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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sarah y la justicia (islámica)

El País

EN LOS últimos tres años al menos una docena de jóvenes, la mayoría empleadas de hogar extranjeras, han sido ejecutadas en Arabia Saudí y países limítrofes sobre la base de una presunta justicia islámica. La mayoría de esos casos se han mantenido en secreto por temor a las consecuencias que ello habría de provocar en Occidente.No ha sido afortunadamente ése el destino de Sarah Balabagan, una muchacha filipina de 16 años que hace dos dio muerte a su patrón en Abu Dabi, al parecer después de que éste la violara repetidamente. Condenada en principio a prisión, la sentencia fue posteriormente revisada y convertida en pena de muerte.

La campaña internacional ha conseguido evitar, primero, el silencio sobre el caso y, finalmente, la ejecución misma: la familia del patrón asesinado, tras algunas presiones políticas, aceptó, ayer renunciar a la exigencia de pena capital a cambio de una compensación económica equivalente a cinco millones de pesetas.

El escándalo internacional ha servido para que se conozcan otros muchos casos similares. Una mujer y su hija fueron decapitadas hace dos meses, en Dahran, ante un público exclusivamente masculino, bajo la acusación de que la madre había asesinado a su mando. La apelación a la ley islámica pretende cubrir la ausencia de garantías en muchos de esos juicios en los que los reos son mujeres. Esa pretensión enlaza con los sectores que incluso en Occidente tratan de explicar,. si no de justificar abiertamente, el mantenimiento de costumbres degradantes y comportamientos crueles en nombre del respeto a la singularidad cultural. Las creencias religiosas o costumbres sociales de ciertas comunidades, se afirma, las hacen irreductibles a los criterios de otra cultura particular cual es el humanismo occidental.

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Ese humanismo es el resultado de siglos de lucha contra la barbarie y hoy comprende no sólo el criterio, de compasión, sino también la existencia de procedimientos judiciales reglados que garantizan el derecho de defensa, exigen que las acusaciones sean demostradas y contemplan la posibilidad de que los jueces consideren la existencia de eventuales circunstancias atenuantes o eximentes.

Al margen de que es discutible que de las enseñanzas de Mahoma se deriven las conclusiones discriminatorias para las mujeres que pretenden algunos jeques y otros aprovechados, debe quedar claro que ninguna religión puede ser una coartada para amparar el horror, el error y el terror. La igualdad fundamental de los seres humanos y su derecho a disfrutar básicamente de los mismos derechos es un criterio universal, y quienes no lo respeten no podrán ser considerados civilizados. Así deberían hacérselo saber los gobiernos occidentales a las monarquías del Golfo que no hace mucho solicitaron su ayuda en defensa del principio de unas relaciones internacionales civilizadas.

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