Carambolas mudas
El miedo amordaza a los chavales que acuden a los billares donde los 'narcos' reclutaban a sus correos
A Isra el Loco, de 18 años, le gustaba sujetar el taco, golpear en seco la blanca y soltar un sonoro "de puta madre". Lo hacía, rabioso como un jabato, por las tardes en los billares de Fuencarral, rodeado de chavalines con los ojos cuajados de miedo y sin pesetas en los bolsillos.El terror les venía de lejos. Porque Isra el Loco no era un rapado más. Lo suyo, según la policía, ya iba por otros derroteros. Con su amigo Joselio -el fornido José Antonio G. P., de 21 años- se dedicaba a oscurecer los días de muchos críos de 14 y 15 años que pululaban por las salas de juego y billares de Chamberí y Centro. Pagados por una banda de narcotraficantes, la pareja amedrentaba y golpeaba a los menores que se negaban a traer en sus intestinos hachís de Marruecos.
Fueron, siempre según la policía, hasta 50 los culeros de pantalón corto que cayeron en esta red. Ahora, con la banda detenida, el mero nombre de Isra el Loco -Israel Castejón Martínez- cierra los párpados de los muchachos que le conocieron.
Sólo unos pocos, como Raúl, estudiante de formación profesional de 15 años, le recuerdan en acción: "Fue en Argüelles, una noche. Le daba de puñetazos a un chaval. No me acerqué, la verdad es que daba miedo...". Los amigos de Raúl le hacen señas para que se calle. Y el muchacho obedece. No es el único.
El silencio impera en los recreativos de Quevedo, Olavide, Bilbao, Ruiz-Giménez, Fuencarral y Pintor Sorolla. Un mutismo que se dispara cuando surge el nombre de Philippe Kadour Mohamed, francés de 30 años, el hombre que aparcaba su gran Yamaha frente a los recreativos y regaba de dinero su camino. Un cebo que reforzaba con la falsa promesa de 60.000 pesetas.
"¡Que no sé nada, coño, ni me importa!". El chaval, con el pelo hasta los hombros, da la espalda. Antes, sin advertir al periodista, hablaba de la detención de Kadour. Ahora, ante las preguntas, prefiere seguir jugando en una máquina en la que dos titanes -uno controlado por él- se zurran hasta la muerte. Al acabar la partida saldrá del salón de juego Las Vegas, que la policía considera como el caladero predilecto de la banda.
"Hombre, yo sé lo que le pasó a algún chaval, pero no lo puedo contar; sería traicionar. Lo que puedo decir es que aquí todo es limpio", dice un empleado del recreativo. Todo limpio. Y solitario. Los clientes, tres ancianos y dos muchachos silenciosos, seguían echando monedas al vacío de la máquina.
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