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Sale de escena López Rubio

Por fin ha salido de este mal teatro del mundo José López Rubio (1903); su escena era ya larga, confusa, incomprensible, dolorosa. Desintegrado por el mal de Alzheimer su cerebro que fue limpio, elegante, ordenado, claro, se aisló. López Rubio era uno de los mejores autores de la que se llamó a sí misma "la otra generación del 27", que también ha sido considerada como la de "la otra apertura": unos autores de teatro que rompían con lo chabacano y lo vulgar de la comicidad y ascendían hacia una literatura escénica digna. Venida, quizá, de "la comedia de la felicidad" (por un título de Evreinof que se estrenó en Madrid en 1928: López Rubio tenía 25 años; Jardiel Poncela, 27; Casona, 25; Miguel Mihura y Joaquín Calvo Sotelo, 23. Y el más joven de todos, pero no el menor entre ese teatro, Víctor Ruiz Iriarte, tenía 16. Ya no está ninguno).Hay más nombres para estos autores: los cosmopolitas, porque se asomaron al mundo y no sólo en sus lecturas, sino en sus vidas. La generación de la República: algunos estuvieron muy cerca de ella, y en ella consiguieron sus mejores éxitos. Los surrealistas: lo fueron Tono, Mihura, Jardiel.

López Rubio había estrenado con Eduardo Ugarte De la noche a la mañana (1929) y Casa de naipes (1930); había tenido su primer premio por Abc, periódico al que ha estado unido hasta este último momento de su vida. Escribió una novela, Roque Six -reeditada hace unos años-, en la que estaba presente el estilo metafórico, libre, y también vagamente surrealista que había inaugurado Ramón Gómez de la Serna.

La guerra civil les dispersó; Pepe López Rubio estaba en Hollywood, contratado por una gran productora con otros creadores españoles y, cuando volvió, siguió un tiempo trabajando en el cine.

Cuando se inclinó de nuevo hacia el otro, dejó una obra maestra en su género: Celos del aire (se ha reestrenado recientemente). Ya se decía de él lo que le ha acompañado toda su vida, lo que le llevó a la Academia Española: el lenguaje, el diálogo que unía la corrección de un castellano admirable a la inventiva, el ingenio, el humor, el pensamiento. Todavía estaba en la última obra original que estrenó, La Puerta del Angel, en 1986.

La lista de las obras de teatro de López Rubio es larga- casi todas están publicadas en la inolvidable colección Alfil, y muchas recogidas en los volúmenes de Aguilar. No es que sea un teatro para leer: es para representar. Pero leído procura este placer del idioma bien empleado, bien inventado.

López Rubio era un hombre elegante y sonriente. Desafiaba la ley de que "cuando un caballero se viste de marrón, deja de ser un caballero" de tal modo que no sólo estaba siempre entonado en ese color, sino que la tinta de escribir, la cinta de su máquina, los membretes, eran color castaño. Viajó sin cesar, mientras pudo. Cuidó una inmensa biblioteca especializada en teatro, aunque él mantenía, en disputas con otro comediógrafo, que el autor debe leerlo todo, ensayos y poesía, historia y novela. Cuando se tuvo que desprender de esa biblioteca, porque perdió su piso, no consiguió que la institución a la que la donó se hiciera cargo de ella fácilmente. Estuvo apilada muchos años, primero en su casa y luego en el sótano oficial: no sé ahora qué ha sido de ella.

Quizá el amigo al que más frecuentaba era Víctor Ruiz Iriarte. Los dos ascendieron a la dirección de la Sociedad de Autores y acudían a las mismas tertulias. Hemos cenado juntos muchas veces, antes de los estrenos; y después comentábamos en el café de Lyon o en el de Gijón. Nos organizábamos en juegos intelectuales, o supuestamente, en casa de Alfredo Marqueríe, o en la de Ángel Laborda.

En los últimos tiempos, nos llamábamos por teléfono para ir juntos a los inmediatos cines Alphaville: era el sitio más lejano al que llegaba. Una vez llegó hasta la casa de Fernando Lázaro Carreter, para felicitarle su santo: nos sentaron juntos en la cena y nos dedicamos a tejer y destejer el recuerdo de los otros tiempos. Fue la última que hablé con él. Luego vino el destrozo, que primero era lento y después cada vez más rápido, multiplicado al cuadrado.

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