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Gallardópolis, Albertville, Ruiz-City

La ciudad de Madrid va dejando de ser aquel híbrido de Navalcarnero y Kansas City del que hablaba Camilo José Cela. El pueblo manchego desapareció tragado por el asfalto y sólo asoma testimonialmente en algunas de esas plazas descampadas y desérticas donde los matorrales sustituyen a los setos y las malas hierbas pugnan por hacerse un hueco en las junturas del cemento. Los nuevos edificios apuestan más por Manhattan que por Kansas City y la Comunidad Madrileña hace planes para trasladar a sus subsecretarios fuera del casco urbano. Gallardépolis, AlbertVille, Ruiz-City... suena la flauta del instrumentista de Hamelin y los roedores del presupuesto público preparan sus bártulos para su excursión a Pozuelo o a la carretera de Colmenar. El encargado de habilitar la nueva madriguera autonómica es el subdirector general de puertos de la Xunta de Galicia, marinero en tierra, importado desde las brumas galaicas para diseñar terrestres asentamientos en las riberas del Manzanares, funcionario modelo, polivalente y anfibio que lo mismo construye dársenas que aparcamientos. La nueva ciudad funcionarial será un híbrido de Santiago de Compostela y Brasilia, habitado por funcionarios desarraigados, forzados a abandonar sus covachuelas del centro de la urbe, para ir a poblar nuevos territorios, adelantados de una nueva colonización que se despedirán de sus entornos familiares, del camarero de la esquina y del vendedor de lotería del menú del bar y de la partida de mus. Ante ellos y para ellos se levanta un horizonte nuevo, una ciudadela diseñada quizá, entre otras cosas, para acabar con sus obsoletas costumbres de oficinistas, una fortaleza informatizada y aséptica consagrada al culto del trabajo, lejos de las tentaciones de la vieja ciudad en la que se perdían y dispersaban escapando con facilidad de la vigilancia de sus supervisores, hecha ley su costumbre de hurtar el cuerpo tinos minutos para echar un cafelito o hacer unas compras urgentes.Gallardópolis nace bajo el signo de la concentración y la eficacia, el Gobierno regional reparte sus tentáculos en una treintena de sedes alquiladas, lo que representa un grave despilfarro y acarrea una grave dísfuncionalidad impropia del funcionariado que como su propio nombre indica debe ser ante todo funcional. Funcionalidad y ahorró son las nuevas metas, del gobierno autonómico y para alcanzarlas no hay más remedio que despilfarrar ahora todo de, golpe en la edificación y afrontar un tiempo de traslados y cambios que producirán en primera instancia un periodo de caos administrativo. Gallardópolis surge con visión de futuro con la idea de crear un gueto perfecto donde los funcionarios cohabiten entre ellos, formen equipo y se relacionen alejados de toda preocupación mundana concentrados en lo suyo, conversando acerca de expedientes y formularios, lejos del estruendo mundanal y automovilístico, sin tener que salir cada dos por tres a cambiar el coche de sitio, sin coartadas ni excusas, siempre bajo la pupila vigilante y electrónica del Gran Controlador de tiempos y actividades.

Los ciudadanos usuarios de los servicios de Gallardópolis no tardarán en acostumbrarse al viaje. Presentar una instancia, resolver una duda, recoger un certificado serán motivo para una excursión fuera de las murallas de la urbe a respirar aire puro y a gozar de un silencio apenas alterado por los suaves zumbidos de los ordenadores y el run-run relajante de las fotocopiadoras. Poco a poco se irán familiarizando con la topografía de la ciudadela administrativa con sus pIazas y sus avenidas Se espera que los arquitectos que se presenten al concurso restringido doten al complejo de parques y jardines, glorietas y monumentos alusivos al acervo burocrático: La plaza del funcionario desconocido. El muro de las reclamaciones, la Avenida de los Subsecretarios, el monumento a la póliza y la glorieta del "Vuelva usted mañana" con su busto de Larra.

Algo habrá que hacer para humanizar Gallardópolis, para arropar a los funcionarios que la habiten y que sea menos dramática su separación de la vieja ciudad y de sus viejos hábitos, para que la gran migración no sea traumática, para que sus pobladores no se rebelen ante el enclaustramiento y enarbolen las banderas de Espartaco dando lugar a la primera revolución funcionarial de la Historia. Algo habrá que hacer para que Gallardópolis no se convierta en un gran monstruo burocrático sin entrañas, una ciudad solitaria y deshabitada cuando las sirenas marquen el fin del horario administrativo.

Gallardópolis será cada noche una ciudad fantasma que alimentará las leyendas con una nueva nómina de espectros, una santa compaña de ectoplasmas haciendo cola ante las ventanillas cerradas, una legión de muertos administrativos que arrastrarán sus herrumbrosas cadenas por interminables corredores ululando sus penas, fantasmas errabundos que sólo hallarán su reposo definitivo cuando se cierren sus eternos expedientes.

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