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Competir para ganar

Competir para ganar no es sólo el primer derecho sino la primera obigación de todo partido político. Como escribió Edmund Burke en la segunda mitad del XVIII, el primer objetivo de un partido no puede ser otro que intentar hacer realidad "su programa de gobierno" y eso sólo puede conseguirlo "con todo el poder y la autoridad del Estado". "Puesto que este poder se halla vinculado a determinadas situaciones, su deber es competir por las mismas".No hay sistema político democrático que pueda funcionar bien, si los partidos políticos no compiten con todo lo que tienen para intentar ganar. La alternancia en el poder tiene que producirse, pero tiene que producirse en buena lid, sin predeterminar de manera fraudulenta el resultado de la competición.

Cuando esto no ocurre, lo que se produce es un simulacro de competición, que acaba viciando el resultado de las elecciones y generando como consecuencia de ello un déficit de legitimidad en el conjunto del sistema.

Sorprendentemente esta reflexión es la que ha estado ausente de la manera más absoluta en toda la polémica sobre la oportunidad de que Felipe González repitiera o no como candidato a la Presidencia del Gobierno en las próximas elecciones de marzo. Y sin embargo, era la primera que había que tomar en consideración.

Porque una de las trampas que acechaban a las próximas elecciones era su devaluación como consecuencia de la predeterminación del resultado de las mismas por la propia configuración de las candidaturas con posibilidades de ganarlas. Este ha sido el objetivo de la "brutal cacería", en expresión de Jordi Pujol, contra el presidente del Gobierno desatada desde el 6 de junio de 1993. No solamente se pretendía con ella debilitar al Gobierno del PSOE, a fin de que el PP pudiera ganar las próximas elecciones, que es algo perfectamente legítimo, sino que se pretendía crear las condiciones para que la victoria del PP estuviera garantizada de antemano, que ya no lo es tanto. Éste era el sentido de la exigencia de que Felipe González se fuera. Si se va Felipe, no habrá crispación durante la campaña electoraI. Si se queda, la habrá. En el fondo de lo que se trataba era obtener la garantía de la derrota del PSOE antes de empezar el proceso electoral propiamente dicho.Y éste es un chantaje inaceptable para el PSOE en particular y para los ciudadanos españoles en general. Para el PSOE habría supuesto un tal deterioro en su credibilidad como partido de gobierno que habría tardado mucho tiempo en recuperarse y poder competir en cuanto tal. Un partido que cede ante una presión de esta naturaleza acaba perdiéndose el respeto a sí mismo y se lo acaban perdiendo los demás. Para los ciudadanos españoles habría supuesto escamotearles la posibilidad de que sean ellos los que realmente decidan qué dirección política debe tener el país en un momento tan importante como en el que estamos. Afortunadamente el chantaje ha sido resistido y vamos a tener unas elecciones competidas no sólo desde un punto de vista formal sino también desde una perspectiva material. Las elecciones de marzo no están predecididas. Hay que ganarlas. Y esto es bueno para el PSOE, pero también para el PP. Si las gana, no habrá pero alguno que oponerle a su victoria. Justamente por eso, la decisión de Felipe González y de la ejecutiva socialista del pasado lunes es una buena noticia para la democracia española.

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