Fumar es un placer
Esta obra trata de la pequeña miseria humana: de las gentes de la gran oficina, encerrados con el aire acondicionado, espiados, imbuidos de las envidias, el miedo, la sospecha. Su símbolo es el tabaco: son fumadores reprimidos, que ascienden a la terraza del edificio, a casi doscientos metros de altura, tocando las nubes con las manos. Ah, pero no llueve: es una obra escrita en la sequía, que es otro símbolo. La sequía y la esterilidad: "Histeria de un mundo binado desde hace años por la sequía y la esterilidad". Al final llueve., y algunos asuntillos se arreglan.La obra debía llamarse Antes de la lluvia; lo que pasa después no lo sabemos,, porque después, del chaparrón de teatro, y el abrazo amoroso entre la mujer estéril y el que se supone que es el único hombre entre un millón que podría fecundarla, no sabermos lo que pasa. O si lo sabemos, lo intuimos, lo imaginamos: hemos vivido otras sequías, y otras veces vinieron las lluvias. Pero la teatralidad está en dar un desenlace, y Sergi Belbel la cumple como en las más clásicas creaciones. Es una obra coral, donde los ocho personajes (que, a su vez, representan a otros, invisibles) tienen cada uno su parte, o particella, sus vidas y sus odios, envidias o serenidades.
Después de la lluvia
De Sergi Belbel. Intérpretes: Alfredo Alba, Luis Merlo, Amparo Larrañaga, Maribel Verdú, Ana Labordeta, Natalia Dicenta, Ángel Pardo, Paloma Paso Jardiel. Música: Óscar Roig. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Escenografía: Ana Garay. Dirección: Sergi Belbel. Teatro Albeniz, 2 de febrero de 1995.
En estas obras así, el peligro es que no pase nada: como Sergi Belbel, que es un dramaturgo más que un autor -respeta más la teatralidad y las originalidades de situación y escenario que la trama y la trascendencia-, lo sabe perfectamente, en ese no pasar nada pasan demasiadas cosas: un helicóptero se estrella, un jefe se arroja por la ventana, a la esposa de un informático la violan y la matan... Y hasta llueve.
Ese exceso pasa, sin embargo, sin causar la alarma y la desolación que su realidad produciría, sobre todo si se acumula en dos o tres días. Importa más el tempo chejoviano, el diálogo monologado y la medida de la vida cotidiana. Parece que hay un desequilibrio.
Es igual: pasa todo en poco tiempo, la escenografía es sugerente, los episodios breves tienen sus desenlaces, y el reparto es atractivo. Más por los nombres que por el resultado. Amparo Larrañaga encuentra un gran éxito en el papel de la secretaria rubia y tonta, la clase de chica americana de las películas, que habla como una descosida y es suficientemente imbécil: alguien (el director) le ha debido decir que la voz qué pone es admirable, y lo sería un momento, pero durante toda la obra el tonillo es insoportable. Fatiga.
Maribel Verdú, con un maquillaje de pelirroja que le hace más parecida a la ministra de Cultura que a ella misma, hace pensar que lo suyo es el cine, y eso no tiene por qué ser verdad: podrá hacer teatro. Natalia Dicenta está elegante y discreta; Luis Merlo se porta muy bien al principio, pero el destrozo final que le hace medio loco y enamorado de repente, le alcanza. Están bien los que pueden ser naturales: los otros hombres, las otras mujeres.
Para el público, la presencia de los jóvenes divos y el ingenio y la buena intención del autor fueron suficientes, aunque no bastante estimulantes. Aplaudió a gusto. Se refrescó con la lluvia escénica; y con las gotas que caían en la calle.