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La cumbre terrorista en El Cairo será un nuevo factor de división en el mundo árabe

Si la cumbre antiterrorista de Sharm el Sheij está destinada a ser recordada como el primer ejercicio de su naturaleza en el convulsionado Oriente Próximo, también va a pasar a la larga lista de factores de división dentro del mundo árabe. No todos los gobiernos árabes abrigan esperanzas de que la idea vaya a producir resultados, y si han aceptado asistir a la cita del Mar Rojo es porque no pueden permitirse el lujo de desairar a EE UU.En privado, funcionarios árabes dicen que, si no asisten, algunos gobiernos temen ser estigmatizados ya no sólo como "enemigos del proceso de paz con Israel", sino considerados como " simpatizantes del terrorismo iraní".

Ninguna de esas posibilidades parece preocupar a Siria, que hasta anoche no había respondido a la invitación. De hecho, se da totalmente por descartado que el presidente Háfez el Asad acepte participar en una reunión a la que asiste Israel. Pero no es ése el único motivo. El Gobierno de Damasco difícilmente podría enviar a una delegación de alto nivel a un cónclave organizado por el mismo país que todavía lo incluye en la lista de "patrocinadores del terrorismo" y que no piensa cambiarle de status.

Otra razón pragmática es que a Siria no le conviene poner en riesgo la "alianza estratégica" que mantiene con Irán desde 1980. Sirios e iraníes acaban de celebrar una serie de contactos para reparar algunas fisuras creadas por la participación de Damasco en el proceso de paz (en el cual Teherán no cree en absoluto) y, más recientemente, por el apoyo que Siria ha brindado a los Emiratos Arabes Unidos (EAU) en la agria disputa territorial con Irán sobre tres islotes estratégicos del golfo Pérsico.Postura saudí

La postura de Arabia Saudí en la cumbre de Sharin el Sheij también es delicada, porque la monarquía se expone a fuertes críticas internas por lo que los opositores, principalmente los sectores conservadores, consideran como una actitud servil ante Estados Unidos e Israel.

Igualmente incómoda puede tornarse la posición del Gobierno egipcio de Hosni Mubarak, que se enfrenta al cada vez más recio desafío de los sectores religiosos de su país. Como anfitrión de la cita, Mubarak se anotará puntos ante Washington cuando necesita el mayor respaldo para lidiar con sus colosales problemas económicos.

El Gobierno palestino de Yasir Arafat podrá ufanarse de ser el autor de la idea, y por ello difícilmente podrá rebatirse en el futuro su argumento de que "está haciendo lo que puede para combatir el terrorismo". Al menos en el campo diplomático.

La cumbre entraña, sin embargo, un riesgo que ha quedado eclipsado por el luto en Israel y los escenarios dantescos que pinta Washington en la región para reclutar apoyo en su guerra contra Irán. Cualquiera que sea la intensidad de las "arengas antiterroristas", Israel, Egipto y Arafat van a sentirse seguramente respaldados por la comunidad internacional para acelerar sus implacables campañas contra sus enemigos. Organizaciones defensoras de los derechos humanos acusan a Mubarak y a Arafat de recurrir frecuentemente a la tortura, y a Israel, de tratar de legalizar esa práctica.

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