Los tentáculos del 'narcoestado'
El poder corruptor de los 'capos' de la droga invade a toda la sociedad colombiana y amenaza al Estado
A finales de los años setenta corrió el rumor de un negocio fácil entre los empresarios de Medellín. En un abrir y cerrar de ojos, 100.000 pesos (12.500 pesetas) se convertían en un millón. Muchos aceptaron el juego sin mayores miramientos. A fin de cuentas -se decían-, ellos sólo prestaban el dinero y recibían las ganancias cuando coronaba el negocio, hecho por otros en Estados Unidos. Uno de los que se negaron advirtió: "Se echó a rodar una bola de nieve que arrasará Colombia".Veinte años después, el fiscal de la nación, Alfonso Valdivieso, acepta que sólo dentro de cuatro generaciones podrá quitarse de encima Colombia el terrible peso de ser un país invadido por el dinero y el poder corruptor del narcotráfico. Este poder corruptor ha sido más visible en el deporte, la política y la justicia.
En los dos primeros, la competencia se volvió desigual para quienes no jugaran -en las canchas y en las urnas- con dinero sucio. Hoy, después de años de escándalos, el presidente de la Federación Nacional de Fútbol está entre rejas, implicado en el mismo proceso de financiación por el cartel de Cali -la mayor organización mundial de tráfico de cocaína- que hace tambalearse desde hace 17 meses al presidente Ernesto Samper. La larga lista de muertos refleja la ley impuesta por los narcos. "O se está con nosotros o se muere".
Pero los analistas e investigadores de este fenómeno dejan claro ahora que el narcotráfico no es el culpable de los males de Colombia: sólo agudizó una crisis ya vieja. "Colombia es un país autoritario donde nunca ha existido una sociedad civil. Todo el mundo ha querido emular a una clase dirigente que ha explotado el país. En este ambiente resultó fácil para la droga echar raíces", advierte el investigador Francisco Thoumi, director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de los Andes. El sacerdote jesuita Francisco de Roux está de acuerdo con este planteamiento: "Cuando el narcotráfico llegó había un proceso de desmoronamiento institucional muy profundo; por eso fue sencilla su penetración".
17 millones de pobres
¿Qué significa en la vida cotidiana vivir en un país narcotizado? ¿En qué se nota? "En las construcciones, en los autos, en el derroche de hiJo", fue la respuesta más repetida entre los ciudadanos consultados. Los millones de nuevos ricos, como se llamó en un comienzo a esta clase emergente, saltaron a la vista. En un país donde 17 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza sorprende la existencia de mansiones con grifería de oro.¿Qué es lo que más duele? "Los muertos que ha dejado; que seamos vistos como una nación paria; el horror que da a cualquier colombiano cruzar una frontera y presentar un pasaporte que automáticamente lo convierte en un camello", responden otros colombianos.
El analista Hernando Gómez Buendía señala los tres grandes daños que ha hecho el narcotráfico: agudizó el machismo, generó el culto al dinero fácil y dio poco valor a la vida humana.
No es difícil entender por qué se extendió tanto el culto al dinero fácil en un país donde un alto porcentaje de la población recibe el salario mínimo, sólo unas 15.000 pesetas al mes. Para un sector de la población, los mafiosos son un símbolo del éxito; una especie de héroes. Lo que vale es el billete.
Francisco de Roux añade a la lista de consecuencias del narcotráfico lo que él llama "oscurecimiento de la conciencia", que se refleja en la vida cotidiana. Este es uno de los muchos ejemplos que cita: "En el norte de Bogotá, en tiendas abiertas al público, se venden ordenadores sin impuestos, sin recibos. La gente no tiene ningún problema para comprar allí, aun a sabiendas de que ayuda a un negocio con un alto porcentaje de blanqueo de dinero negro". Este "oscurecimiento de la conciencia" se agrava en la actual crisis. Los campesinos que siembran coca se plantean este interrogante: "¿Por qué nos persiguen por sembrar coca si el presidente llegó al poder con el dinero que la coca produce?".
¿Hasta dónde llega el poder económico del narcotráfico? Francisco Thoumi, que realiza actualmente un estudio sobre este tema, cree que es algo muy difícil de determinar. Según este investigador, lo que llevó a la mafia a buscar apoyo en los niveles de más alto poder es la dificultad que existe en Colombia para blanquear dinero negro. Esto es lo que ha sacado en claro hasta ahora: con dineros negro se han comprado entre cuatro y cinco millones de hectáreas de las más ricas tierras ganaderas del país; los sectores más dispuestos al blanqueo son la construcción y el comercio. Y ha encontrado también grandes paradojas: la mafia invierte construyendo edificios. Pero quien blanquea en este caso es el comprador, un ciudadano corriente. Otra paradoja: las instituciones financieras -que según este investigador se han mantenido al margen de la mafia- tienen la obligación de averiguar de dónde viene el dinero de los depositantes. "Estamos convirtiendo así a estas instituciones en una especie de policía secreta", concluye Thoumi.
¿Tan difícil es para un colombiano corriente mantenerse al margen, no ser tocado por la mafia? Existen ciertas precauciones mínimas: pero si alguno de ellos está empeñado en comprarle o venderle algo es mejor no hacerse el remilgado. Un no puede significar la muerte.
Una mujer dedicada al turismo, sector en el cual se blanquea también mucho dinero, relata así su experiencia. "Si llega un tipo a comprar toda la primera clase de un vuelo y paga en efectivo, uno sabe inmediatamente de quién se trata. Por lo general, vuela solo con su querida de turno. Es imposible negarse a vender, entre otras cosas porque siempre tienen vigente el visado para viajar a Francia o Estados Unidos. Para este documento, paradójicamente, sólo se exige solvencia económica". "Colombia le vendió el alma al diablo, y ahora el diablo le está pasando la cuenta", dijo hace unos años, en medio de otro narcoescándalo, el parlamentario Carlos Lemmos, hoy embajador de Colombia en Londres.
Ahora que se empieza a destapar la olla podrida, el diablo le pasa la cuenta a una clase dirigente antes complaciente y hoy espantada. Muchos tiemblan ante la posibilidad de que su nombre aparezca en una lista de procesados por su relación con el narcotráfico, de que su teléfono privado figure en la agenda personal de uno de los capos detenidos, de que su nombre salga a relucir en las declaraciones de los testigos enfrascados en una guerra sin fin de un sálvese quien pueda de declaraciones.
Al resto del país, que observa entre atónito y escéptico esta exhibición de acusaciones, el diablo también le ha pasado, a cuentagotas, su cuenta. "Es imposible", dice uno de los investigadores consultados, "que en cualquier familia, desde las más pobres numerosas hasta las más encopetadas, no exista al menos un miembro tocado por la mafia. Es un fenómeno con muchos tentáculos, y en alguno de ellos se puede quedar atrapado.
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