Sin gas
A aquellos que como yo, gustándonos mucho el arte gótico y la filosofía aristotélica que lo sustenta, nos formamos en el razonamiento que propone Descartes en su Discurso del método, Gas Natural nos deja sin gas.Tengo, como otras decenas de vecinos, casi desde hace dos meses, una maravillosa tubería llena de gas esperando la conexión con la instalación interior de mi vivienda, la cual reúne todos los requisitos. Separan una de otra un hueco de 20 centímetros que debe ocupar un contador.
Gas Natural, o alguien en su nombre, anunció por escrito en el portal de la vivienda que durante los primeros días del pasado mes de octubre darían servicio a los futuros usuarios. Naturalmente, y como es norma en este país, no se cumplió. No he vuelto a saber nada. Gas Natural tiene mi número de teléfono, por lo cual mi familia y yo, en plan castrense, hemos montado turnos de guardia, no sea que tengamos la fortuna de ser agraciados con su llamada y no estemos ninguno en casa. ¡Como en los tiempos de Franco con las conexiones del teléfono y la luz!
Ingenuamente, comencé mi peregrinaje de llamadas telefónicas: a Prodisa, subcontratada por Tecnigas; a Tecnigas, subcontratada por Gas Natural, y, por último, a Gas Natural.
Al otro lado de la línea telefónica he encontrado profesionales mediocres, amables o neutros, por este orden: Prodisa, Tecnigas, Gas Natural.
De un teléfono a otro me he sentido rehén del desorden, la incapacidad y el monopolio. No sé si el problema es la falta de contadores en el mercado o que el tamaño de las empresas encargadas es pequeño para terminar la instalación en un tiempo razonable. En cualquiera de los casos, en una situación de libre mercado, seguro que hace tiempo yo tendría mi gas, y aquellas empresas que no dan respuesta al usuario, que es quien paga y de quien viven, no tendrían cabida.
Así las cosas, cada día, cuando miro por el patio y veo esos 20 centímetros que separan una cañería de otra, y pienso que en un futuro lejano puede ser que estén unidas por un contador, se me humedecen los ojos de emoción.
El corazón se me acelera sólo de pensar que alguna vez sonará el timbre de mi puerta y allí encontraré a alguien de ¿Gas Natural?, ¿Técnigas?, ¿Prodisa?, que vendrá a instalarme el ansiado contador.
Seguramente, en un impulso parecido al síndrome de Estocolmo, que dicen que sienten los secuestrados hacia los secuestradores una vez liberados los primeros, abrazaré al operario y le besaré mientras en voz queda le musitaré: gracias, gracias, gracias.- Antonio Aranda López.
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