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Situación de victoria, moral de derrota

La convivencia ciudadana está alterada en el País Vasco por la presencia en sus calles de jóvenes airados, cuyo quehacer, casi cotidiano, consiste en el empleo de la violencia, la amenaza y las agresiones, dirigidas contra quienes piden la vuelta a casa de un ciudadano secuestrado; en la organización de expediciones de castigo contra quienes tienen proyectos políticos distintos a los suyos; en la proliferación de amenazas de muerte a periodistas, disidentes, ertzainas, políticos y el etcétera que a cualquiera se le pueda ocurrir.Ante esta situación se están generando dos actitudes de consecuencias distintas: por una parte, el nacimiento de una irritación cuidadana, no sólo callada, sino también sonora; por otra, la reflexión sobre el modo como hay que "mover ficha", desde los partidos democráticos, para acabar con una violencia que, desde la constitución de ETA, ha permanecido en Euskadi y se ha proyectado sobre toda España y de la que la más reciente manifestación es este desorden de hoy., No podemos ser,inmovilistas, hay que ser imaginativos, son consignas que se oyen.

La situación que sufrimos es, desde luego, muy desagrada ble y, para algunas personas, determinadas o indeterminadas, muy peligrosa. Pero las grandes variables con las que hemos de analizar la circunstancia política están funcionando a nuestro favor. Estas son: el crecimiento de la movilización popular frente a ETA, la disminución de la capacidad de agre sión de esta organización, la pérdida de apoyo a HB por par te del electorado, de elección en elección. Mejor andaríamos si estas tres variables tuvieran una dinámica más activa, pero cual quiera que analice seriamente el grave problema de la violencia en Euskadi sabe distinguir entre la ilusión o el deseo y el cálculo razonable de lo que se puede es perar.

En contra funciona otra variable: la renovación de los jóvenes airados y sus expediciones de castigo. Con todo lo dolorosa y lo peligrosa que pueda ser su acción, la dimensión política de este fenómeno es de menor importancia que la de los anteriores. Es, en buena parte, expresión de la paulatina derrota que ETA está sufriendo; es reacción frente al modo creciente como los ciudadanos vascos se están movilizando; es expresión, en parte, del desconcierto y de la irracionalidad tan generalmente extendida en la generación de los de su edad; es radicalización defensiva ante la decadencia del nacionalismo; aunque es también respuesta ante la relativa deslegitimación del Estado de derecho, por causa de los GAL. La variable negativa tiene, por tanto, importancia, pero menor que las positivas, sobre todo por su condición de movimiento de reacción.

Desde luego que incide en las variables positivas, Poco en la fundamental: la capacidad operativa de ETA a la que, a lo sumo, sustituye por su propia capacidad de dañar, mucho más digerible por una sociedad política sósegada (problema abierto a otra reflexión: la necesidad de sosiego). Influye más en la movilización ciudadana, contra la que puede ganar batallas menores. En efecto, jóvenes de físico fuerte y de mente débil pegan a los que llevan, el lazo azul para pedir la libertad del secuestrado y así han conseguido que muchos se lo hayan quítado. Pero la batalla que ganan ni impide las casi cotidianas concentraciones de grupos menores ni las grandes manifestaciones en días especiales. Y, sobre todo, provoca el crecimiento constante y rápido del número de ciudadanos irritados. Y créanme: no van a impedir la disminución del voto a HB

Por eso, estamos en un me momento,"pero en una buena dinámica. Y, para que incluso es variable desfavorable deje de se lo, hay que conocer lo efimero de estas movilizaciones irracionales tener Confianza en las fuerza propias y fortalecer con decisión la legitimidad de nuestro Estado de derecho. Y que poderes públicos como la Ertzaintza o los jueces tengan la humildad de reconocer que la petición de seguridad y de justicia de los ciudadanos no es algo que deriva del nerviosismo, sino el ejercicio del derecho fundamental a ser protegido, a veces, frente a graves agresiones y peligros (muy distinto de actos "sin entidad penal", como algún juez ha dicho).

