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Una mofeta en Madrid

Una mofeta, cuentan los periódicos, se asomó al balcón del Ayuntamiento de Madrid para pregonar la Navidad en compañía de otras bestezuelas de peluche y de un alcalde más melifluo que nunca con motivó de tan señaladas fechas. La susodicha mofeta carecía absolutamente de referencias alegóricas a cualquier tipo de pestilencia ciudadana. La mofeta Timón no es como el oso "antimorosos" que perseguía el alcalde, la mofeta Timón ni siquiera apesta, pues ha sido convenientemente desodorizada en la factoría Disney y preparada para pregonar las navidades, el carnaval, o las rebajas del hipermercado, el vídeo de la película o los menús de una cadena de burgers.Los niños son un público agradecido y fiel y da gusto organizarles festejos: Bajo el frío y la lluvia, y sobre los hombros de sus padres, los niños esperaron en la plaza de la Villa a que el alcalde y sus muñecos ejecutaran su pantomima navideña, sin el menor atisbo de espíritu crítico. Al presentarse entre la comparsa de muñecos animados con su sonrisa de los domingos, quizá el alcalde Álvarez del Manzano estaba haciendo propaganda subliminal de su figura política con vistas al futuro, tratando de grabar en la retina del público infantil su imagen amable como un muñeco más de la alegre pandilla multinacional formada por las criaturas virtuales de Walt Disney, mesías congelado y criogenizado que un día resucitará chorreando de entre los muertos para proclamar su imperio. Hasta, que llegue el día señalado son muchos los precursores y propagandistas de su evangelio. Es verdad que muchos lo hacen sin fe y a cambio de recompensas materiales, pues todo lo que toca la varita de Disney se hace dólar, pero también existen auténticos apóstoles, desinteresados, y animosos, como el alcalde de Madrid, que ceden en el balcón de su casa, que en este caso es la nuestra, para que una mofeta de testimonio de su amor a la Navidad y a sus patrocinadores. Y lo ceden, se supone, sin afán de lucro, quién sabe si incluso pagando, tal vez por pura fe en el mensaje ultraconservador y ternurista que se desprende de la Arcadia disneyana, o al menos en las leyes y códigos del mercado virtual en el que el nombre de la marca culmina la pirámide del éxito y del beneficio.

Hoy, una mofeta pregona la Navidad; mañana, hipopótamos huérfanos, cocodrilos disléxicos o pingüinos daltónicos recién salidos del arca de Disney intervendrán en los mítines electorales y en los debates de la televisión. Hasta ahora, los altares de Disney se levantaban en los grandes centros comerciales, lugares propicios, adecuados templos consagrados a su culto fenicio, donde, con motivo de campañas de, incremento del consumo infantil, se erigían efímeros y fastuosos decorados de película y los niños, catecúmenos del consumismo, comulgaban con los sacramentos del merchandising de turno pegatinas de Gulliver, sudaderas de Aladino o monigotes de la Bella y la Bestia.

Cada nueva edición de la saga de Disney genera multitudinarias romerías, animadas ferias y zocos florecientes. Cada nueva entrega de la eterna película disneyana mueve un mercado de considerables proporciones, amplificado y promocionado hasta el hartazgo por los medios de comunicación, siempre obedientes a la llamada de los clarines de la fama y receptivos a los dones que el cuerno de la abundancia de la publicidad derrama en tales ocasiones.

Pero no se, conforman las insaciables bestezuelas animadas con sus reservas comerciales. La invasión de la Casa de la Villa, rendida por el Ayuntamiento a los simpáticos asaltantes con motivo de la Navidad, puede ser el primer paso en una escalada imparable. No se contentará esta fauna asilvestrada con figurar como comparsería de lujo en desfiles y cabalgatas. Con el pregón de la mofeta se ha sentado un precedente, por primera vez una de estas criaturas ha tomado la palabra en nombre, de su especie en un acto protocolario y oficial. A partir de ahora, esta pandilla no se limitará a gruñir, rugir, aullar o cacarear, han ganado su derecho a opinar y habrá que contar con su opinión y aplaudir su discurso como hizo nuestro primer edil.

Ya había dado muestra el Ayuntamiento madrileño de su adscripción a la estética Disney, por ejemplo en materia estatuaria, elevando monigotes a la categoría de monumentos, véase la Violetera, o construyendo pedestales para cabras y rebecos en Arturo Soria. En el futuro, la mística inspiración disneyana acabará entronizando a Pocahontas en un monolito en el corazón del Retiro para compensar las malas vibraciones del Ángel Caído, cuya imagen de marca, por el momento, aún no ha caído en poder de la todopoderosa factoría.

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