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El PP busca un nuevo modelo para adaptarse en Cataluña tras fracasar su acoso a Pujol

Enric Company

Las elecciones del 3 de marzo han demostrado una vez más que sin una presencia fuerte en Cataluña ningún partido español puede aspirar a gobernar por sí solo. Eso es algo que ya en 1979 advirtió Adolfo Suárez y que José María Aznar y sus asesores tenían en cuenta. Para resolver este problema, Aznar diseñó en 1989 una estrategia dirigida a romper la hegemonía de Jordi Pujol en el centro-derecha catalán. Esa estrategia es la que acaba de fracasar con estrépito. La derecha española se enfrenta ahora a la necesidad de reelaborar su política sobre Cataluña. La que ha seguido se basaba en la descalificación total del nacionalismo catalán, tanto para gobernar en España como en Cataluña.

Tras perder las elecciones de 1989, Aznar tenía varias opciones respecto a su política en Cataluña. Una era hacer como Suárez en 1979. Crear una fuerza centrista articulada con el partido homónimo en el resto de España, como hacen los socialistas y los comunistas y sus herederos. Eso fue Centristes de Catalunya-UCD, un partido al frente del cual Suárez situó a Anton Cañellas, un hombre de intachable historial democrático y catalanista.Esta opción cosechó en 1979 los mejores resultados que haya obtenido nunca la derecha española en Cataluña, el 19% de los votos y 12 diputados, mientras CiU quedaba en el 16% y 8 escaños. Pero aquel modelo se hundió con UCD en 1982.

Descartado este modelo, quedaba la opción de mantener la competencia. Podía hacerse con dos enfoques. Uno era el conformista, el que se había aplicado en la etapa de Manuel Fraga. Implicaba aceptar que el PP era el partido pequeño de la derecha en Cataluña, destinado a recoger el voto de quienes nunca votarán al nacionalismo catalán por mucho que se modere. Obligaba al PP a buscar la mayoría en las Cortes en otra parte, algo matemáticamente imposible, o bien a aceptar de entrada que siempre le sería necesario el concurso de CiU para acceder al Gobierno.

El segundo enfoque era dar la batalla a fondo para arrebatar a CiU la hegemonía en la representación de la derecha. Era arriesgado, pero ésa fue la vía elegida por Aznar.

Para aplicarla descabalgó a la dirección del PP en Cataluña, que fue acusada de criptoconvergente, y situó en ella a un antinacionalista dispuesto a dar la batalla a Pujol hasta las últimas consecuencias. El elegido fue Aleix Vidal-Quadras, un profesor universitario procedente de la alta burguesía, un sector social que siempre ha considerado a Pujol como un menestral advenedizo.

Conquistar a los empresarios

Vidal-Quadras fue encargado de ejecutar una implacable política de acoso contra Pujol. Por una parte, esta política se ha dirigido a convencer a la derecha empresarial catalana de que el PP aplicará la política económica que a su juicio le interesa , radicalmente liberal. Los hombres del PP se han dedicado en los últimos años a conquistar el corazón de los empresarios catalanes, ofreciéndoles rebajas de impuestos y denunciando a Pujol como un político corrupto, aliado del socialismo que mantiene una presión fiscal confiscatoria.

La otra pata de la política de acoso ha sido la ruptura del consenso sobre la política lingüística. El PP se convirtió en el portavoz de los grupos minoritarios que rechazan la política lingüística pactada por todos los partidos catalanes. Para ello tomó como base las protestas de algunos grupos de padres contra la utilización del catalán como lengua de enseñanza en las escuelas públicas.

El objetivo de esta política era conseguir el voto de los electores de origen no catalán, mayoritariamente trabajadores y votantes de izquierda o abstencionistas. El PP se ha dirigido a ellos diciéndoles que Pujol persigue la lengua castellana y que los socialistas no defienden sus intereses culturales porque son catalanistas.

Para todos los demás partidos catalanes, lo grave de los ataques del PP contra la política lingüística no es que pudieran obligar a modificarla. Eso sería una mera cuestión técnica. Los nacionalistas han incluido al PP, a Aznar y a Vidal-Quadras en. su particular lista negra de enemigos históricos de Cataluña -la que va de Felipe V a Franco-, porque no han dudado en utilizar para la batalla partidista un asunto susceptible de fracturar en dos la sociedad catalana. Eso es lo que no les perdonan. También les costará olvidar que han reavivado el anticatalanismo en el resto de España.

Esta opción estratégica es la que ahora Aznar deberá sustituir si quiere contar, como dice, con la colaboración parlamentaria o de gobierno de los nacionalistas catalanes. Si renuncia a ella deberá acudir, probablemente, a la que seguía Fraga.

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