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Socavando su propio suelo

Parece como si lo hicieran aposta. No satisfechos con los votos perdidos desde las elecciones de 1993, los socialistas dan la impresión de que desearan seguir perdiendo votos para quedarse finalmente con los irreductibles, los que, pase lo que pase, votarán sus listas sin dudarlo, los fieles, los convencidos. ¿Cuántos son? Si se repitieran los peores resultados obtenidos por el PSOE desde su abrumadora victoria de 1982, el porcentaje de sus futuros votantes no debería caer por debajo del 30%. Para mantener ese confortable suelo, los notables del socialismo se dejaron embeber en el falso debate sobre la sustitución de González y cerraron filas en torno a su enésima candidatura. Como siempre, González era su máxima baza porque nadie como él ofrecía la garantía de progreso con tranquilidad que llevó al PSOE hace 14 años una riada de votos.Pero desde su derrota en las recientes elecciones autonómicas y municipales, al suelo del PSOE no le salen más que socavones. Por una parte, sus adversarios continúan mordiendo en el terreno por donde más había crecido a comienzos de la pasada década. El voto urbano, profesional, de nuevas clases medias y, lo que no es moco de pavo, el de quienes no tenían más de 10 años cuando Felipe González ya estaba ahí de presidente y que andan hoy entre los 18 y los 25 años de edad, ha huido del PSOE y, libre de miedo a la derecha, se dispone a culminar masivamente su marcha al PP. Si la, corriente iniciada en las elecciones de 1989, confirmada en las del 93, acrecienta su caudal, entonces el voto de progreso se habrá desviado por un largo período del territorio socialista, dejando su suelo sembrado de boquetes.

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Quedaría el refugio del voto de la tranquilidad, que fue también desde 1982 parte sustancial del triunfo socialista y que se ha mostrado más reacio a abandonarlo. Lo constituyen personas mayores, con estudios primarios, habitantes de núcleos rurales, jubilados, pensionistas, trabajadores de baja cualificación, situados en los bordes del desempleo y muchas amas de casa. Su voto, por cierto, vale exactamente igual que cualquier otro, pero por su misma naturaleza puede muy fácilmente cambiar si perciben en el horizonte una amenaza a su precaria seguridad personal.

Al mantener a, Felipe González como cabeza de lista, los socialistas pretendían enviar un mensaje de tranquilidad a su electorado más fiel con objeto de no erosionar lo que juzgaban su más firme suelo. Pero al hacerlo cuando una imparable institución del Estado, el Tribunal Supremo, ha abierto un alto grado de incertidumbre sobre su futuro, procesando a un ex ministro del Interior cuyo destino aparece, por decisión de los interesados, inextricablemente unido al del mismo presidente, el mensaje de tranquilidad se tiñe de inquietud y desánimo. González jamás ha querido aceptar responsabilidad política alguna por la actuación de los GAL. Nadie, en su partido, la ha exigido ni a él ni a su ex ministro: de eso, sencillamente, no se habla. Dejaron, pues, toda la palabra a los jueces, despreciando como moralista cualquier otra salida a su imparable marcha hacia el desastre. Y, como era inevitable, un juez ha tomado la palabra y sus efectos no pueden ser, no ya penal sino políticamente, más devastadores.

Pues ahora, al mantener en sus candidaturas a políticos procesados o que pueden ser llamados a declarar y al recurrir a un lenguaje apocalíptico -si muere uno, todos muertos-, los socialistas sitúan a unos electores que han buscado en ellos un "referente de tiranquilidad" ante una radical inseguridad. Y como nadie, y mucho menos que nadie la gente mayor, está obligado a ir a las urnas como si marchara a la guera, no sería extraño que cundiera la deserción. Si hace años se produjo en el suelo del PSOE un socavón por la parte del progreso, ahora, por haber forzado al límite la confusión entre política y judicatura, puede salirle otro, enorme, en la zona de la tranquilidad.

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