La extraña pareja
El entendimiento entre Holbrooke y Milosevic, clave del proceso de paz
Cuando Richard Holbrooke, el emisario norteamericano en Bosnia, se encontró el 13 de septiembre con Slobodan Milosevic, el presidente de Serbia, en una villa de caza a 50 kilómetros de Belgrado, frecuentada en su día por el mariscal Tito, ambos sabían que era allí, en ese momento y entre esos personajes, donde estaba en juego el futuro de los Balcanes.Milosevic había sido hasta, entonces reacio a asumir la representación de los serbobosnios y a responder públicamente por sus actos. Pero la ofensiva croata en Krajina y los bombardeos de la OTAN le habían hecho entender que ahora era su propio proyecto, no el de sus correligionarios bosnios, el que estaba en peligro. No fue precisamente una reunión entre amigos. Milosevic repitió los reproches y las amenazas que había hecho antes a otros emisarios occidentales. Pero esta vez tenía enfrente a un hombre resuelto a ganar y con instrumentos para hacerlo. Milosevic lo entendió inmediatamente. Invitó a su interlocutor a un paseo por el bosque y, mientras observaban las cabras montesas, le sorprendió con una propuesta: "Quiero parar los bombardeos. ¿Qué tenemos que hacer?".
Unas pocas horas después, los dirigentes serbobosnios Radovan Karadzic y el general Ratko MIadic estaban firmando, junto al propio Milosevic, un compromiso para levantar el cerco a Sarajevo.
Holbrooke no quiso poner su nombre junto a los de presuntos criminales de guerra. Sus escrúpulos eran, desde luego, meramente tácticos. Cuando Bill Clinton pensó en él como emisario para Bosnia lo hizo, precisamente, por la fama que Holbrooke se había ganado en Washington de ser un hombre capaz de todo para colmar una ambición. Ya desde meses antes, en su etapa de embajador en Alemania, Holbrooke había expuesto sus deseos de trabajar en Bosnia, un puesto que se ajustaba a su. propósito de hacer algo grande, histórico, acorde a lo que él siempre ha considerado que son sus condicio-nes.
Clinton y su consejero nacional de seguridad, Anthony Lake, sabían que no había nadie en el Departamento de Estado con una energía semejante para reducir la misión que habían concebido en los Balcanes. Holbrooke no era, precisamente, un personaje querido entre sus colegas. De hecho, su personalidad, excesivamente arrogante, despertaba suspicacias y lo había condenado siempre a una posición de segundo plano. Pero sí era el hombre idóneo para tratar con otro personaje que igualmente quería hacer historia. Además de su edad -ambos tienen 54 años-, Holbrooke y Milosevic no comparten una biografía similar, si se exceptúa su coincidente atracción por la ciudad, de Nueva York, donde el diplomático nació y trabajó en una firma financiera en los años ochenta, y donde el presidente serbio pasó largo tiempo en una suite del hotel Drake durante su etapa como director de un banco yugoslavo.
Milosevic es el producto de una infancia tormentosa que abrazó el comunismo en su juventud y giró hacia el nacionalismo radical cuando Yugoslavia comenzaba a deshacerse. Holbrooke es un millonario judío que siempre ha disfrutado de las amistades más influyentes en Washington y Wall Street. Ambos han entendido la política, eso sí, como un vehículo de gloria personal. Lo que más les ha unido, sin embargo, es un estilo práctico del trabajo y la necesidad de encontrar una solución a su desafío común. Desde aquella reunión en la villa de Tito, Holbrooke ha acudido en busca de Milosevic cada vez que el proceso de paz encontraba obstáculos. Hace apenas tres semanas, cuando se dieron a conocer las atrocidades cometidas por las milicias serbias de Arkan en la ciudad de Banja Luka, Holbrooke voló inmediatamente a Belgrado en busca de explicaciones. No encontró la respuesta que esperaba. Pero sí consiguió dar un paso más en la estrategia que diseña: hacer que sea Milosevic quien retire, y eventualmente conduzca hasta un tribunal internacional, a los principales Iíderes serbo-bosnios. A cambio de eso, el emisario norteamericano ha enseñado a Milosevic la zanahoria del levantamiento de las sanciones económicas a Serbia.
Holbrooke parece convencido de que el líder serbio está firmemente comprometido con el respeto de la integridad de la futura Bosnia, siempre que se le garantice, su legitimación personal y la de su país en la comunidad de naciones civilizadas. "Milosevic ve ahora a Serbia como un pequeño y próspero país , que puede ser puente entre Europa y Oriente", ha afirmado un funcionario norteamericano. Para Holbrooke, la consumación del éxito puede estar más cercana. El primer objetivo es que Dayton se convierta en su Camp David, si es posible con premio Nobel de la Paz incluido. Y después tendrían que llegar otros reconocimientos. Entre ellos, por qué no, una secretaría de Estado.
Robert Frasure, el diplomático norteamericano que murió en accidente mientras cumplía en Bosnia una misión a las órdenes de Holbrooke, calificó una vez a Milosevic como "un jefe de la mafia que quiere retirarse de su, negocici". Alguien en la Administración norteamericana se ha referido a Holbrooke, en rememoranza de viejos conceptos, como "un hijo de puta, pero nuestro hijo de puta". Ambos tienen todavía que andar algún trecho juntos para ganarse, juntos, el cielo.
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