De lo inútil a lo inmoral
Embargos y sanciones internacionales contra un Estado para aislar a un régimen criminal son instrumentos que en ocasiones han dado los resultados apetecidos, como demuestran el caso, de Suráfrica ante todo y -en mucho menor medida- el de Serbia y Montenegro.Pero cuando un embargo internacional ha demostrado sobradamente que sus principales víctimas no son sus destinatarios deseados, los gobernantes merecedores del oprobio internacional, sino una población inerme, las sanciones y el bloqueo carecen de sentido político. Inútiles, acaban siendo inmorales.
Sin objetivo alguno, sus consecuencias devengan devastadoras para la población civil y especialmente para los más débiles, los más pobres y los niños. Acaban constituyendo un intolerable castigo sobre seres indefensos en un baldío intento de impulsarlos a acometer lo imposible, la rebelión contra el régimen a castigar. Intentar presentar el embargo internacional contra, Bagdad como un acicate para la insatisfacción popular y por tanto a la rebelión popular en un Estado como el iraqui, es un sarcasmo. En ciertos estados de postración -civil, social, individual física-, la debilidad hace imposible hasta la ira y. Sólo genera resignación, apatía y muerte.
Cuando se cumplen cinco años del comienzo de la guerra del Golfo, es hora ya de decir basta al embargo impuesto después de la contienda contra Irak. Aquellos que, cuando militarmente podían con facilidad, no quisieron acudir a, Bagdad para acabar con el detestable régimen de Sadam Husein, no deben seguir imponiendo a la comunidad internacional una política cuyos únicos efectos reales se miden en muertes de lactantes y el daño irreversible para la salud de generaciones enteras de iraquíes.
Nada que objetar a cualquier método, incluso el menos ortodoxo, para acabar con un tirano de la catadura de Sadam Husein, que siempre será una amenaza para la seguridad de sus vecinos. Pero Sadam es ante todo un terrible castigo para la población iraquí. Bien hubiera merecido ésta, tanto o más que la kuwaití, ser liberada de su siniestro líder por la Operación Tormenta del Desierto.
Se le negó porque no convino al alto mando norteamericano. Las tropas aliadas se retiraron -sin entrar en Bagdad, como si en 1945, después de liberar Polonia y Francia, las tropas soviéticas y norteamericanas se hubieran parado en el Rin y el Odra, proclamado el fin de las hostilidades, y permitido a Hitler seguir tratando a los alemanes a su antojo.
Mantener hoy por ello el embargo como supuesto instrumento para inducir a un derrocamiento de Sadam Husein es una actitud tan falaz e inmoral como inútil. Ábranse los puestos fronterizos de una vez por todas y suminístrense a la población iraquí los alimentos y las medicinas que las generaciones más jóvenes necesitan. La comunidad internacional no puede asumir la responsabilidad de diezmar a la población joven iráquí, ni aun en el supuesto de que el embargo estuviera realmente minando las estructuras del régimen de Sadam Husein. Que el régimen del dictador podría utilizar ciertos medios a su disposición para paliar la miseria actual de sus ciudadanos es tan cierto como es necio o hipócrita esperar que realmente lo haga conociendo su naturaleza.La ayuda a las poblaciones víctimas de la desgracia colectiva -no otra cosa es aquel régimen para los iraquíes- siempre debe tener prioridad sobre el castigo a los culpables de la misma. Ésa fue siempre la máxima de la ostpolitik y de todo el proceso de Helsinki. Siempre, salvo en contadas ocasiones de ofuscación anticomunista pararreligiosa, primó el interés de paliar desdichas de las poblaciones frente a las tentaciones de castigar a los regímenes comunistas.
Durante la vigencia de la ley marcial en Polonia, a partir de diciembre de 1991, se multiplicaron los envíos de bienes desde Occidente hacia aquel país. Nadie pidió un embargo total. Y nadie interpretó la ofensiva humanitaria como una ayuda al general Jaruzelski. A la vista están los resultados, ya en los libros de historia. Si alguien tiene mucha prisa por acabar con Sadam Husein lo que no parece ser el caso debe declararle la guerra al régimen de Bagdad, asumir los costes de la misma, enfrentarse a su ejército y no cejar hasta su derrocamiento por las armas. Mantener esta interminable agonía del embargo general es librar una cruenta guerra contra el torturado pueblo iraquí, sus ancianos y sus niños.
Reconózcase de una vez y enmiéndese una medida tan inútil como vergonzante. La lucha contra un criminal no puede llevar a la comunidad internacional a condenar a la miseria, la enfermedad y el hambre a sus principales víctimas.
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