El bailarín de España
Antonio, sin duda alguna, ha sido la personalidad más arrebatadora de todo el baile español. Y si hemos de elegir entre los numerosos elogios y calificativos que le han otorgado las más ilustres personalidades, nos quedaríamos con el justo y representativo de "el bailarín de España", porque nadie, absolutamente nadie, en toda la historia de nuestra danza, ha tenido los elementos naturales y el arte suficiente para el desarrollo y la imagen que él, en alto grado, ha conferido de manera decisiva a la grandeza y evolución de nuestro baile.Ninguna otra figura tan completa como él, y a pesar de ejemplos importantes, ninguna tampoco le superó en su amplia labor de creación, aportación y divulgación. Algún especialista, de hecho, habrá conseguido mejores matizaciones estilísticas, pero sólo Antonio fue capaz de destacar como maestro y genio en las distintas ramas del baile: regional, ballet español o escuela bolera, y sobre todo en el clásico español y en el flamenco. El, a diferencia del bailarín-or, supo dar el carácter adecuado y el tratamiento que precisaba la interpretación de cualquier estilo.
Su condición geográfica y su duende intuitivo le llevaron desde los cuatro años hacia una predisposición del ritmo y de la captación flamenca. Tras una ingenua andadura con Realito, su formación en el flamenco le llegó a través de Frasquillo, aquel que tenía una "combinación perfecta entre el movimiento de brazos y las maravillosas filigranas que ejecutaba con los pies", además de sus vivencias en cafés cantantes y compañías de ópera flamenca. Completó esta formación, ya en América, con la experiencia de Antonio Triana, siendo también muy positivos los contactos con Carmen Amaya y La Argentinita.
Cuando Antonio apareció en la escena española, en 1949, empezó a cambiar el panorama del baile, y sobre todo del flamenco. Su actitud profesional y su contenido artístico no tenían antecedentes, ni tan siquiera en Escudero, a pesar de sus intentos. Primero. vino a equilibrar el baile de hombre con respecto al de la mujer, mucho más preponderante históricamente. La realidad era que en ese momento el baile flamenco masculino estaba mal representado y escaso de firmes valores. De la vieja escuela habían desaparecido Antonio el de Bilbao y Frasquillo. El Estampío y otros maestros se dedicaban a la enseñanza. Vicente Escudero y Antonio Triana se prodigaban más en el extranjero. Los; ballaores flamencos, de limitados recursos para la evolución, daban colorido y carácter a los cuadros folclóricos teatrales, basándose en una patada por bulerías en la mayoría de los casos.
Antonio no sólo apareció como un gran técnico que destacaba por su agilidad, su limpia ejecución, su control orgánico y, sobre todo, por el sonido tan prodigioso de sus pies. El sonido de los pies no lo producen, como muchos puedan pensar, la preparación acondicionada del suelo del escenario y de las botas de baile, sino la habilidad y el talento del artista que sabe producir dicho sonido. Tenía, además, la adecuada expresión y el lenguaje emocional que produce en el baile ese tic español señalado por el crítico Vicente Marrero. También hay que advertir sus defectos americanos, como eran los saltos acrobáticos, excesivos rodillazos, exageradas poses y amaneramientos de dedos, que con el tiempo consiguió corregir.
Vicente Escudero aprovechó esta transición para meterse con Antonio, ya que no respondía plenamente a los enunciados de su Decálogo del baile flamenco. Una actitud en parte injusta, provocada en el inicio descendente de la carrera de Escudero, y aunque él sí respondía a la concepción pura de su baile, tras sus experiencias vanguardistas, en ciertos aspectos técnicos -como el del ritmo por ejemplo-, no podía equipararse con Antonio. La última actitud importante que se dio de estética y de estática de baile flamenco tradicional fue la de El Estampío (1879-1957), con el inri de que la mayoría de sus discípulos se fijaron más en sus pies que en sus brazos.
En 1952, con el estreno de la película Duende y misterio del flamenco, Antonio hizo un alarde de genial creación, bailando el martinete por vez primera en la historia del flamenco, fijándolo en el celuloide para su constancia histórica. Resulta impresionante ver esta interpretación debajo del Arco del Tajo, de Ronda, donde sin acompañamiento musical tiene la habilidad de dar vida a este baile, consiguiendo con los pies y el taconeo la intensidad de matices sonoros adecuados al martilleo y repiqueteo propio del carácter de este cante, con una compaginación de brazos y pitos. Abría así más posibilidades de enriquecimiento estilístico, lo que sirvió como ejemplo a seguir para otros artistas. Para Edgar Neville, el director de la película, "pocas veces se ha visto algo más bello, más emocionante que el baile por martinete de Antonio. Mi película recorrió el mundo entero, y gentes de las razas más alejadas de la nuestra, de la sensibilidad más remota y distinta, se levantaban del asiento en un momento dado, enloquecidas por el baile de Antonio, y gritaban como lo hacía también el público de Jerez y de Sevilla. Si no supiéramos que Antonio es un superdotado, un dios de la danza, su martinete hubiera bastado para atestiguarlo". Antonio, con una producción preferentemente andaluza, además de dominar todos los estilos del flamenco, entre los que destacan por su estampación personal el zapateado, la caña, el zorongo y los bailes por alegrías, supo coreografiar distintos bailes con elementos flamencos, como Los serranos de Vejer (1953), Cerca del Guadalquivir (1956), La Taberna del Toro (1956), Carcelera (1978), Resurrección de la petenera (1978) y otros muchos. Todos ellos con la participación de los mejores profesionales del baile, el cante y la guitarra, sirvieron para que Antonio, a lo largo de su vida artística, sentara las bases y la formación en el baile español de un concepto nuevo, definitivo y universal: el ballet flamenco. Bendito sea por ello.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.