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Tribuna:LA VUELTA DE LA ESQUINA
Tribuna
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Charlas y conferencias

Si el nivel progresista de un pueblo se mide por el número de sus convocatorias culturales, Madrid debe estar en el podio, o cerca. Cada día trae su afán y su rollo, desde el esclarecimiento de las distinciones antropológicas entre las etnias de la altiplanicie boliviana hasta la discriminación femenina en las turbulencias monetarias. No hay jornada sin que se presente un libro de análisis político, una novela, un ensayo; de uvas a peras, de poesía. Ni semana sin la firma del autor -en la planta tercera- del best seller de aquella mañana. Más los conciertos exquisitos, didácticos o populares, sean de clarinete y flauta dulce o de tambor y arpa. Muestras plásticas y, sobre todo, conferencias en las tribunas más insospechadas.Entre éstas cabe distinguir la que protagoniza el personaje de moda, que cobra según mercado. La tarifa es conocida y puede ser objeto de enconada transacción. El tema -intercambiable para no repetir en la misma plaza- se desarrolla en centros, círculos, asociaciones o clubes, invitación mediante. 0 en sedes oficiosas, académicas y universitarias, donde acuden el debutante o el que despunta,si hay probabilidad de que se presente la televisión. A fin de justificar las subvenciones, la entrada es libre y, generalmente, escasa; contando incluso con los familiares que residen en la capital. La afluencia, en el primer supuesto, va en razón directa a la fama, legítima o espúrea, del que interviene, no del asunto que desarrolla.

Lograda cierta expectación, se repite un fenómeno sociológico; el recinto puede estar al completo, especialmente en día de entre semana sin demasiado calor ni frío excesivo. Se contempla una benévola y abigarrada muchedumbre de damas ultramenopáusicas, ceñidos los cuellos con fulares de Hermés, alhajadas o bisuterizadas; en grupos de tres o cuatro, dispuestas a recibir, con unción, la dosis vespertina de sabiduría. Es el té de las cinco, sin pastas, sin té y con presumible coloquio.

Los avezados aparecen con 20 ó 30 minutos de antelación. Suele ocurrir que estén reservadas las primeras Filas para asiento de personalidades que excusan la asistencia en el último minuto, quienes lo hacen, que es cortesía comúnmente olvidada. Tal circunstancia es conocida por los veteranos que okupan los asientos. Si son gentes de segunda clase, saben que no serán levantados iniciada la ceremonia. Se personan para ser vistos por el orador, la Ipresidencia y el presentador. Hoy, por ti; mañana, por mí.

La lectura cotidiana de la sección correspondiente, en los diarios, lleva a la conclusión -posiblemente falsa- de que el argumento sea lo de menos. Casi axiomático que el español acuda a ver mas que a escuchar. Observando, con educado disimulo, captamos el arrobo, no por el concepto expresado, sino por la persona que lo dice. El mayor embelesador de nuestros días es, sin duda, Antonio Gala, que alucina y encandila al auditorio, tanto por lo que dice como la forma en que lo expresa. Sólo la prudencia, en los casos de tumulto, es lo único que impide a sus admiradoras y admiradores agitarse y encender cerillas entre alaridos. Es quien mejor administra sus comparecencias, estimulando el apetito de aplaudirle una vez más.

En otro tiempo conocí a un especimen ya desaparecido: el charlista. Siendo redactor para todo -o casi- en el diario Madrid, don Juan Pujol, su director y propietario, me ordenó que le hiciera una entrevista a Federico García Sanchiz, un valenciano bien pagado de su importancia y de la fama que le llevó a la Real Academia Española.

Vivía -y muy bien- dedicado especialmente al arte de la oratoria. Con magnanimidad me regaló una entrada para asistir a la charla que pronunciaba por la tarde. Fue en el cine Palacio de la Música, lleno a rebosar por gente que había hecho cola en la Gran Vía a fin de escuchar el verbo barroco y florido tras haber pagado la butaca. Fui, pues, testigo de su dominio de la elocuencia, clavando en las localidades a varios cientos de personas durante hora y media y en solitario.

Desgranaba, con teatral habilidad, el discurso, aprendido de memoria, palabra a palabra, gesto a gesto. Mantenía un fervoroso interés, provocaba el escalofrío, conmovía los sentimientos patrióticos, zarandeaba la fibra sensible, modulando, con trémolos, el fraseo, cincelando los ademanes. Todo ello, francamente bien, y aunque no sentí la necesidad de repetir la experiencia, quedaba patente el éxito que le acompañó siempre, tanto por España como en periódicas giras americanas, imagino que no coincidentes con los toreros. Allí, según su propia expresión, españoleaba. La palabra, eludiendo cualquier referencia al inventor, ya está incorporada a la última edición (1992) del Diccionario de la Lengua, con la miserable definición de "hacer propaganda exagerada de España". Sin necesidad de vestirnos de lagarterana, no entendemos cómo pueden los españoles excederse en la propaganda de este país nuestro.,

¿Quién paga hoy las dos o tres mil pesetas equivalentes por escuchar a un individuo sus disertaciones sobre las costumbres castellanas, el paisaje cantábrico, los comportamientos populares, la historia y las historias, durante el tiempo que dura un partido de fútbol? ¡Ni que nos hubiéramos vuelto locos!

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