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Ansón y la Monarquía

Hay gente a quien la lectura de una crítica desfavorable a un libro propio le mueve a una reacción de indignación desmesurada. Éste -creo- fue el caso de Luis María Ansón, quien dedicó al autor de estas líneas su Don Juan de Borbón con elogio tan desmesurado como calificarlo de "historiador excepcional", y, acto seguido, cuando leyó mi opinión escrita, me hizo pasar a la condición de "el pobre Tusell". Escribir en este país es siempre llorar, pero nadie debiera considerar su obra tan importante como para justificar ese género de cabriolas.No creo padecer ninguna especial molestia al leer los sucesivos artículos que acerca de mi libro Juan Carlos I: La restauración de la Monarquía viene publicando el diario dirigido por ese cambiante emisor de juicios. Leo las observaciones que desde esas páginas se me han hecho y las advierto divididas en tres grupos precisos: insultos, minucias e incongruencias. Aunque uno es de natural pendenciero, sabe bien que lo más simple es responder a los primeros con idéntica moneda, pero eso te impregna de idénticas características de quienes iniciaron la ronda. No tengo tampoco tiempo para minucias e incongruencias del género de exigir a un autor que cite libros sobre las operaciones militares de la guerra civil en un libro sobre don Juan Carlos. Las dejo al simple sentido común del lector. A él le transfiero, además, la emisión de una opinión sobre lo que no tardará en suceder: pasado mañana, una foto mía en el diario de Ansón con rostro grotesco, y, al día siguiente, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid o haciéndolo fluir por Zaragoza, un juicio devastador sobre no sé qué supuesta opinión mía con el inevitable encabezamiento de "se comenta en todo Madrid... ". Ganas de malgastar papel prensa.

En realidad, si Luis María Ansón ha desplegado una turbamulta de domésticos y de seudónimos, dotados de más que sospechosa vehemencia, es por la sencilla razón de que en mi libro se da sobre la causa monárquica y sobre él mismo en ella una interpretación muy distinta de la suya. Como dice un académico de la Historia -cuyo nombre no revelaré, salvo tortura-, su Don Juan de Borbón pertenece a un curioso género híbrido entre la novela y la historia, mucho más cercano de la primera que de la segunda. Eso le permite aderezar su texto con todo el picante rijoso y sicalíptico de la novela verde de principios de siglo, con paréntesis digresivos sobre muslos y otras intimidades, al mismo tiempo que trata de la Monarquía y la mística. En su interpretación histórica, en cambio, resulta mucho menos brillante que en esas amenidades. Ansón tiene el mérito de tratar de una persona que merece todo respeto, e incluso devoción, como es don Juan de Borbón, y de haber traído a colación sus recuerdos personales y alguna documentación de archivo. Su interpretación resulta, sin embargo, poco profesional e incorrecta porque atribuye una influencia por completo desmesurada a Sainz Rodríguez, hasta hacerle el deus ex machina de la política española desde los años treinta hasta la transición, algo por completo insostenible. Además, a mi modo de ver, maltrata, sin ninguna justificación, a algunos importantes consejeros de don Juan, como Pemán y Pabón. Por si fuera poco, las personas de sangre real que aparecen en su libro -don Juan, don Juan Carlos...- resultan poco menos que peleles en manos de sus consejeros y carecen de nada parecido a un mínimo de grandeza. Del segundo no se toman en consideración, a mi modo de ver, de modo suficiente, ni sus dificultades objetivas, ni sus manifestaciones clarísimas sobre el futuro español. No puede extrañar, por tanto, que tras leer el libro, Pilar Urbano se declarara un poco republicana. Entre muchos monárquicos, el libro de Ansón causó sorpresa y desasosiego. La interpretación que en mi libro se hace está muy alejada de la suya. Creo, en primer lugar, que el papel que atribuye a Sainz Rodríguez resulta desmesurado; aparte de ello, en mi libro se prueba que el consejero de don Juan trató de evitar en todo momento que éste renunciara a sus derechos en favor de su hijo. A mi modo de ver, por otro lado, quienes dirigieron, en realidad, la causa monárquica y fueron artífices esenciales de que se llegara en su momento a la restauración fueron los propios don Juan y don Juan Carlos, cuyo acuerdo, en lo fundamental, nunca se puso en peligro porque se basaba en una concepción idéntica del programa de la Monarquía, aunque en ocasiones las estrategias fueron distintas. No les guiaba la pura ambición de poder, sino una voluntad de reconciliación. En este punto, además, en mi interpretación aparece el mismo Ansón como protagonista de la causa monárquica. Es comprensible que se haya atribuido una importancia desmesurada en ella, pero no lo es tanto su olvido de lo que fue su propia posición. Ansón, que ya iba aficionándose en exceso a administrar la Monarquía, fue muy a menudo valiente, pero tuvo también actuaciones tortuosas y más que discutibles que hacían un muy escaso favor a esa causa. En mi libro he tenido que dar cuenta de ellas.

No he buscado dar de su actuación una imagen malintencionada, sino que me he encontrado con esta realidad en los documentos y la he descrito procurando, además, librarla de una posible exhibición de textos que pudiera ser indiscreta o denigratoria (y que tengo bien a mano). He utilizado muchos archivos privados y me he entrevistado con un número elevado de personas, incluido el protagonista de mi libro, pero no tengo ninguna pretensión de haber escrito un libro oficial ni oficioso y soy consciente de que mis interpretaciones pueden ser discutibles en más de un punto. Bueno sería que Ansón dijera algo concreto al respecto. Pero una discusión no empieza despellejando de entrada a quien discrepa y utilizando, además, personas interpuestas y toda la artillería gruesa de un periódico mientras uno se oculta tras pantalla. Luis María Ansón lleva más de un año eludiendo -con éxito- la discusión sobre el contenido de su libro cuando se nos convoca a ambos para tratar del particular. Ahora me crucifica con el sano propósito de seguir pontificando sobre una cuestión que debe considerar coto propio y reinventar, de paso, algún aspecto de su biografía.

La acusación más chocante con la que se me obsequia,a través de intermediarios, es la de adulación. No creo practicarla pero sí estoy seguro de que a menudo en España los monarcas han sido mejores que algunos de los monárquicos. En España, la Monarquía es de todos y es tan estable que incluso permite el lujo de soportar injustificables pretensiones de monopolio. Quienes hablan con voz pomposa y engolada de la Monarquía y pretenden administrarla se suelen quedar en pelmas, pero hay ocasiones en que, de puro obsesivos, pueden resultar también un engorro nacional.

Javier Tussell es historiador.

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