Pero sí hay algo que se está poniendo en cuestión: la idea extendida entre los ciudadanos de que los violentos no podían tener esperanza racional de conseguir objetivos políticos por medio de la violencia. La mayoría no iba a ceder a la minoría y la violencia no le iba a ser rentable. Esta idea adquirida e instalada, incluso, en el mismo mundo de HB, convertía en una expresión de patología política la encarnizada adhesión de tantos de sus militantes a su organización, la lentitud en proceso de detadencia ¿Cómo todavía tantos le prestaban apoyo en la sangrienta lucha sin esperanza?

Aquí, es donde los partidos democráticos están entrando en un proceso peligroso. Al resucitar el tema del diálogo político con ETA y con su entorno político han provocado un primer efecto. Han conseguido que HB entienda y diga que, sin moverse de sus propias posiciones,. ha conseguido que los demás se muevan. Con lo cual, la patología política de sus militantes -la de la lucha contra toda esperanza- ha disminuido, y con ello la curva descendente de sus votantes puede suavizarse algo. Un segundo efecto ha sido el desconcierto entre los partidos democráticos.

Hasta aquí el análisis de los 'hechos, de su dinámica y de su interacción.

Pasemos ahora a estudiar esa consigna de "mover ficha".

Significa, naturalmente, cambiar sobre lo ya programado, que es que . no hay diálogo mientras ETA no deje de matar y cuyo alcance no sea el marco de la Constitúción; que, cuando ETA deje de matar, se tratará de la reinserción de los etarras.

Antes de seguir adelante conviene aclarar un equívoco. Tras la palabra "diálogo" se encierran dos conceptos: diálogo como meras conversaciones, que pueden darse entre enemigos; diálogo como campo común en el que participan los adversarios, dentro de una sociedad política y, precisamente, para construirla.

Es claro que, en el primer sentido, que no es el sentido político de diálogo, con frecuencia ha existido y puede seguir existiendo diálogo con ETA, pues es un modo de conocer al enemigo y de considerar su eventual renuncia a la violencia, las treguas posibles, los abandonos individuales de la lucha. Pero eso es, en , primer lugar, tarea asignada preferentemente a la polícía; en segundo lugar, no debe ir acompañada de concesiones políticas; en tercer lugar, no debe ni siquiera dar lugar a la idea de que acarrea tales concesiones.

En el segundo sentido, el de diálogo como campo democrático y constitucional de construcción de la sociedad política, cualquier admisión en el mismo de les que no aceptan la democracia es una derrota. Aunque tiene sentido distinto segíin sean nacionalistas o no nacionalistas quienes lo practiquen.

Los nuevos fenómenos de agresividad de sectores jóvenes proceden, en parte, de la percepción del declive del nacionalismo. Cuando los nacionalistas democráticos buscan el diálogo (el estatuto no es suficiente y hay que hacer expreso no sólo el ideal, sino también el camino a la independencia) es porque pretenden que la radicalización de sus reivindicaciones puede reconstruir la unidad nacionalista y fortalecer sus posiciones. Es una tremenda equivocación: no podrán reunificarse, pues los violentos se envalentonarán; no fortalecerán, sino que debilitarán sus posiciones, pues el nacionalismo perderá adhesiones entre sus votantes y contribuirán a la desunión entre los territorios de Euskadi. Cuando los no nacionalistas, para participar en el diálogo político, quieren poner en cuestión las bases constitucionales o su propia ideología (nuevo discurso sobre la soberanía: o sobre los derechos históricos) están haciendo expresa una insensata aceptación de la derrota: al entrar en el diálogo desde posiciones rebajadas debilitarán la posibilidad de defender sus propios programas y se plegarán a la táctica nacionalista, precisamente cuando, el nacionalismo está en declive; además, contribuirán a la desunión de los partidos democráticos.

En la lucha política, a veces, hay que ceder. Pero si la cesión se produce frente a los, enemigos de la democracia, supone simplemente el reconocimiento «de una derrota. En la lucha política, a veces un bando, aunque tenga razón, es derrotado. Pero cuando teniendo los triunfos en la mano se considera derrotado previamente, está cometiendo un error. Aunque éste es un calificativo benévolo, pues, probablemente, además de un error, es una insensatez.

José Ramón Recalde es catedrático del ESTE de San Sebastián.

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