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Exaltación del puente

Los economistas han realizado sus cálculos y aseguran que este puente de la Constitución cuesta 210.000 millones de pesetas. Su conclusión es que la cifra constituye un despilfarro absoluto. ¿Por qué? ¿En relación a qué? De eso nunca se dice nada. Al dinero se le concede un valor absoluto y, una vez enunciada su pérdida, la única consecuencia es la condena de su gasto, la reprobación de la incontinencia.Prácticamente los grandes economistas que quedan por el mundo, o al menos los de mayor poder, son calvinistas, están educados en la moral del ahorro capitalista burgués de Werner Sombart y perfeccionados, si cabe, por el neolíberalismo antisocial de la escuela de Chicago.

Entronizados estos oráculos en países hegemónicos, directores de la economía mundial, aquello que no se aviene a sus principios es descarriado, cuando no mentalidad inferior. De esa manera, los españoles y otros pueblos mediterráneos que aman y cultivan el ocio y que están habituados a gastar el tiempo con los demás y procurarse ocasiones antilaborales pertenecerían a una especie por redimir, ignorante de las leyes del progreso. Empachados de razón mercantil, los hipereconomistas no conceden gran consideración a otros modelos de vida probablemente menos eficaces en cifras de PIB pero más eficientes en aportaciones para la satisfacción humana.

Los americanos, por poner el ejemplo de un pueblo reputado como muy próspero, han ido perdiendo hasta un 12% de tiempo de ocio en los últimos 15 años. Nunca han trabajado más, pero además parecen orgullosos -segun publicaciones como Businessweek- porque han recuperado el primer lugar en el hit parade de la productividad mundial. Allá ellos. Lo cierto es que aquella profecía de que el progreso procuraría más tiempo libre a todos se ha desmentido en ese sistema rígido por la suprema razón del beneficio contable.

Los norteamericanos no tiene más de una media de 15 días seguidos de vacaciones al año y unos seis días de fiestas repartidas en el calendario anual. A finales de 1994, Newt Gingrich propuso eliminar alguno de estos días feriados a cambio de reducir unas décimas los impuestos sobre la renta. Una mayoría de la población, ponderando los pros y los contras, respondió que aprobaría esa iniciativa si se la sometieran a referéndum.

Los días considerados más estresantes por los norteamericanos son las fiestas. Mientras los españoles declaran en un 65% que la familia es el primer valor, los norteamericanos detestan reunirse con las suyas en las festividades. Son modos muy respetables de ser. Los norteamericanos se desesperarían con un puente, y más con dos o tres puentes. Prefieren seguir ganando más dinero en jornadas de 12 horas. Pero los meditérraneos no son naturalmente así, y es antinatural imponer a todo el mundo el sistema que rige en otras partes. Para los de inspiración calvinista, alcanzar altas metas con el trabajo es legitimarse como hijos preferidos de Dios; para los del Sur, el trabajo es, en buena parte, un castigo. Es ridículo discernir quién está en lo cierto, y menos calificar el nivel de moralidad entre unos y otros, pero ni los índices de criminalidad, sucidios, grado de solidaridad, esperanza de vida y satisfacción general dan la primacía al sistema neoliberal que trata de imponerse en todo el mundo, desde Estados Unidos o desde su parodia en Maastricht. Contra esa imposición hay una condición humana que se defenderá con fuerza biológica como ahora demuestra la reacción popular en Francia. Puede que 21.000 millones de pesetas en un puente sean muchos para la contabilidad mercantil. Pero más que incalculables pueden ser los costes de dinamitar los caminos trazados en el bienestar de una cultura.

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