Los comodines de Yeltsin
"Ningún nuevo invierno debe congelar nuestras relaciones; al contrario, debemos preparar nuestra segunda luna de miel", dijo un Yeltsin predispuesto a las confidencias a Clinton durante una larga conversación telefónica, y más tarde se lo reiteró al ministro alemán Klaus Kinkel, que había ido al Kremlin a preparar la próxima visita de Helmut Kohl. "Sigo convaleciente; los médicos me prohíben jugar al tenis", precisó, sugiriendo que todavía no sabe si su salud le permitirá ser candidato en las próximas elecciones presidenciales. No obstante, piensa hacerlo, y por eso ha lanzado una ofensiva de sonrisas a Occidente que ya ha dado sus frutos. El Consejo de Europa, que cierra los ojos ante la guerra en Chechenia, ha admitido a Rusia en su seno, y Clinton ha prometido ir a Moscú en abril para una reunión informal del Grupo de los Siete. De este modo, bajo la égida del presidente norteamericano, los siete países más ricos del mundo darán su aval al "amigo Borís" cincuenta días antes de la votación del 16 de junio. ¿Les interesa comprometerse con un candidato que no está bien situado -es lo menos que se puede decir- para que gane?En todo caso, el presidente ruso es consciente de que hoy no le basta con la bendición de Occidente. Con la esperanza de mejorar su imagen ante la opinión pública, ha cambiado a los ministros de Asuntos Exteriores y Economía. Esta tentativa, emprendida demasiado tarde como para que dé resultados antes del día fatídico de la votación, no es nada audaz. Pero Yeltsin ha debido de explicar a sus interlocutores occidentales que sus críticas respecto a estos cambios eran poco delicadas y carecían de fundamento.
Para empezar, el nuevo jefe de la diplomacia rusa, Eugeni Primakov, no tiene nada de halcón. Su pasado público -antes de sumirse en el anonimato durante cuatro años para dirigir el contraespionaje- basta para demostrar lo contrario. Nacido en Kiev en 1929, pero criado en Georgia, Primakov se especializó rápidamente en asuntos de Oriente, primero como corresponsal de Pravda en El Cairo y después con una carrera universitaria en Moscú. Arabista de renombre, en 1985 vio cómo se le confiaba la dirección del prestigioso Instituto de Asuntos Internacionales y fue admitido en la Academia de Ciencias. A Gorbachov le sedujo entonces su tesis sobre la inutilidad de las tentativas "de exportar la revolución" y de embarcarse en una carrera "para alcanzar y sobrepasar a Estados Unidos" en la economía. Gracias a esta alta protección, se eligió a Primakov para la presidencia del Sóviet de las Nacionalidades, y en 1989 se convirtió en miembro suplente del Politburó del PCUS. Si damos crédito al quién es quien en Rusia, fue el único judío de ese órgano supremo del partido. Después Gorbachov le encargó la imposible mediación entre Sadam Husein y los occidentales antes de la guerra del Golfo. Primakov habla de ello en su libro Missions à Bagdad (Editions du Seuil), donde uno se entera, entre otras cosas, de que tenía excelentes relaciones con los líderes occidentales. Finalmente, tras la división del KGB en varias ramas autónomas en 1991, Gorbachov le puso al frente del contraespionaje.
A partir de entonces, el retrato de este brillante polígloto se complica. En primer lugar, sorprende que Primakov no haya sido víctima de la purga de gorbachovianos emprendida por Yeltsin después de la división de la URSS, e incluso se haya permitido más tarde criticar la guerra en Chechenia. Otros se asombran de que haya aceptado su cartera seis meses antes de un probable cambio de Gobierno. Por último, a nadie se le oculta que tiene por misión mejorar las relaciones de Rusia con las ex repúblicas soviéticas de Asia y con Oriente Próximo, lo que constituye una preocupación legítima. Pero mientras dure la guerra en el Cáucaso, ¿no se trata de una nueva "misión imposible"? Sea como sea, no es serio considerar a Primakov un simple "hombre del KGB" porque su talla es completamente distinta (del mismo modo que George Bush no fue solamente "el hombre de la CIA").
