¿De quién son nuestros genes?
La idea de que la naturaleza es un patrimonio universal, inapropiable y no patentable, ha sido abandonada o profundamente modificada. La rapidez de los hechos ha generado una ruptura con los conceptos tradicionales del derecho, sumiendo a los juristas en la perplejidad y poniéndoles ante situaciones de hecho en las que la fuerza de la realidad impone las decisiones a tomar. Por otra parte, las perspectivas de desarrollo de la biotecnología han convertido el problema de la propiedad intelectual de los conocimientos genéticos en un problema de Estado. Los países industrializados luchan por el control de los resultados de los proyectos de desarrollo de la biotecnología.La pregunta viene al caso del reciente descubrimiento del gen BRCA2, publicado en la revista Nature el pasado diciembre y cuya patente está sometida y, además, en litigio entre el CRC (Cancer Research Campaign, Reino Unido) y la compañía Myriad Genetics Inc. (Salk Lake City, Estados Unidos). Ambos reclaman haber sido los primeros en haber puesto la secuencia del gen y su potencial uso para el diagnóstico precoz del cáncer de mama en la lista de patentes. Myriad discutió un asunto parecido hace un par de años con el BCRA1, otro gen asociado al cáncer de mana. Los genes BCRA1 y BCRA2 tienen que ver posiblemente con la susceptibilidad a padecer el cáncer mamario. Si bien su función aún no se conoce, probablemente operen como genes supresores (anti-oncogenes), esto es, genes que normalmente reprimen el crecimiento celular. En todo caso, los genes BCRA se encuentran mutiados en una proporción muy alta de pacientes con cáncer de mama.La discusión sobre las patentes del material genético humano comenzó en octubre de 1991. Craig Venter dispuso de un procedimiento para detectar secuencias genéticas humanas y generar un banco de material genético correspondiente a aquellos genes que se expresan en el cerebro. Sus consecuencias constituían un material muy útil para la secuenciación de genes humanos por lo que Venter propuso al Instituto Nacional de la Salud de los Estados Unidos (el NIH) que patentará ese material. Se generó con ello una discusión que aún no se ha resuelto completamente. El panel central del HUGO, la organización que coordina el Proyecto del Genoma Humano, rechazó tal pretensión, arguyendo que no se pueden patentar los genes, sino su uso. Lo que es importante señalar aquí es que HUGO no puso en ningún momento en duda la validez de patentar los conocimientos genéticos humanos, sino la de patentar la estructura de los genes sin conocer su función y el uso que se hará de ellos.
El ciclo de la inversión, en la investigación genética, se cierra poniendo el producto en el mercado, protegiendo la propiedad intelectual y los derechos de su explotación. En el fondo de la cuestión está el concepto de "objeto biológico" en el universo del análisis científico y su transferencia al universo económico, donde se convierte en materia de intercambio.
Las actuales aventuras genéticas no reinvindican ética alguna y no se ciñen ni parten de sistemas de valores explícitos. Ello les da gran libertad para descubrir, pero contiene también su peligro. Por otra parte, son pocos los responsables políticos y judiciales que consiguen comprender la realidad de la biológica robotización, la informática y la ingeniería genética, todo en el mismo saco. Este vacío de referencias deja el terreno óptimo y libre para un mundo dirigido por contables, donde el material genético se convierte en una mercancía como otra cualquiera. Fernando Giráldez es catedrático de Fisiología en Valladolid.
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