Euroescepticismo e hispanorrealismo
Dada la situación de la economía española, repleta de desequilibrios, se corre el peligro de que el debate sobre la unión monetaria se malinterprete, pensando que los que no creemos en la moneda única defendemos políticas económicas laxas para España. La moneda única es una decisión política, que supone acelerar la unión europea, sin suficientes mecanismos democráticos de control de los gobernantes, y que hará más difícil el crecimiento y la propia convivencia política en Europa.El camino más lógico hacia la unión europea pasa por la libertad de movimientos de bienes y servicios, capitales y personas, junto con un absoluto equilibrio presupuestario y de precios. La introducción de la moneda única antes de conseguir esos objetivos podría provocar una crisis económica. Pero existe, también, la posibilidad de defender la moneda única y, sin embargo, creer que no es conveniente para España "en este momento". Euroescépticos o no, para España es prioritario resolver sus desequilibrios económicos, aún sin Maastricht. Es la postura de los hispanorrealistas.
A todos nos gustaría que el cumplimiento de los criterios de convergencia nominales fuera el único camino para lograr un mayor crecimiento económico, pero imaginemos que se nos plantea la alternativa de hacer una serie de reformas, fiscal, laboral, de las Administraciones, etcétera, que, en el corto plazo, pueda suponer un aumento del déficit o bien de no hacerlas y conseguir, por los pelos, cumplir los criterios de inflación y déficit en el corto plazo y de integrarse en la primera velocidad europea. La primera alternativa permitiría, después, un mayor crecimiento, una disminución más vigorosa del desempleo y un cumplimiento mucho más holgado de todos los criterios, en cuyo momento podríamos integramos con menos riesgos en la unión monetaria. La decisión no es evidente. Desde la propia Comisión Europea se ha mencionado que quizá sería necesario un sexto criterio de convergencia, el nivel de paro, que dejaría a España fuera de la primera velocidad.Por otra parte, desde la experiencia española, da miedo proponer cualquier reforma que permita crecer el déficit público, pues el comportamiento avasallador del sector público es el primero de nuestros problemas. Son muchos los que piensan que esa alternativa es ficticia, porque sin hacer reformas España nunca estará en condiciones de cumplir los criterios nominales y que la mera consideración de esa opción es dar alas a los que no quieren hacer los ajustes necesarios. No estoy de acuerdo con esa posición. Necesitamos debatir diversas hipótesis y sólo en el curso de esa confrontación seremos capaces de explicar que los ajustes hay que hacerlos, no porque sea necesrio entrar en la moneda unica, sino porque es el único camino para crecer más, con una mayor ocupación. Las diferencias no son sólo de estrategia. ¿Primero la moneda única y después los ajustes?, o ¿primero los ajustes y después veremos si nos interesa políticamente una Europa hecha en tomo a esa moneda? ¿Despotismo ilustrado, porque se trata de un tema muy complejo, de imposible comprensión por la mayoría de la Población o discusión, con el riesgo de no ser capaces de convencer y tener que parar el procesó? El hispanorrealismo se asienta en datos muy contundentes de inflación, desempleo y déficit público. Desde una perspectiva más amplia, nuestros desequilibrios se reducen a uno sólo: una forma de comportamiento de nuestros gobernantes, que ha echado fortísimas raíces. Se trata del convencimiento de que cuando hay problemas económicos hay que "intervenir". Si hay problemas de competencia externa se aplican prácticas proteccionistas; si hay problemas en los textiles o el sector naval, se dan ayudas presupuestarias; si hay desempleo, se regulan las horas extraordinarias, el salario mínimo; incluso se propone el reparto del trabajo. Todas políticas que implican gasto público, impuestos para las actividades productivas, y, según como se financien, inflación o altos tipos de interés.
Si el intervencionismo se hace monetizando directamente los déficits tendremos inflación; ése fue el sistema que practicó el franquismo y que permitió que, en 1975, tuviéramos una deuda pública que sólo suponía, en términos netos, el 3% del PIB, pero con una cultura inflacionista que hacía imposible competir intemacionalmente y nos obligaba, una y otra vez, a devaluar nuestra moneda. Si el intervencionismo público se financia con la emisión de Deuda Pública -como se hace en exclusiva desde hace un par de años- llegará un momento en que los intereses absorberán una parte sustancial de los ingresos, además de provocar un nivel de tipos de interés que dificultará la actividad productiva, provocando desempleo y gastos sociales hasta el punto en que no hay otra alternativa que aumentar, todavía más, el gasto público. Y ese proceso termina en precios más altos y pérdida de competitividad. En cuyo momento te devalúan.
Hoy tenemos el 3,8% de inflación y una deuda pública que ha crecido en 1995 más del 6% en términos del PIB, alcanzando ya el 65% del PIB. Conseguir ese nivel de inflación, sin controles directos de precios o salarios, nos ha costado un enorme endeudamiento y un gran desempleo. Pero, que nadie se engañe, el proceso de empeoramiento continúa, porque el intervencionismo público se mantiene y hay que pagarlo.
¿Cómo controlar los hábitos de gasto y de intervención de nuestros gobernantes?, ¿con la moneda única, importando disciplina germánica? o ¿limitando el poder de nuestros gobernantes elevando a nivel constitucional la prohibición de incurrir en déficit públicos? Si entráramos en la moneda única, porque los criterios de convergencia se dulcifican, podríamos encontramos con que los precios interiores de muchas empresas españolas serían, al poco tiempo, más altos que las de los franceses o alemanes. Ese es el riesgo de una integración monetaria apresurada con los países más avanzados de Europa. Por eso, me declaro hispanorrealista y opto por el reformismo interior antes que por el aventurerismo exterior.
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