La huelga convierte París en la capital del atasco
Decenas de miles de ciudadanos a pie, en bicicleta o sobre patines. Millares, de conductores encerrados en su coche, atrapados en la telaraña de los seiscientos kilómetros de embotellamientos que rodea París cada día. Desde hace una semana, estos son los elementos más llamativos del paisaje urbano dibujado por la huelga de trabajadores del sector público en la capital francesa. Los parisinos no han tenido más remedio que cambiar su vida cotidiana.
A las seis de la mañana, los accesos a la capital ya están bloqueados y los coches avanzan parachoques contra parachoques. Antes de las siete, las calles de París aparecen tomadas por una multitud de peatones. El tradicional apresuramiento matutino, siempre solitario, se ha transformado en resignación solidaria.Para Marie Péricard, vendedora en una tienda de comestibles del Marais, la huelga de ferrocarriles, metro y autobuses es una pesadilla: "Me obliga a levantarme una hora y media antes. En metro tardaba 20 minutos y ahora tengo que andar una hora y cuarto. Me he puesto de acuerdo con una vecina que trabaja en la boutique de al lado y hacemos el trayecto juntas. Nunca había hablado con ella y ahora, desde hace tres días, me parece que somos amigas de toda la vida".
En las tiendas de deportes han agotado las existencias de bicicletas y patines. "El martes vendí 10 bicicletas, el miércoles fueron 62, y no pudimos vender más porque ya no quedaban ni en el almacén central", explica el encargado de un comercio especializado de la plaza de la República.
Pícaros y solidarios
La colaboración entre ciudadanos ha convertido a todos los peatones en autoestopistas. La gente que espera en vano en la parada de taxis, ve como los coches particulares se detienen para ofrecer una o dos plazas. Los hay que aprovechan la situación para ganarse la vida. "Tengo 19 años y estoy sin trabajo. Con la Vespa puedo hacer de taxista", dice Michel, que se pasea con una bufanda de repuesto y un segundo casco bajo el brazo destinados a sus clientes. "Los trayectos son a tarifa fija. Por ejemplo, de la Puerta de Clichy hasta Montparnasse cobro 40 francos (unas 1.000 pesetas)". Un taxi no costaría menos de 6,5 francos.
La indumentaria de los parisinos -en las ciudades de provincias la huelga no es mayoritaria y las distancias son menores- ha cambiado. En una elegante joyería de la plaza de Vendôme, las no menos elegantes dependientas llegan calzadas con calentadores fluorescentes, las rodillas y los codos protegidos por prendas igualmente llamativas. "Lo peor no es venir vestida como una extraterrestre", explica Marine mientras se va despojando de las prótesis, "sino el hecho que yo vivo en Le Mans, a 45 minutos de París en TGV [tren de gran velocidad], pero a 200 kilómetros de distancia en realidad. Desde hace seis días vivo en un hotel, en las afueras, junto con una compañera", concluye mientras cambia los patines por zapatos de tacón.
Los ejecutivos que se han visto obligados a sustituir el TGV por el avión saben que cada viaje les cuesta entre un 30% y un 40% más caro. Se quejan, pero la mayoría lo asume. Peor les va a los grandes almacenes, que quedan aislados en el centro de la ciudad, rodados de un mar inmóvil de coches. "El volumen de ventas ha bajado en un 75% respecto al de la semana anterior", confiesa el responsable de la sección de electrodomésticos de un gran almacén. "Es un desastre", agrega. Para él y para sus colegas, que cobran un salario mínimo que sólo se engorda por los porcentajes sobre ventas, 1995 será el peor año entre muchos. "Es verdad", admite el vendedor, "pero los huelguistas tienen razón".
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