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FÚTBOL: DECIMOSEXTA JORNADA DE LIGA

La noche más hermosa del Atlético

El equipo rojiblanco ridiculiza al, Barça, que ofreció una imagen pobrísima en el Manzanares

Santiago Segurola

SANTIAGO SEGUROLA La noche más hermosa del Atlético sirvió para acreditar su condición de favorito al título y para ridiculizar al Barça, que salió atropellado y muy herido del Manzanares. Débil en todos los aspectos, el Barcelona fue un pim, pam, pum para el Atlético, imponente todo el partido. Lleno de vigor y deseo, interpretó un gran ejercicio de fútbol ante el delirio de sus aficionados, que ya tienen una fecha para recordar.

Antes de que el Barcelona diera un pase, el Atlético había marcado. La jugada se produjo por un error asombroso de Abelardo, que sacó la manita a pasear en el área. Hubo algo en la torpeza de Abelardo que anunció el desarrollo posterior del partido: la desoladora actuación del Barça y el vehemente ejercicio del Atlético, que aplastó a su rival con un juego codicioso, rápido y contundente. Todas las cualidades del Atlético quedaron elevadas a su máxima expresión. Y todo eso en un partido que medía su condición de líder y pretendiente al título. Desde el lado rojiblanco, la lectura final es evidente: el Atlético tiene todo el crédito para alcanzar el título.

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Mientras el Atlético se expresó en su mejor versión, el Barça tuvo un aspecto infame. Se quebró por todas las vertientes. Le faltó organización, criterio y voluntad. Y como jamás tuvo la pelota, volvió a padecer un calvario. De nuevo fue un equipo sufriente, de gran debilidad defensiva, con tremendos errores conceptuales. Por eso, el partido tuvo la virtud de mostrar en el segundo gol la extraordinaria distancia que separó a los dos equipos. Fue una jugada maravillosa del Atlético, propiciada también por una cadena de errores defensivos del Barca. En medio de una madeja delicadísima de paredes y primeros toques en el medio campo, Simeone encontró con un pase corrido la carrera de Caminero, que instantaneamente cruzó la pelota hacia el segundo palo, donde tenía que aparecer alguna camiseta rojiblanca, como ordenaba el guión de la jugada. Llegó Penev y empujó el balón a la red. Una hermosura.

El Atlético explotó en ese gol las miserias del Barça, especialmente su debilidad para recuperar la pelota y los gravísimos desajustes defensivos. Abelardo, en concreto, añadió en la jugada dos errores a su equivocación en el penalti. Primero, deshizo el fuera de juego y habilitó a Caminero, y luego abandonó a Penev, que llegó libre al remate. Tuvo mala suerte Abelardo en personalizar los errores más gruesos de su equipo. En realidad, fue el último eslabón en la desastrosa cadena azulgrana.

Cruyff alineó al equipo más físico posible, con Abelardo, Nadal y Popescu para detener el poderío del Atlético en el juego alto, pero el hundimiento comenzó por otra parte. La profusión de marcajes individuales -casi un uno contra uno en todo el campo- generó un caos irremediable, propiciado en gran medida por la habilidad de los jugadores del Atlético para conducir a sus marcadores al matadero. La torpeza de los azulgrana para seguir el engaño fue extraordinaria. La desorganización se amplió a todas las facetas del juego. Sin la pelota, el Barça fue un desastre. Con el balón, también. Tuvo suerte finalmente, porque el Atlético arrolló, quizá más en la segunda parte, cuando cada ataque rojiblanco anunciaba el gol. La tromba fue espectacular, con llegadas de toda clase a la portería, por la derecha y por la izquierda, en situaciones de mano a mano con el guardameta, con remates durísimos.

La autoridad del Atlético fue incontestable. Ganó por juego, orden y deseo. En varias fases, su demostración resultó impresionante. Nunca en los últimos años, el Atlético ha disfrutado tanto de un partido, de la sensación de vivir en el cielo. La hinchada se volvió loca de felicidad. Sabía que estaba presenciando un momento inolvidable: su equipo se había lanzado hacia el delirio. Comenzó con una salida impetuosa, llena de energía. Por ahí borró al Barça, que se sintió muy impresionado, sin ánimo para contestar la pujanza de su adversario. Llegaron los goles y entonces se vio que el Atlético también estaba mejor armado, con una organización más pulida. La recuperación del balón fue inmediata, favorecida a medias por el desorden azulgrana y por la obsesiva presión de todas las líneas del Atlético.

Cuando sé hizo evidente que el partido sólo tomaba una dirección, el Atlético dió el salto hacia el baile. Todo el segundo tiempo fue un recuento de perlas rojiblancas. Caminero, Pantic, Kiko y todos los demás se sentían en estado de gracia. Habían derrumbado al Barça y ahora querían darse un momento para ellos, para disfrutar de la fiesta y sentirse felices. Entonces comenzaron los lujos: taconazos, paredes, llegadas masivas, los toques instantáneos. Y siempre con la vista en la portería, con el aire depredador de los equipos que quieren destrozar a sus rivales y proclamar su soberanía. Eso es lo que ocurrió: el Atlético alzó sin disimulos su candidatura al título y, de paso, dejó un muerto en el camino. El Barça.

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