Pascual Estevill, más que un 'caso'
Un semanario de información política titulaba no hace mucho tiempo oí propósito del caso Estevill: "La corrupción llega al gobierno de los jueces"; como sugiriendo que Pascual Estevill podría haber entrado en el palacio de la madrileña calle Marqués de la Ensenada en virtud de un impulso ingenuo, tan verde y natural como el que en el Calendario Zaragozano llevaba las cigüeñas a los campanarios, por San Blas. Menos mal que luego se dejaba constancia de que aquél había sido "admitido" en el gobierno de los jueces "pese a contar con una trayectoria llena de sombras". últimamente, a raíz del tormentoso pleno del Consejo General del Poder Judicial en el que se estudió la destitución del vocal, la prensa ha informado que "Jordi Pujol y el consejero Macià Alavedra expresaron su agradecimiento a dirigentes del PP por el apoyo logrado para Pascual Estevill".Pues bien, no cabe duda, los políticos catalanes deben tener buenos motivos para el agradecimiento. Tan buenos por lo menos como los que les indujeron en su día a proponer como miembro del Consejo a quien ya entonces presentaba un perfil cargado de contraindicaciones. Lo que no fue obstáculo para que llegase a contar con un consistente (y cabe suponer que consciente) respaldo de votos procedentes, no sólo de la formación política titular del "lote" o "parcela" a la sazón vacante en el órgano, sino también de otros como el PSOE.
Así, pues, tuvo que haber razones para el nombramiento como las hay ahora para la oscura gratitud. Y, a juzgar por lo que ya entonces era secreto a voces en medios judiciales y políticos y hoy es pasto de la opinión pública, cabe inferir que fueron ciertamente potentes. Poderosísimas. Y no confesadas. ¿Confesables?
Pero ocurre que, en contra de lo que debería suceder con decisiones adoptadas en un foro parlamentario, los motivos del nombramiento permanecieron en el más impenetrable secreto. Y tampoco la voz de la calle se filtró en el hemiciclo (todo un símbolo). Así, los que tenían que votar votaron y es seguro que muchos de los que pulsaron el correspondiente botón no supieron en realidad por quién lo hacían. Pero, al menos, los que contaban con la capacidad de imponer una decisión así a otros -aunque éstos fueron personas con voto de obediencia ciega de estricta observancia y ciudadanos de escasa curiosidad- tenían que saberlo. Es decir, alguien tenía que saberlo. Pues bien, no lo dijeron entonces pero ahora tendrían que decirlo. Deben explicar a qué méritos se atendió para que -de un escalafón de varios miles- fuera precisamente un juez Pascual Estevill, ya en como comprometida situación, el tocado por la soberanía popular. Publicar cuál fue la necesidad de llevar al Consejo -que para entonces tenía bastante con lo puesto-a una situación como la desencadenada por las últimas noticias, por las asombrosas vicisitudes procesal-penales de ese insólito juez, ahora insólito vocal. Que, por cierto, "en casa del herrero", va camino de gobernar a los / sus jueces desde el banquillo. Quienes se han jactado de conocer bien las pautas de comportamiento de las "democracias maduras" en momentos críticos, contarán seguramente con una explicación para decisión tan difícil, de comprender. Y tendrán que darla, porque sólo con que supieran lo que -insisto- era ya secreto a voces en medios políticos y judiciales de Cataluña en el momento de la designación parlamentaria, el caso Estevill, es también su propio caso. Por eso, si, como parece, carecieron de lealtad constitucional y de respeto a las instituciones al actuar como lo hicieron, ahora tienen necesariamente que responder. Y si, como es habitual, no lo hacen espontáneamente, alguien, por ejemplo lo que queda del Consejo General del Poder Judicial (excluidos los acreedores de agradecimiento), debería exigirlo con todo rigor, cuando menos, ante el tribunal de la opinión pública.
La situación creada, que hace, definitivamente de la historia de, este Consejo historia clínica de las más diversas patologías institucionales, tiene, con todo, una ventaja. Como sucede en medicina con los síndromes de florida sintomatología, también éste es un buen objeto de reflexión, porque ofrece, claro que en negativo, de forma modélica, preciosas indicaciones acerca de la dirección en que tendría de apuntar cualquier actuación dirigida, ya que no a evitar el mal que ahora se denuncia, al menos a conjurar a otros futuros de ese mismo carácter. El mal del Consejo lo anticipó en su día el Tribunal Constitucional y estaba inscrito. en los rasgos genéticos de la reforma de 1985. Porque la extensión a ese órgano de la "lógica del Estado de partidos" no buscaba en modo alguno la ampliación de la democracia, sino instrumentalmente la concentración de poder en el entonces partido mayoritario. Tanto que hubo momentos en que el Consejo llegó a ser, de hecho, verdadero órgano, de partido. Claro que con esta instrumentalización se salía al paso de otra instrumentalización precedente: la que había hecho del Consejo en versión 1980 un órgano asimismo colateral y dependiente de la anterior mayoría política.
En contra de lo que a simple vista podría parecer y de lo que los paladines de la pureza judicial frente a la maldad congénita de los políticos suelen sugerir, el origen de los males, el polvo de estos Iodos, no está sólo en los partidos que, como se ha demostrado, en este sistema terminan teniendo -todos- sus jueces. El nudo problemático está en un degradado modo de ser actual de los partidos, en una recusable subcultura del poder y de las relaciones entre los órganos de poder, muy difundidas, que se expresa asimismo en el modelo actual del Consejo. Es precisamente lo que una fórmula de Consejo como la italiana en versión original, en cuyos antecedentes se encuentran aportaciones tan variadas como las de Leone, Calamandrei o Togliati, trató de conjurar. Consiguiéndolo en medida no despreciable, cuando menos por su traducción en términos de un prestigio institucional y una legitimidad aquí desconocidos.
Por decirlo con un ejemplo. ¿No habría sido lo propio que en situaciones como ésta, o la creada por el caso Eligio Hernández, la definición de las posiciones dentro del Consejo hubiera pasado por otras líneas que las de partido? ¿No sería mejor que en casos como, el de Estevill, los "agradecimientos", de haberlos, respondieran a una lógica no clientelar y confesable?
Un constitucionalista tan prestigioso y poco suspecto de corporativismo judicial como Pizzorusso, ex vocal del Consiglio por designación parlamentaría, ha recordado que en el diseño y la composición de órganos como el Consejo no ha de mirarse a crear las precondiciones para favorecer la agregación de mayorías que permitan gobiernos-eficientes, sino a propiciar en ellos la máxima difusión de la representatividad y el pluralismo, tanto del sector "togado" como del extrajudidial. Porque su función no es de poder -y menos de poder en sentido fuerte- sino de garantía en régimen de transparencia. De garantía de independencia de la actuación del juez concreto frente a otros centros de poder. Algo, por cierto, bien distinto de lo que resulta advertible en nuestra lamentable experiencia de gobierno de la magistratura, cuajada de dependencias, opacidades, y, a veces, como ahora, de sospechosos agradecimientos.
Perfecto Andrés Ibáñez es magistrado.
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