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Israel y el proceso de paz

La disposición a compartir el territorio de Cisjordania con una autoridad árabe no es una innovación repentina vertida sobre el pueblo israelí por Isaac Rabin y Simón Peres. Es la actitud normativa de los israelíes desde los primeros días de nuestro Estado. Territorios para la paz es la clásica idea israelí que tiene la insólita particularidad de haber sido abrazada, en diferentes momentos, por nuestros dos partidos políticos principales.Ha habido diversos postes de señalización en el camino que condujo a la firma del acuerdo [con la OLP] el pasado 24 de septiembre. El pueblo judío pasó primeramente de la soledad precaria a la soberanía, el éxito militar, el reconocimiento internacional y la inmigración masiva durante el sorprendente avance de 1947-49, cuando su lema era partición con unión económica. El presidente Truman me dijo en marzo de 1952: "Tienen éxito porque lo que sus dirigentes propusieron era práctico y factible y lo que propusieron sus opositores no lo era". El contexto era que los críticos judíos deseaban el ciento por ciento para Israel, mientras que los árabes deseaban el ciento por ciento para ellos.

La tradición del realismo israelí prevaleció una vez más en 1967, cuando el Gobierno decidió, en la tercera semana de junio, que el cambio resultante de la victoria obtenida ese año debería efectuarse en términos de un orden regional distinto más que de un cambio explosivamente radical del mapa territorial. En mi calidad de ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de 1967, me autorizaron a ofrecer tratados de paz a Egipto y Siria sobre la base de los límites internacionales, lo que hubiera significado renunciar a Sinaí y al Golán. Posteriormente se me acusó de ofrecer a los dirigentes jordanos la devolución de la mayor parte -aunque no toda- de CisJordania. Los árabes no estaban dispuestos en esa época a ofrecer los términos de paz que pudieran haber hecho que esas propuestas fueran operativas, y perdieron justamente algunas oportunidades territoriales irrepetibles.

En 1977-79 llegó la siguiente fase espectacular del realismo israelí. Menájem Beguin firmó el Acuerdo de Camp David, que incluía las siguientes cláusulas: retirada de la Administración militar israelí, retirada de la Administración civil israelí, establecimiento de una autoridad autónoma palestina electa, constitución de una fuerza policial palestina fuerte y determinación del estatuto permanente de Cisjordania y Gaza mediante negociaciones entre Egipto, Israel, Jordania y los representantes electos del pueblo palestino. Excepto plantar personalmente una bandera palestina en Cisjordania y Gaza, es difícil imaginarse qué más podía haber hecho Beguin para que un Estado palestino tuviera grandes probabilidades de hacerse realidad. Rabin, atacado hoy por los integristas judíos, ha sido mucho más cauto en lo que respecta a las cuestiones de seguridad israelí.

El primer estadista internacional en comprender el efecto del Acuerdo de Camp David fue Henry Kissinger, que escribió lo siguiente: "Paradójicamente, el Gobierno de Beguin, en contra de sus inclinaciones e ideología, estaba proponiendo realmente algo que todas las demás naciones iban a tratar cómo un Estado embrionario. Una vez hubiera una autoridad autónoma electa en CisJordania, se produciría un hecho político irreversible en el territorio en el que se suponía iba a imponer su autoridad. Por muy limitada que fuera esa autoridad, pronto se convertiría en el núcleo de un Estado palestino, probablemente bajo control de la OLP".

Hubo algunos periodos de Gobierno del Likud durante los que la política israelí se basó en el principio de que un ciento por ciento de Cisjordania y Gaza es patrimonio exclusivo de Israel. Pero aquellos años en los que nuestro mapa se extendió tranquilizadoramente desde el Golán hasta Suez fueron los peores años para la seguridad israelí. El Gobierno israelí de los territorios se vio acompañado de cuatro guerras: la guerra de desgaste con Egipto; la guerra del Yom Kipur contra Egipto y Siria; la guerra en Líbano, dirigida contra la OLP, pero con muchas bajas libanesas; y la Intifada, en la que el nacionalismo palestino luchó encarnizadamente con las fuerzas israelíes. El número de muertes israelíes entre 1967 y 1973 se contó por miles, y no por docenas o veintenas.

Israel, bajo el liderazgo de la Administración Rabin-Peres, está respondiendo a tres factores: primero, el número inaceptable de muertes durante la etapa del Gran Israel, segundo, la dolorosa paradoja de que la democracia israelí gobierne sobre una nación extranjera y rebelde sin ofrecer la igualdad de ciudadanía o el derecho a secesionarse en una jurisdicción separada; y tercero, la tendencia a la erosión de la posición internacional israelí, que el proceso de paz ha conseguido invertir.

El argumento principal para el proceso de paz es lo manifiestamente intolerable que resulta esa situación.

El proceso de paz ha supuesto la vuelta al hogar de Israel, la vuelta al pragmatismo ya la ideología originales de sus fundadores. El acuerdo con la principal organización palestina es uno de sus frutos. Otros son el tratado de paz con Jordania, las relaciones diplomáticas con Marruecos, el abandono de puntos significativos del boicoteo árabe, la multiplicación de los contactos israelíes con los Estados árabes del norte de África y del Golfo, un ambiente más cálido en las Naciones Unidas, la reconciliación con el Vaticano, mejores relaciones con Turquía y las repúblicas musulmanas de la antigua Unión Soviética y, por encima de todo, una relación íntima con Estados Unidos que la palabra "alianza" define sólo muy débilmente.

Los medios de comunicación tienen un compromiso profesional con los accidentes e incidentes y, naturalmente, han otorgado mucho espacio a las dificultades del proceso de paz y demasiado poco a los avances. La firma del Acuerdo de Oslo 2 permite a los israelíes hacerse eco de las palabras de los padres peregrinos americanos tras su primer año en el nuevo suelo: "Hemos abierto un claro en la tierra virgen. Otro año será testigo de un claro mayor, de mayor abundancia. Todo lo que hemos hecho es un nuevo comienzo".

Abba Eban fue ministro de Asuntos Exteriores de Israel de 1966 a 1974. Copyright 1995, New Perspectives Quarterly. Distribuido por Los Angeles Times Syndicate.

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