La sustitución de Anatoli Chubais por VIadimir Kadanikov en la dirección de la economía ha suscitado las más amargas protestas en Occidente. El joven Chubais (de 41 años), con fama de ser el mejor alumno ruso del FMI, gustaba por su optimismo sobre los efectos saIudables de la política monetarista y su convicción de que incluso la peor de las privatizaciones vale más que el mantenimiento de un buen sector público. Pero sus fanfarronadas sobre los "50 millones de propietarios rusos" le hacían especialmente odioso para todos aquellos que sabían que se trataba de un cuento y que, en rea lidad, en Rusia sólo hay 50 mi llones de "nuevos pobres" que viven por debajo del umbral del mínimo vital. Por otra parte, si bien es verdad que Chubais logró reducir un poco la inflación a finales de 1995, no es menos cierto que los ingresos de la población disminuyeron en ese mismo año y el paro oficial mente reconocido se duplicó con creces (del 3,4% al 7,9%). Finalmente, el The Financial Times definió los métodos de privatización rusa como muy "opacos", mientras que el alcalde de Moscú, Yuri Lujkov, los considera directamente criminales y pide que su promotor comparezca ante la justicia. Borís Yeltsin, menos severo, afirma que el partido gubernamental perdió por culpa de Chubais el 10% de los votos en las elecciones a la Duma. ¿Por qué no lo destituyó a tiempo? ¿Por miedo al FMI?
La brutal política de restricciones presupuestarias ha creado en Rusia una situación "única en la historia de la economía mundial", por utilizar la expresión de Izviestia. Las empresas deben al Tesoro público 55 biIlones de rublos, y no han tenido medio de abonar ni las importaciones ni las penalizaciones por falta de pago. Como se sabe, los salarios se pagan asimismo con un retraso impensable en los demás países. Para enderezar la situación, Borís Yeltsin acaba de poner al frente de la economía a VIadimir Kadannikov, director de Autovaz, la mayor fábrica de automóviles rusos, que los occidentales conocen muy bien porque se compró en 1965 a la Fiat, llave en mano, y se implantó en Togliatigrado, una ciudad a. orillas del Volga, minúscula en aquel entonces. Para ser operativa, Autovaz tuvo que construir, a la vez que talleres, casas para sus obreros, guarderías, colegios, tiendas y clubes. Uno de los primeros en entrar, en 1967, fue el joven capataz de 26 años VIadimir Kadanikov, que subió todos los peldaños de la fábrica hasta convertirse en su director general en 1988, en tiempos de Gorbachov. Tras la división de la URSS y a causa de la política ultraliberal del equipo Gaidar-Chubais, la joya construida por la Fiat se sumió en "una pesadilla", según palabras de Kadanikov. Pero éste no ha tirado la toalla y se ha negado a delegar la gestión del sector inmobiliario y social en el Ayuntamiento. Más aún, en su fábrica, los salarios estaban rigurosamente ajustados a la inflación y se revisaban a finales de mes. Claro que este popular director de fábrica no tenía ninguna receta milagrosa para mantener el nivel de producción ni para, pagar regularmente las importaciones y los salarios. Hábil gestor, logró tapar los agujeros in extremis sin infringir demasiado la ley ni provocar demasiadas huelgas por el retraso en el pago de salarios. La política de rigor de Chubais en 1995 estuvo a punto de darle el golpe de gracia. Para reforzar el rublo, el precio de venta de los coches para exportación se fijó en dóPasa a la página siguiente
Los comodines de Yeltsin
Viene de la página anteriorlares para todo el año, mientras el rublo seguía depreciándose (por lo menos un 47% en 1995). "Sólo gano tres kópecs por cada coche vendido", señaló Kadanikov en su última entrevista en Togliatigrado. Esto quería decir que las cosas no podían seguir así y que, si se declaraba en quiebra, no sólo habría los 100.000 parados de Togliatigrado, sino 1,5 millones, contando los subcontratistas que trabajan para la fábrica. En diciembre de 1992, tras la dinúsión. de Egor Gaidar, VIadimir Kadanikov fue propuesto para el puesto de primer ministro. Sin embargo, su nombre no fue sometido al voto del Sóviet Supremo, quizá porque en aquella época se temía que subvencionara demasiado a las grandes industrias (y la del automóvil la primera). Ahora, Yeltsin ha decretado una amnistía para las importaciones no pagadas, y exige que cada empresa pague regularmente los salarios. No está claro que el Estado ruso tenga medios para esta política "socialmente orientada" -sobre todo si sigue tirando miles de millones al pozo sin fondo de la guerra del Cáucaso-, pero se pide a VIadimir Kadanikov que pruebe. ¿No suele decir que "en Togliatigrado se vive mejor que en las demás ciudades rusas"? Pero lo que habría sido posible en 1992, seguramente no lo es en 1996, tras la caída catastrófica de la producción, y ni siquiera entonces una política de reactivación de la producción habría dado resultados convincentes en seis meses.
Para mejorar su imagen, el presidente ruso acaba de elegir a dos hombres que se oponían a la división de la URSS -su principal obra- y que no son verdaderamente de su bando. Es una confesión de fracaso, pero no el medio para salir del punto muerto y reconquistar la popularidad perdida.
es especialista en cuestiones de Europa del Este.
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