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10.000 almas de feria en feria

Vendedores legales e irregulares comparten madrugones y mañanas heladas en los mercadillos

Buenos galillos que no se cansan de vocear un precio, madrugones que sólo las siestas compensan... y muchas horas con los talones helados en el barro. Unos 10.000 vendedores ambulantes con sus familias recorren barrios y pueblos acarreando mercancía con la esperanza de que no llueva. O al menos no tanto como para que los clientes se queden en casa a esperar que escampe.A sus medios de producción tradicionales (una furgoneta o un camión desde que jubilaron los carros y las mulas, postes, maderas y plásticos para guarecerse y unas resistentes cuerdas vocales) la Comunidad de Madrid quiere añadir ahora el carné de vendedor profesional con una ley que regule la venta ambulante en toda la región. Una legalidad que ya se exige, pero que no todos los pueblos cumplen.

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Los que como Carmen, de 38 años y madre de cinco hijos, no pagan tasas por un puesto en el mercadillo, ni impuestos al fisco, se pasean por los pasillos del tinglado para pregonar cigarrillos y frutas, que se esconden bajo la chupa nada más asoma la gorra de plato de un policía municipal "Primo, ¿vienen? ¿Ya vienen?", se apura un hombre con unas prendas entre los dedos. En quienes a la ilegalidad suman su situación irregular en España, el miedo se convierte en pavor.

El horario comercial de los ilegales depende de un minutero que sigue los pasos de un uniforme azul. Mientras la pareja de policías avanza hacia el otro extremo del rastrillo no hay peligro. Sólo vuelven sobre sus pasos cuando llegan al último tenderete. La rutina alivia.

Carmen se dolía el viernes en el mercadillo de Leganés del monopolio de los legales. "Si no tienes un puesto desde 1978 o 1980 no tienes nada que hacer", se queja. con una ristra de ajos en mano de la que hace apología a voz en grito. "Los legales hicieron un círculo cerrado, se mueve siempre la misma gente, para nosotros no hay oportunidades" dice. "¡Yo daba cualquier cosa por un puesto!".

Miguel, de 41 años, vendedor ambulante de zapatos, disfruta la suerte de dar sólo dinero por ese puesto como el que desea Carmen: 76.000 pesetas al año por sus seis metros junto a la calzada para una colección ordenada de cajas de cartón. Un par de zapatillas de paño, 495 pesetas. A sus espaldas, un barrizal sobre el que docenas de furgonetas de todos los tamaños descansan hasta las dos de la tarde. A esa hora volverán a llenar sus tripas de ropas, las frutas sobrantes y los hierros del tenderete.

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La defensa de las mellizas

Miguel asegura que en su mejor día no recauda más de 60.000 pesetas. Muy poco comparado con las más de 100.000 (la mitad se las lleva limpias) que guarda en el bolsillo Pilar, de 25 años cuando a las dos de la tarde ella y su hermana melliza levantan su puesto de ropa interior. Bragas: a 500 y 600 pesetas."Me defiendo bastante bien, porque yo vendo cosas necesarias, que hay que renovar de vez en cuando", explica. Pilar está soltera. "Nací así, qué se le va a hacer", graceja.

Su cruz es el frío. "En verano te echas agua y aguantas, pero en invierno pasa! un frío que te mueres". A Carmen no hay helada que le arredre. La animan las bocas de cinco retoños. "El que algo quiere, algo le cuesta", sentencia, "no me importan el frío ni los madrugones".

José Hernández, vicepresidente de la Asociación de Vendedores Ambulantes, se queja de la montaña de facturas que les toca pagar, y lucha por conseguir licencia para un mercadillo, diario, por lo menos. Martes, Toledo; miércoles, Torrejón de Ardoz; jueves y sábados, junto al cementerio de la Almudena; viernes, Leganés. Cinco días de trabajo le parecen pocos. "Necesitaría uno más, pero no lo dan", se resigna.

Buena parte del mercadillo de Leganés está copado por los fruteros. Algo que al director de Comercio del Ayuntamiento de Madrid, Antonio López Morillo, no le gusta. Él está preparando una nueva ordenanza sobre venta ambulante, que anuncia para dentro de un par de meses. Con esa normativa pretende prohibir la venta de cualquier producto perecedero en mercadillos. (Calabacín, "de cine", 299).

Los asiduos del mercadillo valoran sobre todo los buenos precios de los artículos. Una señora explica sin soltar el carrito de la compra que acaba de hacerse con unas hombreras por 200 pesetas. En la tienda le costarían 300. "Veinte duros de aquí y otros veinte de allá.... al final son muchos veinte duros".

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