Diez años que dejan huella
El cavaquismo, los 10 años de Gobierno de Aníbal Cavaco Silva, fue el resultado de una coincidencia entre la voluntad de poder de un político y las aspiraciones de una sociedad. Fue un ciclo que alteró profundamente la realidad política, económica, social y hasta física de Portugal. Los retratos contradictorios de Cavaco son el resultado de la necesidad de vencer la apatía o la desconfianza del electorado. Providencial para unos, salteador del arca perdida para otros.
La mayoría recuerda que cuando conquistó el liderazgo socialdemócrata, en 1983, la presidencia del Gobierno en 1985 y la primera mayoría absoluta dos años después, Cavaco estaba lejos del poder carismático. Como mucho, tuvo la suerte de surgir como "el hombre adecuado para el lugar adecuado". Fue el mínimo común denominador entre el deseo de orden y estabilidad de un país al borde de la bancarrota y cansado de 10 años de crisis permanente, y la legítima aspiración al progreso y a la modernidad. Conquistó la confianza de los portugueses con dos o tres evidencias: que era preciso poner la casa en orden, que los países pobres y periféricos deben agarrar las oportunidades por los pelos y que hay que hacer sacrificios para alcanzar la meta: que el país más atrasado del Occidente europeo pase a ser miembro de pleno derecho del pelotón de cabeza de la UE.
Cavaco selló las grandes reformas: revisión constitucional, privatizaciones, reconversión industrial y agrícola. Aprobó Maastricht y los criterios de convergencia. Cuando la meta del bienestar prometido parece alejarse, cuando las recetas de Bruselas son cuestionadas en toda la UE, muchos se pregunten si el camino de los últimos 10 años era el único posible, como decía Cavaco. Luego anunció que estaba cansado y soltó el timón. Por cobardía, según sus adversarios, y para no reconocer que se engañó y llevó al país al borde de la ruptura social y la crisis financiera.
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