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México y EE UU: los platos llenos

México y los Estados Unidos de América comparten la única frontera visible entre el mundo desarrollado y el mundo en desarrollo. Los conflictos derivados de la desigualdad entre las dos naciones nunca han faltado. El más doloroso fue la guerra de 1847 y la pérdida de la mitad del territorio mexicano ante la mística armada del destino manifiesto. La revolución mexicana fue motivo de nueva y prolongada fricción. La insurrección popular de Villa y Zapata, por su naturaleza misma, alarmaba a la ideología norteamericana. Las medidas de los Gobiernos revolucionarios, de Obregón a Cárdenas, provocaron presiones, condenas, amenazas de intervención y campañas publicitarias contra México.La feliz coincidencia de Franklin D. Roosevelt y Lázaro Cárdenas en el momento de la expropiación petrolera (1938) abrió el camino a un nuevo acuerdo: los conflictos entre México y Estados Unidos eran inevitables, pero también eran negociables, A partir de entonces, con sus altas y sus bajas, la voluntad negociadora ha prevalecido, aunque el acento norteamericano haya sido a menudo ofensivo, y el mexicano, defensivo. Aliados durante la Segunda Guerra Mundial, opuesto México a las sucesivas agresiones de Washington contra Guatemala, Cuba, la República Dominicana, Chile y Nicaragua, empeñado Estados Unidos en reclutar a su vecino del sur en todas las campañas anticomunistas de la guerra fría, la política de presiones sobre México culminó durante las presidencias de Ronald Reagan y Miguel de la Madrid.

Reagan convirtió a Centroamérica en primera trinchera de la lucha anticomunista en las Américas. De la Madrid argumentó que los problemas de América Central derivaban de la historia de la región, no de un plan maestro trazado en el Kremlin. La política del secretario de Estado George Schultz amenazaba con extender el conflicto al sur y al norte de El Salvador y Nicaragua, presionando a México y a Costa Rica. El secretario de Relaciones mexicano, Bernardo Sepúlveda, al iniciar el proceso de Contadora, subrayó que la paz en Centroamérica dependía de los centroamericanos, pero que a México le incumbía impedir que el conflicto se desbordase hacia nuestro país.

La firmeza y dignidad de la política seguida por De la Madrid y Sepúlveda frente a la Casa Blanca y el Departamento de Estado permitió al siguiente Gobierno, el de Carlos Salinas de Gortari, negociar con Washington sobre bases adquiridas de mutuo respeto, confirmando una nueva filosofía diplomática: el desacuerdo en un área de las relaciones no debe comprometer o dañar la relación total entre las dos partes. O sea: cada conflicto deberá ser resuelto de acuerdo, con sus propios méritos.

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La campaña electoral norteamericana, iniciada este mismo mes de febrero con las primarias de New Hampshire y que culminará el próximo mes de noviembre con la elección general de presidente, Congreso y diversas gubernaturas, pondrá a prueba todos los acuerdos y tradiciones previas del trato entre México y Estados Unidos. Por primera vez desde que Pancho Villa invadió la población fronteriza de Columbus, Nuevo México, y el general Pershing entró al mando de la expedición punitiva a Chihuahua, "buscando a Villa, queriéndolo matar", México se convierte en tema electoral candente. Esto ocurre en el peor momento posible para México: en medio de una crisis económica, moral y política profunda, significada, entre otras cosas, por una debilidad creciente de las instituciones nacionales y de la idea del Estado, una enorme pérdida de confianza de la ciudadanía en los poderes públicos y una diplomacia que aún no prueba su capacidad de recordar y renovar, de acuerdo con una clara idea de nuestro pasado y de nuestro porvenir como nación independiente.

Inmigración. Narcotráfico. Justicia. Finanzas. Libre comercio. Súbitamente, México se convierte, por estos cinco motivos, en tema electoral norteamericano. Sólo una pasividad suicida puede imaginar a México inerme para darle respuesta al manipuleo político que, con más virulencia desde el lado de la oposición republicana, pero también con mal disimulada renuencia desde el lado del Gobierno demócrata, será inevitable durante 1996. México tiene respuestas. Ojalá tenga también resolución y habilidad diplomáticas. La inmigración laboral mexicana obedece a una demanda del mercado norteamericano. Nuestros trabajadores emigran a Estados Unidos porque son indispensables en tareas que los norteamericanos se niegan a cumplir, en la agricultura y en los servicios. Sin su contribución, habría escasez agrícola, precios altos y muchos servicios inexistentes en Estados Unidos. El inmigrante mexicano paga considerablemente más en impuestos (29.000 millones de dólares al año) que lo que recibe en prestaciones sociales.

Pero su presencia racial y cultural sirve de pretexto perfecto para convertirlos en chivos expiatorios de problemas de desempleo, gasto social y reconversión industrial generados en el propio Estados Unidos. Cada Gobierno, es cierto, deja que rueden las cosas. México, porque le interesa sobre todo la contribución del trabajador migratorio a la economía mexicana: 3.000 millones de dólares anuales. Estados Unidos, porque la ausencia de un acuerdo serio sobre migración le permite admitir trabajadores en tiempos de bonanza, hostigarlos en tiempos de penuria y manipularlos siempre en nombre de la defensa de la frontera, aunque el precio sea la ignominia del racismo y la xenofobia. ¿Cuándo se reconocerá que éste no es un problema policiaco, sino de flujo del mercado de trabajo, con responsabilidades para las dos partes? México debe invertir en las regiones, bien definidas, de donde emigran los trabajadores. Estados Unidos debe adherirse a las obligaciones internacionales sobre trato al trabajador migratorio y admitir sin hiprocresía la contribución de éste a la prosperidad de Estados Unidos. Ojalá que los trabajadores mexicanos encuentren un día trabajo en México. Pero ese mismo día, la economía norteamericana buscará mano de obra migratoria en otra parte.

México es el principal conducto de droga a Estados Unidos y Colombia el principal productor. Pero EE UU es el principal consumidor: sin la demanda norteamericana, no habría ni producción colombiana ni intermediación mexicana. Sin embargo, se sataniza y persigue la oferta y se santifica, de hecho, a la de-

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México y EE UU: los platos llenos

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