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"Si Bélgica es el modelo de la nueva Europa, yo emigro a Paraguay"

Hugo Claus soporta con resignación y con humor la etiqueta de mejor escritor belga que le ha colgado la crítica. Sostiene que Bélgica es un país de opereta, inventado por las grandes potencias en 1830, "un país que no existe, pero que tiene la ventaja de que allí por lo menos no nos matamos como en Bosnia", dice. Cuando se le habla de la nueva Europa, suspira: "Si Bélgica es el modelo de la nueva Europa que se va a construir, yo prefiero emigrar a Paraguay".Claus tiene 66 años, una vida rica en experiencias (pintor, cineasta, autor teatral, poeta, novelista) y unas cuantas novelas destacables. En España acaba de publicar El asombro (Anagrama), escrita en 1962 y considerada, junto con La pena de Bélgica (Alfaguara), su obra maestra. Claus, que ha viajado a Barcelona para participar en un encuentro con escritores en lengua neerlandesa, sonríe cuando se le recuerda que su nombre suena cada año para el Nobel. "No creo que me lo den", afirma. "Es como jugar a la lotería: lo tienen unos cuantos imbéciles y también algunos buenos escritores".

"¿Qué opino de El asombro?", repite la pregunta con una sonrisa de enfant terrible. "Pues queda tan lejos de mí que creo que no conozco a su autor. Tengo un virus que me impide releerme, soy como un perro que huye de sus propios excrementos".

Claus, vinculado al movimiento pictórico COBRA, empezó a escribir a los 18 años por una apuesta. Un editor belga vociferaba en un café que lo que se llevaba era la novela americana: mucha acción y pocas ideas. Claus intervino y le dijo que estaba dispuesto a escribir una por 100.000 francos belgas. Tres semanas después la tenía: The Metsiers.

"Fue divertido", recuerda. "La escribí pensando en Faulkner y, después de publicarla, me dieron un premio y unos cuantos autores que admiraba se apresuraron a aplaudirla. Les perdí todo el respeto. De todos modos, la moraleja de la historia es que unos años después me forcé a releerla y me di cuenta de que había puesto más de mí de lo que pensaba. El escritor, pensé, nunca sabe lo que hace".

En la mitología particular de Claus figura un largo viaje por Estados Unidos, en 1961, en compañía de Arrabal y Calvino. Lo único que parece recordar de aquel viaje son las provocaciones de Arrabal. Su etapa viajera incluye también un periodo en Ibiza ("fueron años dorados en que bebíamos demasiado") y un viaje a Tailandia cuando era esposo de Sylvia Kristel, la actriz que encarnaría a Emmanuelle. "¿Qué fue lo mejor de aquel viaje?", sonríe. "Pues viajar en primera. Fue maravilloso, la verdad".

De Hugo Claus se ha dicho, por su escritura vital, que "es el Céline francés", que "tiene influencias claras de Queneau" y que "bebe a menudo de la mitología de Frazer". Él se limita a sonreír. "Los críticos siempre necesitan poner etiquetas", comenta. "Si escribo que una puerta se abre y entra una persona, exclaman: 'Es como Henry James'. Si escribo sobre una viña, dicen: 'Esto es corno Virgilio'. Sería demasiado honor que yo fuera el Céline belga. Soy un gran admirador de Céline, pero no tengo nada que ver con él. Soy un manierista que juega con las formas dando la impresión de que todo es real, mientras que en Céline todo es real, aunque con su música particular, evidentemente. En cuanto a Queneau, es cierto que escribí una novela, Una dulce destrucción (Anagrama), basada en la Odile de Queneau. Está llena de referencias a él".

Claus, que en los últimos años se niega a exponer sus pinturas en público y no permite que se representen sus obras teatrales, se niega a juzgar el actual momento de la literatura en lengua neerlandesa: "No sé si estamos en un buen momento. Hay gente que escribe y gente que sabe, y los que saben ya se encargarán de decir cómo estamos. Yo sólo escribo".

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