Arlequinada moral
La isla de los esclavos no existe: es un no-lugar, una utopía. En ella los sirvientes se vuelven señores, y a la inversa. Es un tipo (te imaginación que tiene precedentes grecorromanos y consecuencias: El admirable Crichton, de Barrie, o The servant de Losey: británicas éstas porque el símbolo de mayordomo y el criado -Arriba y abajo, en la televisión- ha tenido un juego muy amplio en la evolución de las clases sociales. Hasta que ha desaparecido el servicio. Hay otras dos utopías de Marivaux, La isla de la razón los personajes crecen o disminuyen según su grado de ética- y La isla de la Nueva Colonia, o la república de las muj eres.Novelista sólido, autor tomado por ligero, llamó a éstas y algunas parecidas obras "metafisicómicas". Son cuentos filosóficos, divertidos, a veces abultados por la presencia del Arlequín de la Commedia dell'Arte -en ésta, la arlequina principal es mujer, la sirvienta simétrica de Arlequín -con un lenguaje tan tenue como preciso que a Strehler -su adaptador y director- le parece ambiguo, y sobre este equívoco trabaja y dirige la obra en el sentido no sólo teatral, sino de dirección moral, de acentuación del sentido.
Llisóla degü schiavi
De Pierre Carlet de Chamblain de Marivaux, de 1725.Traducción y adaptación del francés al italiano de Giorgio Strehler. Intérprete: Compañía del Piccolo Teatro di Milano, con Leonardo de Colle, Mattia Sbragia, Laura Marinoni, Pamela Villoresi, Renati di Carmine. Escenografia: Enzo Frigerio. Vestuario: Luisa Spinatelli. Dirección: Giorgio Strehler. Festival de Otoño. Teatro Albéniz. Madrid. Hasta el 8 de octubre.
Las luces
Si se compara con el Cándido de Voltaire, que por una rarísima casualidad se representa en Madrid [en el teatro de la Comedia (Príncipe, 14) en montaje de Talleret de Salt y Moma Teatre; funciones hasta el 22 de octubre] -al mismo tiempo que esta isla..., la ambigüedad del fino es mayor: Voltaire iba directo a la burla. Sin embargo, los dos fueron los más representados de la época, los dos estaban creando en el Siglo de las Luces, tan valiosísimo para la continuidad de la historia en Europa y hasta en Estados Unidos -España no, claro: se expulsaron las luces a arcabuzazos de curas y paletos forzudos, continuados por Franco y su Fraga y Robles Piquer, digerido por los ministerios de cultura- y casi iban a lo mismo. Sin embargo, los enciclopedistas despreciaron a Marivaux, le consideraron menor e incluso, diríamos hoy, políticamente -incorrecto. Se le descubrió otra vez a mediados de este siglo: por JeanLouis Barrault -cuentan que Madeleine Renaud estaba gloriosa en el papel que aquí hace, y también en el área de lo genial, Pamela Villoresi. Poco a poco, todo encaja en las consecuencias de causa a efecto que le gustaban tanto a Pangloss. Marivaux escribía para los italianos de París -la Comédie Italienne: el. Teatro de los Italianos, el Bulevar de los Italianos: hoy, la Opera-Comique, con la que se fundió-, que evolucionaba dentro de los doscientos años que venía a tener entonces la Commedia dell'Arte porque se adaptaba mejor a lo que escribía que las compañías francesas: con sus travestidos tradicionales de hombres y mujeres o de criados y señores; con su exageración cómica.Los tonos prerrevolucionarios: la diferencia de clases "es una bronia" -unos cincuenta años después, en la revolución que no llegaría a ver, la broma es sangre-, porque -todos somos iguales y, en todo caso, los sirvientes son más listos que los tontos patronos, y les arreglan la vida; cambiar sus papeles puede hacer que, al regresar de la isla, las relaciones sean mejores (no lo fueron).
Ambigüedad
Lo recuperó Barrault, que era un mimo, muchas veces un Arlequín de París; lo representa Strehler, el Piccolo de Milan pero dentro del Teatro de Europa en París: un director de arlequinadas, amante de varias ambigüedades, que deja en el texto italiano- palabras francesas como en el París de hace 270 años se daba en francés con palabras italianas. Viene a coincidir con Voltaire en Madrid como reacción frente a la reaparición de la idea contrarrevolucionaria: como en París o Roma. Y un poco en el todo el mundo postsoviético.La ambigüedad, aquí, es que el público va a verlo porque lo "pone" Strehler con el gran Piccolo, más que por la obra, que les da un poco igual. No se defraudan. El decorado tenue y transparente, ambiguo también, de otro monstruo sagrado, Enzo Frigerio, como Luisa Spnatelli que hace los trajes intercambiables, dan el tono.
Sobre todo, la interpretación: citada está la extraordinaria Pamela Villori, que algo eclipsa a los demás: pero son todos buenos, y sus voces son instrumentos, y su mezcla, un concierto. Están al servicio de la gran obra de Marivaux. El depósito del libro en corbata, en el lugar de honor central del escenario, indica que Strehler no se engaña a sí mismo y ofrece al público el símbolo del texto como causa esencial.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.