La generación de Maazel y Frühbeck
En un solo día hemos escuchado a Lorin Maazel, con la Sinfónica de Pittusburgo y a Frühbeck con la Nacional. Pertenecen ambos a unta generación abundante en nombres estelares, como son los de Boulez, Davis, Haitnik, Kleiber, Maazel, Abbado, Frühbeck, Ozawa y Mehta. Al mismo tiempo, posee características generales bastante diferentes de las promociones anteriores aun cuando no renuncie a asimilar ciertos principios válidos desde Mahler hasta nuestros días.Hizo Frühbeck -hoy director de la Opera y la Orquesta de la Radio de Berlín, como fue Maazel- un muy buen concierto. Su versión de la Sinfonía en si menor, rica en el plan dinámico, clara de textura y quizá más construida que fluyente. Superó la marca en Una vida de héroe, el gran poema sinfónico de Strauss que, con su siglo a cuestas, nos sorprende siempre por su fabulosa invención orquestal y su gran capacidad emocional. Se equivocaba en esto Romain Roland, pues todo el gran episodio final constituye una de las cimas emocionales del post-wagnerismo. Frühbeck narró con claridad y sosiego y sintió con intensidad y grandeza este canto a la vida heroica de todos los días. El éxito del maestro burgalés y la Nacional fue grande la intervención del concertino Víctor Martín.
Ciclo de Ibermúsica / Orquesta Nacional de España
Sinfónica de Pittsburgo. Director: L. Maazel. Obras de Bartok y Beethoven.Orquesta Nacional de España. Director: Frühbeck de Burgos. Obras de Schubert y Strauss. Auditorio Nacional, Madrid. 16 de febrero
Hace sólo un par de semanas escuchábamos a Lorin Maazel en el festival de Canarias. La sala de allí, el teatro Pérez Galdós, no posee la acústica del auditorio, y acaso por ello, Maazel desarrolló con mayor amplitud y mejor aireación el Concierto para orquesta, de Bartok, música fascinante, deslumbradora por el color y el virtuosismo instrumental y conmovedora por lo que tiene de mirada autobiográfica retrospectiva. También, pese a sus trancos de sutil ironía, por su auténtica potencia dramática.
Desde su juventud resplandece el Beethoven de Maazel, personal pero sin gratuidades y atento a subrayar la energética que impulsa la heroica en sus grandes líneas y a poner en claro los pequeños detalles. Hace de la marcha fúnebre una expresión de dolor íntimo, anima el scherzo con una pulsación que se diría biológica y rubrica las ricas Variaciones del Final, optimistas y a veces fulgurantemente torrenciales. El nuevo triunfo de Maazel y la excelente formación sinfónica de Pittsburgo hicieron imprescindibles dos obras fuera de programa: de Brahms y de Bizet.
Babelia
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