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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Por las armas

EN EL año que acaba de terminar, ETA asesinó a un total de 15 personas, 8 de ellas en diciembre. La cifra es similar a la de los dos años anteriores (14 y, 13 víctimas mortales, respectivamente) y netamente inferior a la media de la última década (29). Las intenciones desestabilizadoras de los terroristas se pusieron también de manifiesto en sendos atentados fallidos contra el Rey y con tra el líder de la oposición, José María Aznar. Pero 1995 fue además el año de aparición de un fenómeno nuevo en el mundo del radicalismo proetarra: el de los grupos juveniles de acoso, con rasgos de violencia fascista, especializados en sabotajes -en particular, contra vehículos, de miembros de la Ertzaintza- y agresiones a ciudadanos pacíficos, especialmente manifestantes por la liberación del industrial secuestrado José María Aldaya. La combinación entre esas agresiones y los atentados indiscriminados del último mes ha contribuido a aumentar simultáneamente el rechazo y el temor de la mayoría de los vascos contra ETA y su entorno. Pero los propios terroristas interpretan ambas cosas como una prueba de que están más cerca de alcanzar sus objetivos. Así lo explicaba un texto de KAS difundido el pasado domingo y cuyo mensaje central es que, gracias a la "acumulación de fuerzas" que, suponen los sabotajes y los asesinatos, ETA conseguirá pronto forzar una repetición del escenario negociador de Argel. Concluye que las ekintzas (acciones) son "imprescindibles para acercar la inexorable salida negociada". Los redactores recuerdan al respecto que también antes de Argel hubo atentados con muchas víctimas, como los de- Hipercor y Zaragoza. Por lo demás, no se consideran obligados a justificar esos atentados, a explicar por qué merecían morir o quedar mutiladas las víctimas del coche bomba de Vallecas o las del Valencia y León, por ejemplo. Los crímenes se legitimarían automáticamente en la medida en que sirvieran para acercar esa negociación.

Hace unos días, la policía autonómica vasca detuvo en Vitoria a los componentes de un comando que se disponía a iniciar una serie de atentados, comenzando por el asesinato, previsto para la última semana del año, de dos agentes de la Ertzaintza, a los que seguiría, entre otros, el del consejero vasco Atutxa. Al día siguiente, Herri Batasuna condenaba tales detenciones por entender que las mismas suponen "una apuesta [de la Ertzaintza] por aplastar con las armas la disidencia política en Euskadi".

Esas detenciones, concluía el comunicado, conducen a los vascos a la vía del enfrentamiento". Entre los objetivos de los activistas que según HB no debieron haber sido detenidos figuraban también dos policías nacionales y los dirigentes locales de Unidad Alavesa y nacionales y del Partido Socialista de Euskadi.

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Por su parte, en la reivindicación por ETA de sus más recientes fechorías, publicada el último día del año en Egin, los encargados de la parte literaria del asunto exigían en tono solemne que se respete la decisión de los ciudadanos vascos y, para ello, "el cese de la amenaza de las armas". El País Vasco, argumentaban, está ocupado por una "fuerza armada extranjera", lo cual legitima el recurso a "todas las vías" necesarias para acabar con la "opresión que padece Euskal Herria" y que convierte a los vascos en "extranjeros en su propio país".

Ningún testigo neutral podría concluir que tal opresión sea constatable a la vista de la actitud de los supuestos oprimidos: son ellos quienes impiden a la mayoría ejercer su derecho a manifestarse, quienes obligan a quitarse el lazo azul a los pocos que osan desafiar sus órdenes, quienes jalean a los que ponen bombas en supermercados. Y quienes, tras hacerlo, van a celebrar su heroica resistencia tomando unos vinos. La distancia entre la realidad y su alucinación es tan enorme que incluso Elkarri, el grupo nacido para facilitar la salida negociada que ETA pretende, ha sentido la necesidad de tomar distancias;. Aún hay en su comunicado distingos bizantinos entre víctimas civiles y las otras o entre secuestros largos y normales, pero, en definitiva, les da vergüenza comulgar con las ruedas de molino de los portavoces literarios de ETA y les piden esto tan sencillo: que dejen de matar. Lo mismo que el 85% de los vascos. Los únicos que tratan de imponerse por las armas son quienes hacen oídos sordos a esa aspiración de la mayoría.

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