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El combate entre Homero y Ulises

El vergonzante envío de la excelente serie sobre la transición realizada por Victoria Prego y Elías Andrés a las penumbras semiclandestinas de los malos horarios tal vez sea una envidiosa represalia de algún currinche de Televisión Española. Pero tampoco cabe descartar que ese confinamiento en el cuarto oscuro de la programación dominguera y veraniega se deba a presiones ejercidas por políticos megalómanos heridos en su vanidad narcisista por el insuficiente reconocimiento dado a sus méritos como forjado res de la democracia. Las peleas por ocupar el centro de la fotografia histórica de la transición se habían librado hasta ahora entre los gobernantes de origen franquista que pilotaron la reforma y los dirigentes de la oposición que presionaban por la ruptura; mientras Alfonso Guerra fantasea haber escrito en 1974 sobre la pizarra de Suresnes el desarrollo de la década siguiente, los antiguos servidores de la dictadura suelen atribuirse tempranos planes democratizadores igualmente imaginarios.A los veinte años de la muerte de Franco sin embargo, los debates sobre la autoría del desmontaje de la dictadura se están desplazando hacia otros rincones del O. K. Corral. Los capítulos de la serie televisiva emitidos los dos últimos domingos acreditan la decisiva contribución de Torcuato Fernández Miranda al nombramiento de Adolfo Suárez, como presidente del Gobierno en julio de 1976 y a la aprobación de la Ley para la Reforma Política en noviembre de ese mismo año. Lo que el Rey me ha pedido, escrito por una hija y un sobrino de Fernández-Miranda sobre la base de sus manuscritos inéditos, reivindica también la figura del que fuera presidente de las Cortes y del Consejo del Reino desde diciembre de 1975 a mayo de 1977. Pero los políticos suelen tener egos invasores, propensos a monopolizar los aciertos y renuentes a responsabilizarse de los errores: las citas póstumas de Fernández-Miranda sitúan a Adolfo Suárez en el lugar subalterno de los lacayos y le descalifican por codicioso, trepador, desagradecido y desleal.

Dimitido de sus cargos en mayo de 1977 y fallecido en 1980, Fernández-Miranda había reclamado en vida los honores de un protagonismo excluyente en la transición. Rodolfo Martín Villa relata, en sus memorias , cómo el ya ex-presidente del Consejo del Reino se atribuyó durante una cena en el Ministerio del Interior la condición de autor de la reforma, relegando al Rey y a Suárez a los papeles secundarios de empresario y actor de la obra. Los manuscritos dejados por Fernández-Miranda libran ahora una guerra de reconquista post mortem para arrebatar a Suárez un espacio todavía mayor en la historia de la transición.

Es comprensible que los autores de Lo que el Rey me ha pedido se rebelen contra los comentaristas que niegan el pan y la sal a Fernández-Miranda durante ese periodo en beneficio de Suárez "Hay quien, seducido por Ulises, se complace en ignorar a Homero". Pero el libro no es sólo una emotiva reivindicación familiar, sino también un severo ajuste de cuentas político: buena parte de las menciones a Suárez son crueles, mezquinas y despectivas. La metáfora homérica, para explicar los olvidos de la historia resulta excesiva. Es cierto que Suárez cegó al Polifemo del golpismo se ató al mástil para desoír los cantos del involucionismo y llegó finalmente a la flaca de la democracia plena. Pero Fernández-Miranda, formado en un sistema cerrado, con vocación de hacedor de reyes y deseoso de ejercer el poder detrás del trono, fue incapaz a partir de 1977 de entender la lógica de funcionamiento de un sistema abierto: así como algunos helenistas niegan a Homero la autoría de La Odisea, así los historiadores contemporáneos tienen derecho a dudar de que Fernández-Miranda fuese el verdadero padre de la transición de la dictadura a la democracia.

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