La diferencia
El primer secretario tuvo que implorar, implorar políticamente, para que le dejaran hablar en el mitin socialista del Palau Sant Jordi del pasado viernes. Su aliento expande la derrota, opinaron. Al fin habló, tras la intercesión del buen padre Reventós. Resultados: al menos uno, de los muchos que lo evocaron, pronunció con corrección el nombre de Rabin -con la a tónica-; al menos uno, de los tantos que lo hicieron con la boca pequeña, asumió el compromiso político de pedirle a Felipe González que continuara. Es el número dos de la candidatura socialista por Barcelona, pero se ha pasado los fines de semana de campaña en remotos destinos: Sort, Balaguer, tierra adentro, en fin, allí donde los pecadores expían y donde los imberbes se forjan. En los. días laborables sus apariciones son nulas: dicen, tanto los que le quieren como los que le combaten, que prepara encerrado en el despacho su ofensiva. Perdió, sí. Tres veces. Perdió en años que fueron el apogeo, del socialismo español, pero que fueron también los años de hierro del pujolismo. Ahora su sucesor va a repetir resultado. Cuando el socialismo español está en decadencia, sin duda. Pero también cuando el pujolismo está -estuvo- más cerca de perder su hegemonía absoluta. Pero un perdedor no es lo mismo que un apestado. Fue el autor del PSC. Obra discutible, sin duda. Diseño en cierto sentido fracasado. Pero diseño que perdura. Ni el mensaje, ni la estrategia, ni el desconcierto siquiera de los socialistas catalanes han variado un ápice. No hay más plan que el que él trazó. Aquel que el oracular Tarradellas describiera con palabras muy dolorosas, que el tiempo va haciendo más y más comprensibles: "Los socialistas ganarán - las elecciones cuando quieran ganarlas". Un plan tan inofensivo que hasta el propio Pujol llegó a repensar su negativa a un cara a cara con Nadal: quería salvarlo, tan amable. Bien: algún derecho de autor podría reclamar de todo ello el primer secretario. En los países civilizados las patentes se pagan, sobre todo cuando se siguen usando. Y en cambio, cruzada la acera, ahí lo tienen: cada día en su tienda a tienda, cada noche en una cenita militante, cada hora sacando su poquito más de pecho como si nada hubiera pasado, como si la aventura no hu biera ido con él, como si los catalanes se definieran sobre todo por su maestra capacidad de olvido. ¿Fuera de campo ...? Poca broma con el número dos de Convergència: está en el campo y a por todas, con esa plusvalía que los gordos -los gordos lustrosos, de buen ver- tienen para relativizar los inconvenientes de la vida y para hacer creer a los otros que, en efecto, todo, hasta los empresarios modelo, todo, hasta las graves ilegalidades cometidas por los propios subordinados, todo eso y lo que pueda venir es fruto de la profunda ambigüedad de la vida, pelillos en un mar de orgullo y autoconvicción.
La diferencia, la abisal diferencia, no está en el 1. Está en el 2.
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