El horror de Dunblane
CADA CATASTROFE reclama una expIicación, cada tragedia impulsa a buscar imperiosamente las razones de su cumplimiento. Contra la adversidad, el ser humano trata de hallar alivio en la explicación de su proceso. La desesperación que arrasa a los padres y todos los vecinos de Dunblane se acentúa porque sobre la atrocidad de los asesinatos se añade el vacío de la razón. Se pueden rastrear culpabilidades en las autoridades sanitarias, en las fuerzas de seguridad, en la autorización para que un psicópata poseyera armas, en la falta de protección de la escuela, en cualquier circunstancia aún más remota que haya conducido a esta. matanza; pero ningún elemento resta un ápice de horror al suceso. Los crímenes de esta clase han sido hasta ahora una sevicia asociada a las grandes ciudades, donde la frustración o la anomia desencadenan patologías psíquicas más frecuentes. Pero ¿cómo imaginar una sangría de esta crueldad entre un vecindario rural de 10.000 habitantes?Este mundo ha enseñado a la altura de fin de siglo a vivir con un presente discontinuo, imprevisible y con una súbita potencia de terror. El terrorismo en Gran Bretaña ha obligado a soportar el impacto de muertes múltiples y gratuitas, cuerpos destrozados, en un instante cualquiera dé un día feliz. La sinrazón de los 17 muertos en el gimnasio de la pequeña localidad escocesa añaden a una tierra que sufre la crónica locura organizada de una banda armada la ferocidad repentina de un demente sin control. Las catástrofes que proceden de la naturaleza parecen obra directa del destino, pero cuando la condición humana las protagoniza son aún más horrorosas. El pueblo de Dunblane quedará a partir de ahora sellado por esta cicatriz compuesta por los cuerpos de 16 escolares y su maestra, abatidos sin piedad y sin apelación a causa alguna.
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