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¿Hoces segadas?

Que 34 kilómetros de la imprescindible autovía Valencia-Madrid se hayan convertido en el episodio más notorio de la historia de las infraestructuras, y hasta del ambientalismo en estos últimos lustros, es despropósito que promete arreciar.Cuando se argumenta que algo tiene un notable impacto ambiental o se niega esa consecuencia, en la mayoría de los casos se ignoran realmente los efectos que una determinada acción tendrá en el paisaje. Y no digamos a medio o largo plazo. Quiero decir que cualquier diagnóstico, a estas alturas, exige un detenido estudio científico, además de unas mínimas garantías de ecuanimidad. Bello imposible, y más si quien paga la investigación es el Estado o la empresa que pretende acometer un determinado proyecto. Afirmar o negar en este campo responde demasiado a intereses particulares o políticos, algo más generales, pero nunca universales, categoría en la que sí está la naturaleza. Nada tan de utilidad pública como la continuidad de los procesos ecológicos básicos. Aun así, tampoco la conservación es neutral, queda mucho por estudiar en el campo de los efectos sociales de la protección del paisaje, pero al menos resulta reversible. Mientras que la destrucción es irreversible durante demasiado tiempo. En consecuencia, parece algo preinteligente la sola utilización de fotos, maquetas, paseos en helicóptero o a pie para pretender demostrar la inocuidad de algo. Eso, o la perversidad, deben quedar establecidas tras estudios de muchas variables. Tras, y esto ya cae más en desuso, valorar la posible contaminación visual. Difícil baremo dado lo extraviado del gusto de los que deciden. No menos se deberían tener en cuenta la condición de puerta a otros impactos. La fácil accesibilidad es como una herida abierta e infectada: crea dolor en el paisaje.

La cuestión es que se está consumando la enconada torpeza de segar las más famosas hoces por concesión de obras con incomprensible premura. Porque llevamos dos años de estéril debate, de desencuentros en el Consejo Asesor del Medio Ambiente y de fratricida contienda en el PSOE. Tras tanto tiempo perdido, ahora se ejecuta sin más con alto riesgo de no ajustarse a derecho. Estamos, pues, ante un grave error ambiental con posible ilegalidad básica. Recordemos que el parque natural de las Hoces del Cabriel es legal y la adjudicación de obras decidida por González y Borrell legalmente dudosa. Todo eso cuando sabemos, pero quieren olvidar, que al menos hay tres soluciones que aceptamos todos: Bono, Zaplana, el ex ICONA, las consultoras ambientales, la Universidad, los ecologistas, e incluso aquella señora, que se aleja a toda prisa, llamada Sensatez. Se está optando, pues, por la peor solución posible cuando conocemos la mejor.Tanta inteligencia, incluso sensibilidad, hechas añicos por el arrasador virus de la soberbia no pueden fondear esta cuestión sin ancla y sin puerto. Y aun así, ésta parece ser la decisión de las dos mejores mentes del socialismo. Eso sí, a mi entender con los lugares en la lista y la circunscripción electoral equivocados, y mucho mejor si estuvieran intercambiados.

Con todo, esto de las hoces es una cortina de humo, y además de paja. Es convocar a los sedientos de espectáculos efímeros cuando arden vastedades.

Desconsuela el seguir comprobando que el tráfico, todo el tráfico, marcha en una sola dirección: la de convertirnos a todos en servidores de la velocidad, seguramente el mayor espejismo. Porque si hay algo mal resuelto por nuestros modelos de transporte es que éste nos lleva, pero se lleva a todo lo demás. La no solución dada a la autovía siega el debate, crucial, para establecer algo de respeto hacia el paisaje a la hora de trazar nuestras vías de comunicación. Una vez más, lo relevante queda oculto por cuestiones de índole personal. Es decir, convertimos la política en los políticos; por tanto, en algo alejadísimo de lo que debería ser: un servicio a todos sin excepción.

Parece claro que aquí y ahora la única que hace política con mayúsculas es la naturaleza, esa que perderá uno de sus más bellos rincones si no conseguimos que la huidiza racionalidad vuelva a sentarse en nuestra mesa.

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