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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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Cafre

Juan Arias

Este defensor del lector sabe, por experiencia directa en su trabajo, que EL PAÍS tiene lectores muy escrupulosos que nos examinan con lupa. Yo siempre he sostenido que los lectores tienen todo el derecho a exigimos un uso correcto y ético de la lengua. Pero nunca creí que se pudiese llegar a las sutilezas alcanzadas por el lector Domingo Cruz Martínez, que nos escribe desde Estocolmo para quejarse de que nuestro viñetista Romeu haya usado en sus Historias de Miguelito, del 12 de noviembre pasado, la palabra "cafre", considerándola un "prejuicio racial".Escribe el lector desde Suecia: "Romeu hace una limpia contribución a los prejuicios racistas de los lectores del periódico cuando dibuja eso de: '¿Te das cuenta? Cuando era inocente quería ser una bestia, un cafre, un crápula'. Afirmo esto porque aunque el uso y algún diccionario autoricen cafre como sinónimo de 'bárbaro y brutal en el más alto grado', cafre es en primer lugar el habitante de una región del sureste de África que por no doblegarse ante los virtuosos invasores europeos fue objeto de calificativos que hasta hoy le persiguen". Y pregunta el lector de Estocolmo: "¿Me equivoco? ¿Qué opinan Romeu y el Defensor del Lector?".

Por mi parte, creo sinceramente que se trata de una palabra tan asumida por el lenguaje corriente que yo mismo -lo confieso- la he usado muchas veces sin el más pequeño atisbo de racismo, y sin pensar en su significado remoto.

El Libro de estilo de EL PAÍS exige que no se usen ciertas expresiones que pueden ser abiertamente ofensivas, como "hacer una judiada", "te engañó como a un chino" o "eso es una gitanería". Pero sería imposible escribir una sola línea si fuéramos a buscar el significado etimológico y lejano de cada palabra.

En cuanto a Romeu, interpelado por este departamento, ha enviado, con el gracejo que le caracteriza, la siguiente respuesta, adornada de una graciosa viñeta, para el lector que le acusa de racista: "El epíteto 'cafre' lo recogí de la sarta favorita de exabruptos del Capitán Haddock, notorio personaje de los cómics de Tintín, del malogrado Hergé. Citando yo era un inocente de corazón puro y de elevados ideales, eran considerados inocuos y lectura apropiadísima para formar a la juventud, aunque ahora sean considerados inicuos y cargados de racismo, clasismo y solapadamente fascistas. Se veía venir: hace tiempo que no existen tullidos, criadas, recaderos, idiotas ni modistillas. Hasta no sé si sabes que se ha editado una versión políticamente correcta de la Biblia. Dirás que la Biblia contiene en dos páginas más sexo, violencia, intolerancia y racismo que la programación de una semana de televisión, pero se supone que es la Palabra de Dios. ¿O no?".

Y añade: "Siempre que ha sido posible he eludido aquellas palabras que por su etimología pudieran herir sentimientos personales, como 'filisteo', 'maniqueo' o ',saduceo' y, por ejemplo, nunca digo 'hacer el indio' ni en la más estricta intimidad. Pero reconozco emplear la palabra 'marrana' como sinónimo de sucia, puerca, hozadora, cuando quiero impedir a mi perra que huela una suciedad, pero te prometo solemnemente que jamás lo he hecho con la intención de compararla denigrantemente a una judía conversa de la España medieval. Ni cuando digo 'perra' intento asimilarla a moriscas, bereberes y judías castellanas, que eso era lo que significó 'perra' desde el siglo XI al XVI". Y concluye con humor: "La cuestión es que si puse cafre' no lo hice contra la tribu de los kaffir, perteneciente a la etnia bantú y de origen probablemente hamítico, sino porque el sentido que la palabra ha tomado a lo largo de siglos me iba de perlas. Quizá me hubiera ido mejor 'tuercebotas', pero era larga y muy alusiva a los zapateros remendones, que no se lo merecen. Y también porque tenía ganas de provocar un escándalo mayúsculo y que el embajador de Suráfrica fuera llamado a consulta".

Eduardo Haro Tecglen, un escritor poco sospechoso de ribetes racistas, consultado por este departamento sobre la carta de Domingo Cruz, nos recuerda que "las palabras no se pueden agarrar con papel de fumar". Nos dice Haro: "Cafre es una palabra que no existe en otros idiomas porque su origen es árabe, káfir, infiel (sin relación con Cafrería: una tierra y sus habitantes en Suráfrica). Pero ¿podemos utilizarla sabiendo que su origen es el insulto a quienes no creen lo mismo que nosotros? Entonces no podemos seguir diciendo 'acto de vandalismo' para la barbarie del viernes noche (y entre semana) porque, viene de vándalos: un pueblo germánico de Escandinavia. Ah, he escrito 'barbarie': 'bárbaro' significa sólo extranjero. No es mi nacionalismo el que me hace llamar bestias a los extranjeros (¿por qué bestias? Los animales son humildes, pero decentes). Ahora, los extranjeros vienen del sur. Son 'moros': es una palabra que se ha hecho despectiva. Sin embargo, no significa más que 'maur', como en el imperio mauritano: occidental. Apenas podemos decir 'indígenas', porque la novelística de aventuras, los queridos salgaris, hablaban de los indígenas como salvajes, cuando sólo quiere decir natural del país de que habla (yo soy indígena de Madrid: aborigen). Pero ¿por qué salvajes'? No es más que los que viven en la selva".

Y añade Haro Tecglen: "La realidad es que el habla está hecha más de odios que de amores: que las furias locales entran en el uso del idioma general, se perpetúan en el tiempo y se olvida su etimología. Recordarla sólo vale para envenenar las cosas. En cualquier caso, y para no equivocarse, lo que conviene es no insultar: ni con metáforas ni sin ellas".

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