan; de ahí que los toros de Ponce parecieran mejores que los de Litri. El fregoteo de Litri les ponía nerviosísimos. Hubo dos que le quitaron de las manos el trapo molesto y le persiguieron enfurecidos.

Al público le horrorizaban estas inquietantes peripecias y se ponía a chillar creyendo que los toros iban a alcanzar a Litri y hacerle fosfatina. Pero no le alcanzaban. El crispado matador la emprendía a trapazos, saltos, carreras, rodillazos vertiginosos levantando gran polvareda y, ver semejante alboroto, la enfervorizada afición rompía a aplaudir y a jalear y a llamarle ¡guapo! al autor!

Uno de los toros de Litri fue el que engendró la vaca suiza con semen de res brava. Abrió plaza y pudo observarse que no traía nada de particular bajo su pelaje cárdeno salpicao capirote y botinero, salvo un buen muermo. A lo mejor confundieron el semen y lo metieron de borrego.

La experiencia resultó decepcionante: toros aborregados hay de sobra en las ganaderías de bravo. Puestos a perfeccionar la genética, sería preferible que los esfuerzos de la ciencia se dirigieran a conseguir el toro con cuatro orejas. Como a los toreros no les interesa torear sino cortar orejas y al público es lo único que le importa, los toros de cuatro orejas satisfarían la creciente demanda. Ocho orejas en lugar de cuatro se habrían cortado ayer; 24 los días de pleno. Veinticuatro orejas constituirían el mayor fasto que jamás haya conocido esta fiesta secular, triunfalista, delirante y caótica.

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