_
_
_
_
_

Escuela de frutas y patatas fritas

En el mercadillo de Leganés (178.000 habitantes) se vieron el viernes pocos niños. El horario de los rastrillos (de 9.00 a 14.00) es incompatible con las clases. Sólo algunos bebés acompañan a sus madres y abuelas, que alternan cochecitos y carros de la compra. Pero algunas niñas gitanas se encargan de llevar voces infantiles a los tenderetes.Antonia, de 37 años, se ha levantado "a las siete de la madrugada" para colocar sus frutas y verduras. En sus faldas anchas se cobija una diminuta belleza. Gema, enfurruñada, alimenta sus tres años morenos con una bolsa de patatas fritas. Aún no va al colegio. Tampoco Visi, su hermana, pese a que ya tiene 10: "No he ido a la escuela porque tenemos que vender fruta; voy cuando puedo, pero mi madre me ha aprendido a sumar las cuentas y a poner mi nombre".

Más información
10.000 almas de feria en feria

Sabe que cinco kilos de naranjas cuestan 250 pesetas. Y sabe entregar la vuelta. Su madre quizás ignora que privar a su hija de asignaturas menos útiles, a su entender, que la propia vida de feriante le puede costar el mal trago de una intervención de las autoridades autonómicas, que pueden llegar a retirarle la custodia de la pequeña. Y tal vez tampoco piensa que su hija quizá tenga que buscar otro medio de vida en un milenio distinto.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_